La justicia no se hace, nos pertenece

Karen Rodríguez Camacho

La mejor característica de un viaje es darnos cuenta del tamaño real del mundo: enorme y sorprendente. Viajar del Distrito Federal al Estado de Chiapas ya es, en sí, una aventura: trece horas de trayecto, cambios de clima y amaneceres reveladores. Además de llevarse a cabo en agosto de este 2013 la Escuelita Zapatista, también era el festejo de los diez años de las Juntas de Buen Gobierno en cada uno de los cinco Caracoles del territorio Zapatista. Así pues, teníamos que celebrar.

El festejo de las Juntas de Buen Gobierno se realizaría los días 9 y 10 de agosto, cada quien elegiría el Caracol al cual asistir; los alumnos a la Escuelita debían presentarse en la Universidad de la Tierra (CIDECI), a unos treinta minutos de San Cristóbal de las Casas el domingo 11 de agosto para registrar su asistencia. El compa del registro dio a todos los alumnos su material de aprendizaje –cuatro libros y dos DVD’s- su gafete y el Caracol al cual asistiría. De los mil 700 alumnos todos tenían que repartirse entre los cinco Caracoles y san Cristóbal de las Casas.

La fila era larga, el calor un poco intenso y el nerviosismo se notaba en cada uno de los alumnos al ver avanzar la fila hacia el registro. Entre charlas y desconciertos fue mi turno. –Aquí tienes tus libros, tus DVD’s, tu gafete y deberás ir al Caracol I La Realidad. Hubo una gran sorpresa, sabía que era el Caracol más lejano, no estaba segura si eran seis u ocho horas, también sabía que esos habían sido los primeros territorios que la comandancia zapatista en la década de los 80 había caminado. El gusto fue compartido, mis compañeros de viaje también irían a la Realidad.

Basta hacer una pequeña analogía con base en preguntas, ¿a qué “realidad” me dirijo? ¿No ya estoy en la “realidad”? ¿Será que aquella Realidad es mejor o peor que ésta? ¿Hacen falta ocho horas para llegar a la verdadera Realidad? No era la única que me cuestionaba, los demás compañeros jugaban con las mismas metáforas, jugaban a decir que no hay mayor “realidad” que aquella que se nombra como tal.

El viaje comenzó a las dos de la tarde de ese domingo. Éramos trece camionetas con cupo para 15 personas, hicimos una caravana y salimos de CIDECI. Los compañeros contaban chistes, unos dormían, unos intentaban leer, otros escuchaban música y algunos tantos observaban el cambio de escenarios. El trayecto fue más largo de lo esperado: un poco más de doce horas. Al arribo, nos esperaban muchos compañeros zapatistas, nos recibieron con música, aplausos, nos estrecharon la mano y nos dijeron: “Bienvenidos compas”. Debo reconocer que algunos de los alumnos escondieron una lágrima entre sus dedos.

Fue un choque emotivo, un recibimiento poco habitual entre las costumbres citadinas. Se cantó el Himno Nacional Mexicano y el Himno Zapatista a las 4:30 am, en seguida nos pasaron lista y nos dejaron dormir un par de horas. Las instrucciones eran desayunar y tomar la primera clase impartida por las autoridades del Caracol de la Realidad, al cual se le denomina Madre de los caracoles del mar de nuestros sueños. Después la comida y por la tarde enviarnos a cada uno a las diversas comunidades que están alrededor. Tal cual se dijo, tal cual se hizo.

Era la hora de viajar de nuevo y de conocer a nuestro Votán, es decir, a la persona que cuidaría de nosotros durante nuestra estancia en la comunidad y de traducirnos ante los integrantes de su familia. Comenzaron a llamar a cada alumno y ubicarlo en cada pueblo. Éramos muchos y el tiempo comenzó a avanzar muy rápido. Algunos compañeros ya habían subido a la camioneta y empezaban a alejarse del caracol, yo seguía esperando mi turno. Como en todo clima de selva, la Lacandona nos recibió con la lluvia más fuerte y más ensordecedora, esto impidió que algunos compañeros –entre ellos yo- viajarán ese día. El camino se había pospuesto para el martes al amanecer.

Esa noche se convirtió en una velada, algunos compañeros y compañeras de geografías distintas comenzaron a cantar, a tocar una guitarra, a sonar un tambor. Poco a poco todos los que nos habíamos quedado esa noche empezamos a congregarnos para escuchar el ánimo musical de lucha. Un compa del Caracol sacó su cuaderno y comenzó a cantar corridos revolucionarios, en sus letras se mencionaba a Zapata, a Rubén Jaramillo, a Lucio Cabañas y al mal gobierno. Dormimos temprano. Al otro día había que partir.

Mi Votán llamada Elia llevaba cargando una pequeña bebé de sólo diez meses, su nombre era Marlen, y al principio me veía intentándome descifrar. Elia me comentó que su comunidad Miguel Hidalgo no estaba “tan” lejos. Fuimos en camión durante una hora hasta que llegamos al “El Paso”, de ahí caminamos entre pasto, lodo, agua y rocas hasta el municipio de Santa Rosa, nos recibieron con el desayuno, descansamos y volvimos a emprender el viaje. Caminamos unas dos horas y media y llegamos al poblado Hermosillo, tomamos agua, bajamos una vereda y subimos a una lancha durante cuarenta minutos: habíamos llegado a Miguel Hidalgo. No hace falta mencionar que para los compas de la selva de Chiapas el tiempo y el espacio son medidas diferentes a las que nosotros conocemos.

El recibimiento fue igual de emotivo, nos formamos bajo el sol rodeados de los compas Zapatistas, entonamos los himnos y todos aplaudimos el encuentro bilateral. Ahora sí, cada quien con su familia a su casa. El verdadero aprendizaje estaba por comenzar. Compartí vivienda con Elia, su esposo, sus tres hijos, su suegra, el hermano de su esposo, su esposa y sus dos hijos. Una familia completa. Me invitaron de inmediato a comer, a bañarme en el arroyo o en un pequeño baño improvisado, a dormir en una de sus camas de madera o a estudiar los libros. Yo en lo personal, sí quería descansar. Cuando salí por la noche, me di cuenta que mis vecinos eran un par de caballos, el río Jataté, una ceiba y un cielo lleno de estrellas.

Lo primero que tenían que mostrarme era ir a la milpa y apoyar en el trabajo de campo. Subimos un pequeño monte y comenzamos a deshojar maíz, a doblar la milpa y también a cortar leña. Descansamos tomando pozol para emprender el camino de regreso con toda la carga obtenida. Otra tarea fue desgranar el maíz con las manos, al principio parecía una labor sencilla, pero al cabo de cinco mazorcas comenzó a brotar en mi dedo una pequeña ámpula dolorosa. El grano de maíz debe ponerse a remojar por unos días, a lavarse y a tronarse en un pequeño molino, también intenté tan ardua tarea, no tuve mucho éxito, sin embargo “amasé”, hice las bolitas y comencé a poner tortillas en el comal. La señora me dijo, -Ya podrías quedarte a vivir con nosotros. Y una risa estruendosa retumbó en toda la cocina, hasta yo me reí.

Algunos pueden preguntar con mucha validez ¿qué tipo de aprendizaje es ése? ¿De qué te sirve desgranar un elote con las manos? Me explico. En primer lugar, el trabajo realizado hecho en el campo es una cuestión grupal, mucho de lo que nos hace falta acá. Sabemos hacer las cosas individualmente porque nos agrada el reconocimiento propio, único, pero el trabajo en comunidad es colaborativo, en equipo: entre hombres y mujeres. ¿De qué sirve hacer tortillas? La tortilla y el frijol son los alimentos por excelencia, eso no falta en cada casa. Así pues, ayudar en la elaboración del mismo fortalece los vínculos fraternales, de familia. Tal vez resulte difícil de entender, pero esos lazos primeros hacen que funcione la estructura de la organización zapatista.

¿De qué sirve traer leña a la casa? Además de brindar calor, también funciona como una luz, como una linterna enorme que aglutina a su alrededor a los integrantes de la familia en la inmensa oscuridad estrellada. Las conversaciones, el diálogo, los actos del habla, son otro elemento fundamental para entender la comunicación bidireccional que existe entre los habitantes de la comunidad y sus autoridades. La estructura Zapatista se distingue –como tradición maya- en escuchar primero antes que hablar, en preguntar en vez de imponer,  en deliberar a partir de un “nosotros” y no de un “yo individual”.

La comunidad, el trabajo en equipo, el diálogo, la autosuficiencia alimenticia, una educación sobre la Historia verdadera, territorios propios y comunales son los elementos –y otros- que permiten la autodeterminación, el autogobierno y la autonomía zapatista. Las condiciones allá no son favorables, no hay drenaje, no hay luz, no hay gas, no existen las comodidades modernas del sistema capitalista en el que vivimos, y aún así, los compañeros y compañeras construyen día a día una sociedad utópica, pero real para ellos. . Es difícil explicar –en lo personal- todas las condiciones sociales y políticas que se viven en territorio zapatista, y es precisamente por lo mismo, por intentar revelar sus hechos a partir de mi estructura conceptual. Se ha entendido a lo largo de los años que para intentar comprender esas estructuras no hacen falta conceptos, teorías o fundamentos científicos rimbombantes, hace falta estudiar su cosmovisión, su forma de pensar y su forma de ver el mundo.

Esa forma de ver el mundo es lo que ha permitido que por casi 20 años el EZLN haya podido brindar una mejor calidad de vida para aquellos compañeros y compañeras que estaban excluidos, reprimidos, discriminados y olvidados por más 500 años. También es importante reconocer que aún faltan muchas cosas por hacer, por ejemplo, fortalecer su mercado y vender sus productos a más comunidades, construir una educación sexual y seguir luchando por el trabajo de las mujeres.

Es verdad, hay que reconocer una cosa: la lucha que sigue el EZLN sólo es uno más de los ejemplos que ha consolidado una autonomía. No podemos seguir paso por paso, como puntos en instructivo, la lucha por la libertad que ellos mismos siguen. Cada uno de los pueblos, de las comunidades, de las ciudades tiene sus propios problemas, su propio contexto, su entorno y diferentes vías de resolverlo. Un error grave es idealizar por completo el EZLN y más a los pueblos originarios. Debemos aprender de ellos su resistencia, su lucha, y sus ganas de transformar su vida.

Las despedidas siempre representan el más difícil contacto de las relaciones sociales, a pesar de mi poca estancia con la familia que me acogió, significó el mayor reto de todo el aprendizaje: irme cuando todavía había mucho por aprender. Cuatro días fueron suficientes para construir vínculos o verdaderos parentescos entre la familia y yo, no necesito lazos sanguíneos para sentirme parte de la comunidad, me asumo como tal en tanto se vislumbra la reciprocidad significativa de entender al otro y entenderse frente a él. Cuando me iba la señora me estrechó entre sus brazos, me besó y me dijo: – Cuídate y sabes que aquí tienes otra familia.

Había que regresar y la nostalgia empezaba a invadir a cada uno de los alumnos, regresamos en lancha hasta la comunidad de Emiliano Zapata y después nos subimos a cuatro camiones de volteo donde todos y todas regresamos con hartos moretones, aún así, fue sorprendente viajar entre caminos poco construidos en medio de la Selva la Lacandona. El Caracol nos recibió con comida y un baile en la noche, la lluvia nos despidió y a la media noche íbamos de regreso en las mismas camionetas a la Universidad de la Tierra.

Llegamos a San Cristóbal el sábado 17 en la apertura de la Cátedra del “Tata Juan Chávez” donde los pueblos y comunidades que se encuentran en resistencia de todo el país, se dieron cita para nombrar y manifestar sus luchas. Poco a poco el cansancio se iba acumulando en nuestros huesos y pieles pero nuestra mente y corazón seguían embriagados y arrebatados de todas las experiencias vividas, sabíamos que algo así no iba a volver a suceder para nosotros. Seríamos la primera generación de la Escuelita Zapatista –más no la última- los atrevidos a transformar su educación. Se escuchaba entre el tumulto de la Universidad “Lo logramos”. Lo más importante es que no sólo lo logramos nosotros como estudiantes, sino también ellos como maestros.

        La justicia no se hace,
nos pertenece.

Autoridad del Caracol I
La Realidad
Madre de los caracoles del
mar de nuestros sueños

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