En Movimiento

Raúl Zibechi

Impresiones desde La Paz y El Alto

El clima social y político que se vive en dos de las principales ciudades de Bolivia, es bien diferente al que se pudo apreciar en tiempos anteriores, como el ascenso al gobierno de Evo Morales en 2006 o el período de los debates de la nueva Constitución aprobada en 2008.

Tampoco es sencillo dirimir de qué se trata. Hay cierta unanimidad en considerar que el actual gobierno del MAS de Luis Arce y David Choquehuanca es un ejecutivo débil, que no cuenta con el entusiasmo popular en gran medida por una situación económica que ya no es favorable, como lo fue durante buena parte de los anteriores gobiernos masistas.

Sin embargo, uno de los principales factores que incide en esta debilidad es la guerra interna, abierta y pública, que el expresidente Morales emprendió contra este que, al parecer, debía ser su propio gobierno. Las consultas con jóvenes y jóvenas militantes sociales, confirman en destacar la sensación de un futuro inmediato de desequilibrios y conflictos en las alturas. El foco principal foco de la ofensiva de Morales es el vicepresidente Choquehuanca, cuya candidatura fue literalmente impuesta por las bases del MAS, que además exigían que fuera el futuro presidente.

Las grietas entre el ex presidente y el actual vice se remontan al período de gobierno. El vice nunca aceptó el extractivismo ni la propuesta de desarrollo y modernización que fue la guía del gobierno de Morales. Tiene a su favor que no fue nunca acusado de desvíos éticos como corrupción y lucha por el poder que han salpicado a buena parte de la dirigencia progresista.

El principal objetivo de Evo Morales es retornar al gobierno, un deseo que puede suponer dinamitar no sólo la gobernabilidad sino profundizar la crisis de credibilidad por la que atraviesa el progresismo boliviano. Los datos se acumulan: la candidatura Arce-Choquehuanca superó en 2021 ampliamente los votos conseguidos por Morales-García Linera en 2019. Además, el MAS perdió las elecciones en las principales ciudades, incluyendo la que otrora fue su bastión inexpugnable, El Alto.

En contra de Morales juega su actitud durante la crisis de noviembre de 2019. Su huida a México sigue siendo duramente criticada, ya que buena parte de sus propias bases hubieran preferido que resistiera en el país a los golpistas que, finalmente, se impusieron a través de Jeannine, Añez que fue ungida presidenta de forma ilegal constituyendo un golpe de Estado que se podría haber evitado si los principales dirigentes se hubieran puesto al frente de la resistencia.

Sin embargo, una gran parte de los movimientos no estuvieron dispuestos a defender al que, en algún momento, consideraron “su” gobierno. La crisis de 2019 profundizó el divorcio entre bases y dirigencias que ya venía creciendo desde la marcha en defensa del TIPNIS en 2011.

Ahora las organizaciones de pueblos originarios y el conjunto del movimiento popular se encuentran seriamente divididas y debilitadas, con bases sociales desmoralizadas y desencantadas del MAS y sobre todo de Morales y su equipo. La dirección de este partido se ha empeñado en controlar y cooptar a cualquier precio a los movimientos, incluso al precio de anular su capacidad de movilización y su credibilidad.

Así las cosas, el futuro luce más que complejo. La principal esperanza radica en un recambio generacional que se atisba en el horizonte pero que aún no ha cuajado. Las nuevas generaciones deberán superar tanto los viejos vicios como la desmoralización que impera en la sociedad.

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