Palestina, las cosas por su nombre

María Landi

Hoy más que nunca, la solidaridad con Palestina se llama BDS

“Somos el único pueblo en el mundo al que se le exige garantizar
la seguridad de su ocupante, mientras Israel es el único país
que pide ayuda para defenderse de sus víctimas”.
Hanan Ashrawi (legisladora y miembro de la OLP).

Mientras escribo esta primera columna para Desinformémonos, la juventud palestina siguen resistiendo en las calles de Cisjordania la nueva ola de violencia que recorre su tierra, y regándola con su sangre. Cada día hay nuevos o nuevas mártires; en lo que va de octubre, ya se cuentan 54 víctimas mortales (con un par de excepciones, ninguna superaba los 25 años, y diez tenían entre 13 y 17) y más de 2000 personas heridas (algunas gravemente). Del lado israelí, las víctimas son 9, incluyendo dos judíos y un refugiado eritreo, abatidos por hordas de israelíes enardecidos que los confundieron con palestinos.

A pesar de esta habitual desproporción en las cifras, los medios occidentales continúan tergiversando los hechos y parloteando la narrativa sionista, que insiste en presentar a los opresores, ocupantes y colonizadores como la víctima. Según el estereotipo que se reproduce en esos medios, los jóvenes palestinos salen a apuñalar israelíes sin motivo alguno, por una especie de compulsión atávica propia del ser árabe o musulmán; no hay causas, antecedentes ni contexto.

Todos parecen ignorar que esta generación palestina que sale a la calle a enfrentar con piedras al ejército más poderoso de la región ha pasado toda su vida bajo la ocupación militar y colonial más prolongada de la historia moderna. Las potencias coloniales (sobre todo Gran Bretaña) crearon el problema palestino ofreciendo ese territorio a los sionistas europeos para que fundaran allí un ‘Estado Judío’ sin tener en cuenta y sin consultar a la población árabe nativa que lo habitaba. Son las mismas que propusieron luego la partición del mismo (solución insólita jamás aplicada en ningún proceso de descolonización del siglo XX), y que han permitido a los sionistas –desde 1947 hasta el presente– apoderarse de Palestina mediante un proceso de limpieza étnica basado en una premisa muy simple: tomar la mayor cantidad de territorio palestino posible con la menor cantidad posible de árabes. Y como esa población nativa se viene resistiendo hace siete décadas a ser expulsada o aniquilada, se la somete desde entonces a un régimen militar y de apartheid, al tiempo que se coloniza su territorio y se niega a quienes fueron expulsados (y a sus descendientes) toda posibilidad de regresar a su tierra. Por eso constituye la mitad de la población refugiada del mundo, y la más antigua: ya hay una cuarta generación nacida y viviendo en campos de refugiados o exiliada y dispersa por todo el mundo.

Como dije en un artículo reciente, este nuevo alzamiento marca el fin de un ciclo de 20 años: la generación que está jugándose la vida –o perdiéndola– es la que creció a la sombra de la farsa de Oslo y su proceso de paz, viendo cómo cada día los israelíes avanzaban en el despojo, mientras sus dirigentes corruptos se llenaban los bolsillos y hacían de la colaboración con el enemigo un modus vivendi. En un país donde la enorme mayoría es joven, resulta sorprendente que no haya más estallidos –y más violentos– si se tiene en cuenta que su vida transcurre entre la represión cotidiana y la sistemática negación de todos los derechos fundamentales, viendo sus tierras robadas, sus padres y hermanos presos o asesinados, sus olivos arrancados, sus cultivos incendiados, sus propiedades demolidas por las fuerzas de ocupación o vandalizadas por las milicias de colonos armados –que no sólo viven en sus tierras robadas, sino además les atacan.

Para quienes sentimos la causa palestina como propia, sobre todo en América Latina, la cuestión es qué hacer ante la impotencia y la indignación que se estrellan ante el poder del lobby sionista, que en todas partes compra silencios y conciencias o acalla toda crítica con clichés (“¡Antisemita!”) y amenazas de sus matones. La respuesta está en el llamado que nos hizo la sociedad civil palestina hace una década: unirnos a la campaña palestina y mundial de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) a Israel hasta que cumpla las innumerables resoluciones de la ONU y los tratados de derecho internacional que viola desde hace siete décadas.

Este movimiento ciudadano surge desde abajo como respuesta a la impunidad israelí, la inacción de la comunidad internacional y la complicidad de los gobiernos y corporaciones con los crímenes de Israel. Tomando el ejemplo de la lucha contra el apartheid en Sudáfrica, la campaña palestina ha logrado éxitos impresionantes en estos diez años, a pesar del silencio de los medios y de los millones que Israel invierte para combatirla.

Lamentablemente, el movimiento BDS está mucho más extendido en el hemisferio Norte que en nuestra América Latina, pese a lo mucho que hay en común entre nuestras luchas. Más aún: nuestro continente se ha convertido en el último reducto de legitimidad de Israel frente al aislamiento creciente que experimenta en el Norte, debido al avance del BDS. Israel trata de aprovechar esa legitimidad profundizando sus relaciones con nuestros países en los planos comercial, cultural, diplomático y, sobre todo, exportando su tecnología militar y de seguridad “probada en el terreno” (es decir, en los cuerpos palestinos). No sólo gobiernos, sino también sindicatos, universidades, artistas, instituciones culturales y deportivas de América Latina aceptan de buen grado las ofertas de patrocinio, viajes y becas, desconociendo el llamado de la sociedad civil palestina a poner fin a las relaciones de normalidad con Israel.

Es por eso que las personas comunes sí podemos contribuir a la causa palestina, desenmascarando la propaganda israelí y rechazando los vínculos institucionales con los que Israel intenta presentarse ante Occidente como un país democrático y civilizado, cuando en realidad es un Estado colonial, racista y de apartheid. Debemos responder al llamado del movimiento BDS palestino en esta coyuntura, exigiendo un embargo militar inmediato a Israel y la ruptura de relaciones comerciales, diplomáticas y culturales.

Hace pocos meses Omar Barghouti, líder del movimiento BDS, resumió las expectativas palestinas respecto a América Latina:

“Esperamos que se desafíe a Israel y sus cómplices y se les haga rendir cuentas, y que los movimientos sociales de América Latina trabajen junto al movimiento BDS para frenar la creciente militarización del continente.

Nuestras hermanas y hermanos de América Latina conocen el apoyo que Israel le dio a todos y cada uno de los dictadores, y cómo ha entrenado y armado a los escuadrones de extrema-derecha y fuerzas de seguridad. Esa es la herencia de Israel en el continente. Por eso, la campaña de BDS es buena para los pueblos de América Latina tanto como lo es para el pueblo palestino”.

Una Respuesta a “Sobre helados, espionaje y otros escándalos”

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