Hasta siempre, Don Luis: sólo nos queda seguir adelante

Beatriz Zalce Foto: Nicolás Perez Rulfo/ La Jornada

A Fernanda Navarro, a Juan Villoro, a Desinformémonos con un abrazo lleno de jacarandas en flor.

-Sólo nos queda seguir adelante –dice Fernanda Navarro cerquita de Luis Villoro como siempre, pendiente de él. Desde su infinita tristeza lo mira con sus ojos azules, enlutados. Él descansa rodeado de flores blancas, de ramos, de coronas de instituciones como El Colegio Nacional, del que formó parte desde 1978 y al que la semana pasada se integró su hijo Juan, la Compañía Nacional de Teatro, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), pero también de amigos como los Pérez Gay. Él descansa después de 91 años de vida vivida intensamente: historiador, diplomático, filósofo, maestro, zapatista hasta la médula de los huesos, pero también hombre sensible a los encantos femeninos, a la buena mesa, a la reunión con amigos selectos.

A su alrededor no hay ninguna imagen religiosa, ni una vela, tampoco hay banderas. Sólo amigos como el abogado Luis Prieto Reyes, los poetas Raúl Renán y Enrique González Rojo; Elena Poniatowska, Margo Glantz y Silvia Lemus, quienes no requieren presentación, y desde San Salvador Atenco llegó Nacho del Valle. A Juan Villoro lo asedió la prensa que permanecía afuera, en el estacionamiento; preguntas iban y venían y Juan las capoteaba, sereno. A Carmen Villoro le festejan el cuento “Los búhos de papá”, que publicó La Jornada Semanal con motivo del 91 cumpleaños del maestro en noviembre pasado. Ahí está también la plana mayor de la revista Proceso, encabezada por Rafael Rodríguez Castañeda, Salvador Corro y Álvaro Delgado, a quienes se les suma el buen Carlos Fazio. Pasaron el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), José Narro, el doctor Kumate y Rafael Tovar y de Teresa, quien no se fue hasta hacer una guardia de honor.

En casa de los Villoro-Navarro habitan libros, pero no tantos como se ve en las fotos que recientemente han sido publicadas, donde Don Luis aparece sentado y feliz en medio de libros y libros y más libros: libros en los diferentes libreros, libros sobre el escritorio, libros sobre las mesas, libros en el piso, libros, libros por doquier. En el 2006, Don Luis donó su biblioteca a la Universidad Michoacana, que le organizó un homenaje que culminó con el sobrenombre de Tata Vasco al autor de Los grandes momentos del indigenismo en México. Al mismo tiempo, el Maestro decidió conservar su colección de búhos, “de metal, de vidrio o barro; de tela, de cartón, de conchitas de mar, de pequeños mosaicos, de chaquira. Los hay nobles y emblemáticos, singulares y artísticos, sólidos y muy frágiles, comunes y corrientes”, escribió, describiéndolos, su hija Carmen. Tantos búhos son más que símbolo de la sabiduría, sinónimo de pluridalidad.

En el comedor de paredes blancas lucen los rostros zapatistas pintados por Beatriz Aurora en medio de azules y verdes. Ahí, los alimentos dependían de los gustos: para Fernanda, más bien frugales y para Don Luis, opíparos, pues era capaz de cenar un plato bien despachado de ossobuco acompañado con un vino tinto y disfrutar un camembert o un queso brie que ella le había traído para consentirlo.

Juan Villoro, a unos cuantos días de la alegría de haber ingresado al Colegio Nacional, reflexionó sobre la generosidad de la vida con su padre: vivió muchos años y murió en su casa, no en un hospital, y ahora descansaba en medio de un vergel, porque así llamó Juan a los ramos, los arreglos y las coronas blancas en la sala de velación donde no había lágrimas, sólo palabras, abrazos y silencios.

Fernando Navarro, el hermano de Fernanda, siempre tan vital, estaba sumamente dolido, pero empeñado en seguir reuniendo a los amigos, convocar las risas en torno a la tortilla española y el vino de rioja. Fernando hacía reír a Don Luis y juntos hacían planes, entre ellos ir a Madrid, aunque el plan del Maestro Villoro siempre era ir a Chiapas. Llevaba a Chiapas en el corazón, en el pensamiento, en su actuar cotidiano.

Escribe Juan en uno de los textos más hermosos de su libro Espejo retrovisor, Mi padre, el cartaginés: “hizo su enésimo viaje a Chiapas y sumió a sus hijos en las repartidas cuotas de admiración y desvelo que nos despiertan sus causas sociales […] desaparece de tanto en tanto rumbo a Chiapas vestido como para participar en una mesa redonda. Una semana transcurre sin que podamos localizarlo”.

Unos días después del alzamiento zapatista del 1° de enero de 1994, Luis Villoro escribió en el periódico La Jornada: “Aún existen otros caminos en nuestro país, para luchar por la justicia. La violencia no fortalece la democracia ni permite reparar las injusticias sufridas. Todos los que pertenecemos al mundo criollo-mestizo del México que se quiere moderno, lo sabemos. Pero ¿hemos hecho lo suficiente para que también lo sepan los marginados, los indios que ensalzamos en discursos y en la realidad marginamos?”

El tema para Villoro no era nuevo, él venía reflexionando sobre él desde sus 28 años, desde sus escritos sobre El proceso ideológico de la revolución de Independencia, sobre Los grandes momentos del indigenismo en México,  desde su acercamiento real, no sólo intelectual, a Bartolomé de las Casas y a Tata Vasco. El joven “cartaginés” de origen catalán exiliado en México halló su sentido, su razón de ser, en el nacionalismo mexicano, en los exiliados republicanos, en la Facultad de Filosofía y Letras, en el Maestro José Gaos y en su férrea voluntad de entender el presente estudiando el pasado. El maestro Villoro, cuenta Juan, encontró en el Subcomandante Marcos un par con quien sostuvo una nutrida correspondencia que pronto será convertida en libro. Chiapas se convirtió en su patria: se hermanó con los indígenas zapatistas, ahora también sus maestros, y fue rotunda la convicción que otro México es posible sólo si es con ellos.

Luis Villoro es hombre de una sola pieza, congruente. Cuando las elecciones del 2006 dividieron a los intelectuales de izquierda, cuando muchos que se habían dicho zapatistas correaban sin pudor: “Es un honor estar con Obrador”, Villoro se mantuvo firme y resueltamente zapatista, y siguió luchando por el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés sobre Derechos y Cultura Indígena, donde él había sido parte de los asesores zapatistas. Pero en ese 2006 la sociedad quedó dividida, dislocada, descuartizada. El “No están solos”, el “Chiapas, aguanta: el pueblo se levanta”, enmudecieron.

El Primer Festival de la Digna Rabia celebró el décimo quinto aniversario del levantamiento zapatista. Tuvo tres sedes: el Lienzo Charro de Iztapalapa en la Ciudad de México, Oventic, en los Altos de Chiapas, y la Universidad de la Tierra en San Cristóbal.  Ahí estaban Fernanda y Don Luis, muy juntos, muy serios, muy atentos escuchando, tomando notas, aportando, muy de la mano, muy hombro con hombro, muy parejos. Ambos mirando en la misma dirección. No importaban el polvo, lo lejos, la incomodidad de las sillas plegables y más o menos desvencijadas o el frío, ese frío de Los Altos que cala más allá de los huesos. Ahí estaban ellos dos.

Entre los ponentes estuvieron Luis Villoro, Pablo González Casanova, Adolfo Gilly, Raúl Zibechi, Marcos Roitman yJohn Holloway, para analizar “Las cuatro ruedas del capitalismo: la explotación, el despojo, la represión y el desprecio”, y las alternativas quedaron agrupadas bajo el tema “Los otros caminos”.

El Comandante David presentó a Luis Villoro, “al Compañero Luis Villoro”, mencionó algunos de sus libros y resaltó lo más importante: “amigo de los zapatistas desde 1994”.

Don Luis agradeció que lo invitaran a hablar de que otra visión del mundo es posible. De boina calada, bien abrigado y bien rasurado (aún no se dejaba crecer la barba) empezó: “Lo primero es despertar de una ilusión: la hegemonía de la dualidad occidental. La globalización causada por el capitalismo occidental ha conducido a Occidente a una explotación inicua de los trabajadores, amenaza el medio ambiente natural y es causa de la injusticia”. La única solución que le ve Don Luis a esto es caminar hacia un orden mundial diferente y aún opuesto al capitalismo mundial, un orden plural que responda a la multiplicidad de culturas y vaya en contra del papel hegemónico de la cultura occidental actual que además se pretende globalizar.

Terminó su ponencia diciendo: “Una nueva visión del mundo se está dando en las Juntas de Buen Gobierno. Saludo al zapatismo y su contribución a la realización aquí y ahora de la verdadera utopía”. El aplauso no se hizo esperar, el Comandante David le palmeó el brazo y dos niñas zapatistas, Lupita y Toñita, le entregaron un reconocimiento, un dibujo hecho por el Subcomandante Marcos y enmarcado rústicamente. Las niñas nos habían robado el corazón con la lectura de sus cuentos. La alegría de Don Luis era total. Estaba en su Ítaca, con su compañera, construyendo la Utopía. Con sus compañeros hermanos indígenas y zapatistas. Encaminando el pasado y el presente hacia un mejor futuro.

En octubre del 2011, cuando el segundo aniversario de Desinformémonos fue celebrado en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, Fernanda Navarro y Luis Villoro participaron en la mesa redonda sobre Ética Periodística. Él subió al estrado dificultosamente, apoyado en su bastón. Se sentó y empezó a hablar. Era ya la voz de un hombre mayor. Le faltaba el aliento pero no las palabras; no le faltaron bríos. Estaba emocionado de estar en la Facultad de Ciencias Políticas, agradeció la hospitalidad y la respuesta del auditorio lleno a reventar fue un aplauso.

Inmediatamente planteó la situación: “México es un país dividido, dividido en una partidocracia. Los partidos políticos tienen valores diferentes pero no hablan de una democracia directa y desde las comunidades”. Para Don Luis los valores comunes son los de la Revolución Francesa. Libertad, Igualdad y Comunidad, que rima mejor que Fraternidad. Él está por la no dominación, la no dominación partidaria. Fue emocionante ver a ese hombre tan alto, tan grande, siempre bien vestido aunque en los últimos tiempos calzara tenis, explicar su tesis vehementemente: “Un ejemplo de democracia, de verdadera democracia, de democracia directa se encuentra en las Juntas de Buen Gobierno de las zonas zapatistas porque todos participan en pequeño”. La estructura de su discurso fue tan pedagógica como en su texto “El sentido de la Historia”. Traía unas hojitas con anotaciones pero no leyó. Las ideas estaban en su cabeza, en su corazón. Fue construyendo su discurso a partir de la repetición de palabras, de la evolución de las ideas. Don Luis miró intensamente a su auditorio al insistir: “En las Juntas de Buen Gobierno todos participan en pequeño, no reciben retribución alguna. La retribución es hacer el bien a la comunidad. Esa es la alternativa real a la partidocracia que tenemos. Eso existe, existe en pequeño, existe en Oaxaca, existe en Chiapas, existe en Michoacán”. Fue enfático, su voz era firme, era rotunda, era un grito: “Estamos hartos de los partidos políticos que no sirven para nada. Pero la palabra buena, lo que nos hace falta es organización. Organizarnos. Organizarnos más allá de los partidos, organizarnos desde abajo, desde la izquierda, entendiendo por izquierda la no dominación. Ese proyecto se está abriendo camino, desde abajo, en las comunidades”.

Villoro terminó su participación tendiendo el puente de la poesía, de la música invitando a ese auditorio joven: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”.

“Sólo nos queda seguir adelante”. Lo ha dicho Fernanda, lo tiene muy claro y en ese camino no está sola. Sabe que tiene muchas tareas, “planes” diría Don Luis: organizar la edición de la obra completa del Maestro. ¿Será que en cuanto se supo la noticia del deceso del autor de Creer, saber, conocer, la gente corrió a las librerías a hacerse de los libros de Villoro, a vaciar los estantes  como si de compras de pánico se tratase, o será más bien que muchos títulos no se han reeditado desde hace años? ¿Quién mejor que Fernanda Navarro, doctora en filosofía, a quien el Maestro Villoro le dirigió una tesis sobre Bertrand Russel mucho antes que el zapatismo hiciera germinar el amor entre ellos, hace ocho años, para llevar a cabo esa labor titánica? Pero Fernanda nos debe también sus memorias, pues ha conocido a personalidades fundamentales de la cultura y ella misma es un pilar de la utopía. Y, por otro lado, están también sus clases en la Facultad de Filosofía y Letras, donde habla, discute y reflexiona con sus alumnos sobre el pensamiento zapatista, sobre las más recientes cartas y comunicados del Subcomandante Insurgente Marcos, sobre la Escuelita Zapatista.

En cada una de estas actividades se reencontrará con Luis Villoro porque hay seres, hay amores, que ni la muerte puede separar. Juntos encarnan el ideal de la pareja de intelectuales comprometidos, sensibles, congruentes, luchando hombro con hombro, sonriente y amorosamente.

Sólo nos queda seguir adelante.

 10 de marzo de 2014

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