Ya se me había olvidado sentir la naturaleza en mi cuerpo y disfrutarla al bañarse con agua fría a las 8 de la mañana en Oventic, Chiapas (6:00 a.m. del DF). Es una sensación extraordinaria, te sientes vivo, el movimiento de cada nervio, de cada parte de tu cuerpo, te recuerda que a veces nos envolvemos en la vida cotidiana de la ciudad y en las cosas superficiales, como lo es el baño caliente y las comodidades que al estar en la Escuelita Zapatista no se extrañan, por el contrario.
Disfruté la naturaleza, la comida tan exquisita hecha con el ingrediente mágico de nuestros compañeros zapatistas, el amor, la humanidad, la dedicación y, sobretodo, la cosecha de su esfuerzo, con su trabajo.
El cuidado de cada Votán te penetra en lo más profundo de tus huesos, sientes una emoción que te embarga, que quisieras ser parte de ellos, quedarte, ya no regresar a la realidad del Distrito Federal; pero precisamente el que hayan compartido la forma de cómo se organizan, de cómo llevan a cabo su autonomía, su forma de sacar adelante sus proyectos cooperativos y productivos, los promotores para las escuelas primarias y secundarias, la salud, las juntas del buen gobierno, es para yo practicarlo en mi comunidad y colonia. Hacerlo nosotros no es fácil, pero la confianza con la que se llenó mi corazón y mi ser en la Escuelita Zapatista, el tener en mi pensamiento a todos los Votanes jóvenes, llenos de alegría y de energía, de conciencia, de sabiduría, de amor a pesar de su corta edad, me impulsa a no claudicar con lo que he pensado una y otra vez: este mundo debe cambiar, debe recobrar a los seres humanos y no los seres deshumanizados, llenos de odio, de ambición de poder que buscan gobernar para extinguir en todas partes del mundo las palabras comunidad, solidaridad, honestidad, techo, salud, bienestar, trabajo, libertad
Publicado el 27 de Enero de 2014