Haber ido a la escuelita zapatista fue una decisión política

Luz María León Contreras

Hay cosas que son indecibles. Aunque he aprendido que la palabra puede llegar a expresar lo que el corazón siente, lo que vive, hay otras tantas que quedan en la memoria y no se pueden pronunciar, así que es complicado intentar plasmar de manera escrita la vivencia sobre este primer nivel “la libertad según las y los zapatistas”, de la escuelita zapatista. En un primer momento sólo puedo comenzar con unas palabras que escribí unas horas antes de partir hacia Chiapas y que resonaron en mí durante las casi 20 horas de viaje:

Me fue difícil preparar el equipaje que llevo, pues lo más importante lo tengo listo desde hace mucho, se encuentra abajo y a la izquierda de mi cuello. El viaje que hace tiempo ya había comenzado, hoy está a punto de tomar un rumbo bello, el sureste nos espera. El nosotros nos abrazará con sus enseñanzas libertarias.

Habría mucho que contar sobre todas las emociones que se dieron lugar entre todos los que compartimos el autobús rumbo al festejo de los 10 años de los caracoles y las Juntas de Buen Gobierno. Entre el cansancio, el hambre y la incertidumbre de cómo sería aquél lugar, todo se detuvo y de pronto un momento impactante fue saber que estábamos por llegar a Oventik, al ver el letrero que decía “Está usted en territorio zapatista. Aquí manda el pueblo y el gobierno obedece” me hizo darme cuenta que de ahí en adelante comenzaba un aprendizaje, que si bien ahora seguimos sin poder distanciarnos para ver que ése fue y será un momento verdaderamente histórico, único. Sabía que el hecho de estar ahí daba cuenta de la apertura que los y las compas han tenido hacia la sociedad civil, que así como nos invitaban e incluían en su festejo, también lo habían hecho aquél primero de enero de 1994; cuando gritaron ¡Ya basta!, cuando hicieron saber sus demandas, que la lucha es por la vida misma y que no soportarían un minuto más de explotación, sometimiento e invisibilización, entonces la rabia se convirtió en acción y el hartazgo en organización. Ahí en ese grito y esas miradas siempre nos tuvieron presentes, pero pocos aprendieron a escucharlos, otros y otras éramos aún pequeños y ahora estamos aprendiendo a escuchar y a ver.

Tuvimos que esperar mucho para entrar al Caracol y poder integrarnos a la fiesta que ya había comenzado, aun cuando la espera fue considerablemente larga, tuvimos paciencia. El tiempo comenzó a tomar otro sentido, cuando menos lo esperábamos ya era de noche y comenzaba el acto cívico para conmemorar la autonomía de las comunidades. Estábamos rodeadas y rodeados de zapatistas, de encapuchados, organizados para entonar tanto el himno mexicano como el zapatista, saludando con la mano izquierda, nunca antes había sentido como parte de mí lo dicho en ellos, comprendí que se resignificaba. Fue un gran y bello momento, sentir en la piel la lluvia y las miradas de las y los compañeros, el nosotros comenzaba a cobijarnos, pues además tuvieron la generosidad de dar su discurso en castilla para después compartirlo en tzotzil y tzeltal.

De ahí en adelante todo fue música, baile, disfrutar la comida, conocer los espacios del caracol. Fue hasta el domingo 11 en la mañana que al llegar a CIDECI para llevar a cabo nuestro registro a la escuelita y nos pudieran asignar el caracol a donde iríamos, que comenzaron a surgir los nervios y las emociones encontradas, como muchos más, también nosotros especulábamos sobre qué caracol nos tocaría, algunos comentábamos que nos gustaría que fuera en alguno donde hablaran tojol’ab’al dado que hemos tenido un poquito de acercamiento a la lengua, pero de cualquier forma sabíamos que no importaba a dónde nos mandarían, pues el hecho de estar ahí ya era un privilegio, un honor y una responsabilidad.

Al poco rato supe cuál sería: La Realidad, me llené de alegría al saber que es el Caracol más lejano y que entonces la aventura sería aún mayor, pero me preguntaba ¿la Realidad, cómo es la realidad entonces? Las siguientes horas fueron apresuradas, pronto partiríamos en caravana hacia nuestro Caracol. El trayecto fue de nueva cuenta largo, cansado, entre las paradas platicábamos con compañeros y compañeras de otras geografías y expresábamos la emoción de cada vez estar más cerca, o eso creíamos, el viaje duro aproximadamente 13 horas; llegamos alrededor de las 2:30 de la madrugada, al bajar de las camionetas nos formaron y pasamos hacia el Caracol entre gritos de “¡Vivan las y los estudiantes!, ¡Vivan!, ¡Viva el EZLN!, ¡Viva!; ¡Vivan las comunidades autónomas!, ¡Vivan!” y para nuestra sorpresa nos recibieron con aplausos, estrechándonos la mano nos dieron la bienvenida. No me pude contener y lloré, no podía creer que todavía sin conocernos nos recibieran con tanto afecto, sus miradas son sinceras y fuertes, son las miradas de mujeres y hombres verdaderos.

Después de acomodarnos en donde dormiríamos, mis compañeras y yo nos integramos al baile, el cansancio se borró al ver tantos rostros, que aunque ocultos en pasamontañas, evidenciaban una auténtica alegría, fue en ese momento que me volví a perder en el tiempo y para sorprenderme más, me enteré que no eran las 3 de la mañana sino las 5, pues usan la hora insurgente y no la hora de Peña Nieto. Era ya momento de hacer pase de lista y volver a cantar los himnos, pero ahora en otra geografía, en la Realidad, cerca de la frontera México-Guatemala. Dormimos menos de una hora, pues temprano comenzaron las actividades.

La primera clase fue en el Caracol, nos explicaron qué contenía cada uno de los cuatro libros que nos habían dado, nos contaron cómo fue su proceso de lucha, cuáles fueron las causas y cuál es el trabajo organizativo que han llevado durante todo este tiempo. Por la tarde nos asignaron a nuestro votán o en mi caso votana, cuando me la presentaron y vi que llevaba cargando un bebé, imaginaba que el aprendizaje sería uno muy otro, diferente. El nombre de aquella mujer de apenas 19 años que por casi 5 días sería mi guardiana es Alicia, ella tuvo una tarea más difícil, es ch’ol y tenía que traducir al tzeltal, el idioma de la comunidad a donde fuimos, y después traducirme al español.

Fue hasta el otro día que partimos hacia nuestra comunidad, ya que había llovido mucho y comenzaba a oscurecer. Al otro día muy temprano salimos, fueron alrededor de casi dos horas en camión, luego caminamos casi una hora, desayunamos y continuamos el viaje caminando entre la selva, batallando con el lodo y todo aquello que en dicho lugar se puede encontrar, fueron aproximadamente 6 o 7 horas, mi votán y su compañero me decían que tardamos eso porque caminamos muy lento, no estamos acostumbrados, lo admitimos. Después de cruzar en lancha el río Jataté por unos 40 minutos, por fin llegamos a nuestra comunidad, Miguel Hidalgo se llama o “La ventana”. Sin duda alguna el recibimiento fue igual de afectivo y emotivo.

A partir de ahí nos separaron y cada quien se fue con su respectivo votán o votána y familia. Los siguientes días serían de aprendizaje en la comunidad, de aprendizaje colectivo. Nos levantábamos temprano a moler el maíz y hacer tortillas, también desgranábamos el maíz, aprendí a diferenciar los tipos de fruta y la diversidad que hay entre un mismo fruto, como es el caso del plátano y entre todo ese trabajo aprendí el valor del trabajo colectivo, de la fuerza que adquiere el nosotros en la comunidad. La importancia vital de la tierra y del agua, y en las labores diarias comprendí que se han esforzado por trabajar sin enclaustrar las actividades a determinado género, es decir, el hombre también cuida  a los hijos y ayuda en casa, la mujer también va a la milpa y usa el machete, han trabajado por la reivindicación de la mujer, porque como ellos dicen: “sin la mujer la lucha, la resistencia y la autonomía no es posible.”

En los juegos con los niños, la educación que se les da, se hace notar el trabajo que se ha llevado a cabo por casi 20 años, pues mi maestro me contaba que costó sangre y la vida de muchos el que ahora puedan jugar los niños, que las familias puedan convivir, pues antes cuando mucho eran peones y vivían explotados, era imposible lograr esa convivencia, no había tiempo, los limitaban, les negaban la oportunidad de vivir dignamente.

La escuelita fue toda la comunidad, en la convivencia, compartiendo de manera oral la historia y sobre todo, la conciencia histórica de nuestros pueblos y del vínculo de luchas. La despedida de mi comunidad fue triste, pues aunque me llevé grandes aprendizajes y vivencias, no quería irme. Salir en lancha y ver cómo nos alejábamos de la utopía hecha realidad me dejaba en silencio, sólo podía gritar gracias en tzeltal.

Regresamos al Caracol y después de un espacio para preguntas y concluir con las clases, hubo una comida y después  baile, a media noche teníamos que salir rumbo a CIDECI, así que me despedí de Alicia, mi votana, mujer que me enseñó que la libertad se vive en el cuerpo mismo, que la resistencia no es  un concepto como aquí a veces asumimos, es una vivencia misma, por años la resistencia no sólo ha sido política e ideológica, sino también corporal. Ambas estallamos en llanto, nos abrazamos y nos compartimos algunas palabras…

Definitivamente cuando volví a mi geografía, sentí un vacío, angustia, tristeza, soledad, incomprensión, incertidumbre dolosa, una parte de mí se había quedado con mi votán, mi nan, mi tat, marina, ama, leno y todos mis hermanos, en aquella comunidad cerca del río Jataté. Cuesta esfuerzo y tiempo readaptarse aquí, a los espacios, a las personas, al ruido. Poco a poco me doy cuenta que no es que reproche, sino que estoy en un proceso, intento comprender cuál es mi compromiso aquí, de antemano sé que haber ido a la escuelita zapatista no fue sólo por tener la vivencia, tampoco solamente para recuperar y mirar esa historia y memoria que nos ha sido arrebatada por la narrativa hegemónica de una historia única y universal, fue también una decisión política.

Llevará tiempo el hacer germinar esa semilla que dicen ellos que esperan haber plantado en nosotros, o en otras palabras, que somos esa semilla que habrá de germinar en determinado momento. Haber aprendido un poco sobre su lucha y su forma de resistencia y organización es sólo el primer paso hacia una lucha que nosotros y nosotras desde aquí hemos de iniciar. No se trata de imponer su forma de hacer política, sino aprender de sus formas para comprender mejor nuestra circunstancia, nuestras condiciones tanto materiales como culturales. Los procesos de lucha son largos, constantes y se necesita resistencia en los tres sentidos que ya mencionaba.

Las preguntas que entonces me surgen son: ¿Hasta qué punto estamos dispuestos en la lucha? ¿Hasta dónde llega nuestro compromiso con nuestra circunstancia?

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