Sin un espacio para el respiro, el autoritarismo del gobierno federal encabezado por Enrique Peña Nieto le asestó dos golpes a la ya violentada vida democrática de este país: la negación de la libertad al profesor tzotzil Alberto Patishtán, y el desalojo, violencia y desconocimiento de las justas demandas del magisterio democrático.
Los dos sucesos no pueden leerse aislados, pues vienen de la misma mano, es decir, de un gobierno impuesto que está decidido a no dejar espacio a la movilización ciudadana, a la protesta, a la oposición, a la denuncia de quienes defienden lo que queda de este país.
Este viernes, a las 5 de la tarde, el Zócalo capitalino representó la imagen del abandono de la política y el desmantelamiento de la nación. Cual postal de campo de batalla, con la bandera a media asta (en paradójica alusión a los Niños Héroes), este 13 de septiembre colmaron la plancha principal del centro de la ciudad de México decenas de zapatos sin su par, braseros aún humeantes con la cazuela de la sopa arrojada, fruta pisoteada, cobijas, trastes, mantas, carteles, cepillos de dientes que dan fe de la vida del plantón instalado el pasado 19 de agosto por maestros y maestras que defienden no sólo sus derechos laborales, sino la soberanía nacional. Aquí la lucha es por un proyecto de nación.
Apenas un día antes, los pueblos indios recibieron la noticia de que el primer tribunal colegiado de circuito con sede en Tuxtla Gutiérrez, negó el recurso de reconocimiento de inocencia al profesor Patishtán, hombre inocente de todo cargo que ya bastante ha sido lastimado con 13 años de injusta prisión. El Estado mexicano decidió, no obstante las pruebas que demuestran las irregularidades de un proceso plagado de injusticias, que el indígena tzotzil debe permanecer tras las rejas otros 47 años. Ni más ni menos.
Ánimo y gracias por creer en mi inocencia y luchar por mi libertad
, expresó Patishtán apenas unos días antes de conocerse el fallo. Y esa fue la consigna este viernes por la noche cuando, lejos de rendirse y dejar caer la toalla, la gente que lucha por la justicia volvió a tomar aire y decidió redoblar esfuerzos para lograr su libertad.
Unas horas después del desalojo, el Zócalo capitalino lució limpio. Miles de foquitos tricolores se encendieron como preámbulo de la próxima fiesta patria con desfile militar incluido. Mucha gente, es verdad, volvió a caminar las calles como si nada. Pero mucha otra, también es cierto, se concentró de nuevo. El Comité por Patishtán en el Ángel de la Independencia, y los maestros en el Monumento a la Revolución. Aún no está dicha la última palabra.
Columna Los de Abajo, publicada en La Jornada el 15 de septiembre
Publicado el 16 de septiembre de 2013