En Movimiento

Raúl Zibechi

El colapso y la estupidez humana

“Dos cosas son infinitas:

la estupidez humana y el universo;

y no estoy seguro de lo segundo”

Albert Einstein

“El turismo volcánico desborda La Palma: autobuses llenos y atasco en la carretera”, titulaba El País en su edición del 1 de noviembre. Agrega que las autoridades de la isla pusieron transporte gratuito para que los turistas llegaran al mirador más concurrido y que las colas para subir al autobús duran más de una hora.

Viajeros de todo el Estado Español y de Europa llegan en masa para contemplar la destrucción y el colapso en las vidas de miles de personas que han visto sus viviendas y cultivos sucumbir bajo el río de lava que todo lo devora, desde que comenzó la erupción el 19 de setiembre.

Hoteles, taxistas y líneas aéreas hacen su negocio, embolsan recursos que los turistas despilfarran para no perderse la imagen de un volcán en plena erupción, desastre que sigue siendo estetizado por los grandes medios sin reparar en la destrucción que deja a su paso.

Las voces disidentes casi no se escuchan, aunque vienen creciendo de forma paulatina. Una entrevista a Paula, pobladora de La Palma, por Radio Pimienta, una de las escasas voces críticas, pone las cosas en su lugar. Enfatiza en la incertidumbre y el estrés de la mayoría de la población que está comenzando a autoorganizarse. “De las seis mil personas evacuadas, menos de cien están en el albergue que dispuso el gobierno, y el resto en casas de vecinos y familiares solidarios” (https://bit.ly/3o7MdZb).

En varios espacios manos solidarias organizan la entrega de ropa, porque los que huyeron de sus casas lo dejaron todo. Desde arriba, las cosas se ven siempre de otro modo. Las personas que estaban pagando su vivienda al banco deben seguir pagando aunque la vivienda se la haya tragado la lava ardiente. Aún en el colapso, el capital financiero sigue haciendo sus negocios, sin inmutarse.

El Estado se limita a entregarles una pequeña indemnización que no les alcanza para construir otra vivienda.

“El énfasis en el turismo quiere remachar nuestra dependencia”, dice Paula, “ya que no se cansan de decir que la isla es segura, ninguneando el dolor y nuestra vulnerabilidad”. Según el gobierno, la masa de lava ocupa apenas el 10 por ciento de la isla, pero no toman en cuenta que afecta a toda la población, unas 85 mil personas, la mitad de las cuales se dedica a la agricultura platanera, seriamente afectada por la enorme cantidad de ceniza que se deposita en todos los rincones.

Los vecinos se están organizando por barrios con base en el apoyo mutuo, explican desde Radio Pimienta, creando plataformas para asistir a las familias que perdieron todo, intentando superar el clima de “desconfianza, miedo e incertidumbre”.

Pero también se esfuerzan por superar la “tutela extrema” del Estado, que según Paula se empeña en controlar los movimientos de la población, regulando el acceso a ciertos espacios: cuando los desplazados quieren limpiar las casas de ceniza, deben hacerlo “acompañados” por efectivos de la Guardia Civil que no sólo los vigilan sino que controlan el tiempo que demoran en la limpieza.

Son tiempos de aprendizajes. ¿Qué hacer ante el colapso? ¿En quiénes podemos confiar cuando todo lo que tenemos alrededor se hunde? ¿Cómo zafar del control del Estado, de la policía y del capital que buscan aprovechar el colapso para apuntalar el capitalismo?

Hay varias acciones que parecen urgentes. Nada podemos hacer si no estamos organizados, si no hemos construido antes del colapso relaciones fuertes entre personas afines, comunitarias y cooperativas. Debemos crear medios de comunicación propios, más para inter-comunicarnos que para denunciar, sobre todo durante el colapso.

Debemos construir autonomía, pero antes de eso tenemos que acordar qué entendemos por autonomía. En tiempos de colapso, no se valen autonomías sólo declarativas; deben ser integrales, abarcar la salud, la economía, el agua, la educación y todo aquello que hace a la vida. Porque la vida está en peligro y nadie más que nosotros y nosotras vamos a poder defenderla y reproducirla.

Una Respuesta a “Cuando la guerra se convierte en lo cotidiano”

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