Entre la luz y la sombra

Felipe Martínez

Desborde popular. Terrorismo de Estado en Colombia (V)

Desde hace cuatro meses esta columna de Entre la luz y la sombra, viene compartiendo apartados o capítulos del libro “Desborde popular. La rebelión caleña en el paro de abril de 2021 en Colombia”. Con la presente columna daremos un cierre a esta dinámica para retomar en los siguientes meses con nuevos análisis de diversos temas de los pueblos y movimientos de abajo. Lo que encontrarán a continuación será el relato que describe brevemente algunas de las prácticas del terrorismo de Estado que se implementaron en el marco del estallido del 2021, las cuales nunca fueron castigadas por ningún organismo de justicia y quedaron en la total impunidad. Vale la pena mencionar que esta situación no es nueva, es una práctica histórica de quienes han gobernado en el país, y que, sin duda alguna, puede sostenerse que es una dinámica común al interior de los Estados nación y el sistema capitalista. Solo la organización de los pueblos, podrán devolverle la dignidad a la justicia y romper el reinado de la injusticia, la impunidad, el terror y la muerte.

La respuesta del poder

Bien sabía por las narraciones diarias, que los ‘carros fantasmas’ eran automóviles del gobierno en los que algunos detectives y civiles armados salían por las noches a ‘cazar rojos’. Su misión terrorista se cumplía a diario disparando sobre los transeúntes…”.

Cali 1949, novela Viento Seco.

La respuesta del gobierno de Iván Duque contra la revuelta en Cali, fue el tratamiento de guerra abierta contra la población civil. Para contener la situación fueron implementadas: fuerzas especiales contraguerrilla en los barrios populares para desalojar los bloqueos, sobrevuelos de helicópteros durante el día y la noche, militarización de la ciudad, toques de queda, estrategias de terror psicológico, entre otras prácticas de carácter paraestatal, que quedaron registradas en videos y fotografías, en las que personas civiles salían a las calles, con la connivencia de la Policía, a dispararle a la población movilizada. De igual manera hubo incontables ataques armados contra los puntos de resistencia, realizados desde vehículos y camionetas de alta gama sin placas, disparando en las noches y madrugadas.

A nivel nacional, las cifras durante los tres meses del paro no son muy claras, sin embargo el registro de algunas organizaciones como Temblores e Indepaz, hablan de: 84 personas asesinadas, 5.048 casos de violencia policial, 47 de violencia sexual por parte de agentes policiales y por lo menos 103 casos de lesiones oculares causadas por el Esmad (1). La mayoría de personas asesinadas se registraron en la ciudad de Cali, con 64 casos, y las cifras de personas desaparecidas aún no han sido esclarecidas.

Vale la pena decir que hay víctimas que aparecieron flotando en el río Cauca; de igual manera, luego del paro, fueron encontrados cuerpos enterrados en fosas. Estas víctimas no aparecen en los registros oficiales, ni en los de las organizaciones de derechos humanos que trataron de contabilizar las cifras, pues la falta de pruebas para demostrar que son casos que se dieron dentro del marco del paro nacional, no se han podido conseguir y es una labor que desborda la capacidad de las organizaciones de derechos humanos.

Así mismo, hay casos que no lograron ser esclarecidos, como el del almacén Éxito, en el punto de resistencia Apocalipso, donde la fuerza pública instaló un centro de operaciones militares, y según relatos de la población, presuntamente al interior de ese lugar fueron descuartizadas personas que estaban manifestándose.

La tenebrosa estrategia del gobierno nacional contó con métodos como un golpe de Estado de facto al alcalde de la ciudad de Cali, Jorge Iván Ospina, quien consiente de la situación no fue capaz de denunciar lo sucedido ante el país. Sin embargo, fue evidente que el control de la ciudad quedó en manos de las fuerzas militares, concretamente en cabeza del general Zapateiro y el ministro de defensa Diego Molano, quienes se instalaron en la ciudad durante varios días y asumieron el tratamiento de la coyuntura.

Una realidad que desnudó el carácter autoritario, cuando no terrorista, del gobierno Duque, la misma que, además de lo relatado hasta ahora por quienes vivieron esta intensa coyuntura, queda refrendada en testimonios que dan cuenta de la violación de los derechos humanos:

Berenice: “En serio, recordar esto, sin duda, es como ver una película de terror. Desde la primera noche del paro en Cali comenzamos a recibir noticias de personas que fueron asesinadas, y nuestro trabajo era ponernos en contacto con organismos de control del Estado, ponernos en contacto con Naciones Unidas y generar un espacio articulado para saber qué era lo que estaba pasando.

Como al tercer día se creó el punto de mando unificado de la institucionalidad y nosotros decidimos no participar ahí, porque sabemos que es ahí donde perfilan a la gente. Es el lugar donde se le entrega la información a las personas equivocadas, es decir a integrantes de la fuerza pública, ellos se enteran allí de lo que la comunidad afectada conoce, sabe e identifica en términos de derechos humanos, lo que puede ponerlos en riesgo.

Definimos estar monitoreando los puntos de resistencia y hacer llamados a Brigadas Internacionales de Paz para que nos acompañaran en los recorridos por la ciudad. Luego de la primera semana de paro la situación se puso bastante compleja para nosotros, lo que nos llevó a tener que trasladarnos a una nueva sede por las amenazas que nos llegaban por lo que estábamos haciendo de derechos humanos.

Hubo momentos muy complicados que nos hicieron sentir pánico. Una vez nos tocó cerrar la puerta de la oficina y bloquearla por dentro con una madera, sacar una escalera por la parte de atrás de la casa para salir por ahí. Eso lo hicimos porque frente a nuestra sede estaba la Policía. Estábamos seguros que tenían la intención de entrar a atacarnos, y sabíamos que en ese momento no nos iban a permitir hablar, sino que nos iban a detener, y por la situación que veníamos presenciando había riesgo de ser asesinados. Esa era la actuación que habíamos visto durante las dos primeras semanas de la coyuntura. Esto nos dejó graves secuelas, no podíamos dormir ni con medicamentos, y era justamente por el estado de horror en el que nos encontrábamos. Creo que la afectación en general de la sociedad y de la comunidad caleña fue y sigue siendo muy fuerte. Esta sociedad necesita un proceso de acompañamiento psicosocial para tramitar todo lo que presenció en el marco del paro.

En cuanto a los diálogos con la institucionalidad en la ciudad, lo que veíamos era una imposibilidad total de hablar con alguien. No era posible comunicarnos con ningún funcionario de alto nivel en Cali. Al principio el secretario de seguridad de la ciudad era Jorge Rojas, que venía de un movimiento social, entonces aspirábamos a que tuviera más sensibilidad en medio de la coyuntura, pero no. Luego, cuando se tomaron la ciudad Zapaterio y Diego Molano, la cosa fue peor.

Como la coyuntura nos desbordó a todas las organizaciones, en toda la ciudad salieron equipos de defensores de derechos humanos que también estaban en terreno, pero nosotros comenzamos a dudar, y en medio del estado de confusión, empezamos a darnos cuenta que había chalecos de derechos humanos de muchas organizaciones que nosotros nunca habíamos visto a lo largo de nuestra experiencia. Fuimos corroborando y nos dimos cuenta que muchos eran falsos abogados, que en realidad eran de inteligencia militar. Es decir, el Estado creó falsos defensores de derechos humanos.

Sobre las cifras de desaparecidos no tenemos datos claros, es que al comienzo las cifras eran escandalosas y nadie tenía cómo comprobarlo, se hablaba por lo menos de 500 personas. Lo que sí tenemos son los libros donde aparecen los datos de personas capturadas entregados por la Policía, pero ahí hay apenas 450 casos que registran como detenidas, pero nosotros sabemos que fueron muchas más, pues hubo casos –como lo sucedido en el Coliseo de las Américas–, donde retuvieron a más de 200 personas, entonces no me imagino cuántos pudieron ser en medio de los tres meses de estallido”.

Alejandro: “En termino de derechos humanos hubo una situación gravísima en el caso del punto de resistencia de Apocalipso, eso quedó registrado en una de las transmisiones del Canal 2, cuando llegaron hasta la entrada del almacén Éxito las autoridades. En ese momento la secretaría de derechos humanos de Cali estaba en manos del partido Comunes, y ellos tenían de funcionaria a Nataly González, una joven que no tenía ni idea de derechos humanos, pues cuando la entrevistan y le preguntan qué había encontrado al interior del almacén, dice, a nombre de la institucionalidad, que allá no había pasado nada, y en ese momento el periodista José Alberto Tejada le refuta y le dice: “¿cómo así?, si varias personas que acabaron de entrar con ustedes dicen que adentro habían lavado los pisos y que había rastros de sangre en las paredes”, y esta mujer responde que efectivamente sí habían visto unas manchas de sangre y que iban a sacar un comunicado frente a ello. ¡Eso es terrible! Si ella hubiera sido experta en derechos humanos, mínimo, tenía que hacer acordonar el lugar y hacerle una cadena de custodia para saber qué fue lo que pasó. Tenía que llamar forenses para eso, un grupo de abogados, pero nada, no hizo nada y hasta el sol de hoy ese caso quedó impune y no se sabe qué pasó realmente en ese almacén”.

Voz anónima: “¿Sabe cuál fue la verdadera razón para que Duque sacara a la ministra de relaciones exteriores? Vea, cuando Zapateiro y Molano llegan a tomarse la ciudad, la situación hubiera podido ser peor. En ese momento actuamos más rápido que el gobierno nacional y logramos enviar 40 cartas a embajadores antes que actuara la ministra Claudia Blum. Eso se hizo en tres horas. Contactamos gente de Asia, Europa, África y de las Naciones Unidas. Fue la comunidad internacional la que evitó aquí un peor derramamiento de sangre, y puedo asegurar que la escalada a una pequeña guerra civil. Si la comunidad internacional no le dice al alcalde “lo apoyamos”, Zapateiro y Molano desatan un baño de sangre mucho peor”.

Las dos muertes

La tarde caía vertiginosa,

los estallidos y la pólvora le hurtaban la luz.

Los muchachos con sus escudos de lata y trozos de madera,

se ejercitaban como legionarios antiguos

en las tácticas del repliegue y la ofensiva.

Josué levantó la mano e imploró al sol que se detuviera,

ansiaba ponerle el tatequieto a la noche

que se les venía encima con sus densas manos negras.

A empellones me abrí paso hasta la barricada

y me puse en la primera línea.

Ese es mi muchacho, me dije,

y halé a Josué de la camisa, ordenando:

Nos vamos ya, es hora de irse.

¿Usted quién es? Contestó airado.

Soy tu muerte, la tuya, la propia.

Mi hermana, que trabaja a sueldo con las tropas,

La mercenaria, la traidora, te tiene en la lista.

Es hora de irse…

La vida del muchacho alucinaba con el brillo de los explosivos,

Lo sacudí con fuerza y grité:

¡Hasta que tu vida y yo cerremos el último umbral,

soy tu muerte, carajo!

¡Ese es nuestro pacto!

Pero mi hermana,

la mercenaria, la ajena, la súbita,

del otro lado ultima los detalles,

esos hombres de negro le pagan a destajo.

Estaba yo en estas, encontrando palabras…

Usted me entiende, señora,

cuando un balazo dobló a Josué entre mis brazos

y ya no pude traerlo a casa.

Julián Malatesta. Santiago de Cali, 20 de mayo de 2021

Notas

  1. Ver Informes: “Colombia. Tiros a la vista” y “Reporte sobre los hechos de violencia policial ocurridos durante el 2021”. Y para conocer listado de nombres de asesinados en el marco del paro, visitar: https://indepaz.org.co/victimas-de-violencia-homicida-en-el-marco-del-paro-nacional/

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