En Movimiento

Raúl Zibechi

Del poder a la descomposición

El 9 de noviembre diputados del Movimiento Al Socialismo (MAS) en la Asamblea Legislativa de Bolivia se trenzaron a golpes. La disputa no giraba en torno al pago o no pago de la deuda externa al capital financiero, como podría esperarse de una sigla menta el “socialismo”, sino de algo mucho más banal: la presidencia de la cámara de diputados.

Un comunicado del MAS asegura que una fracción de su bancada, que forma la mayoría absoluta en la cámara, se alió con “los golpistas masacradores de Senkata y Sacaba”, cuando las fuerzas armadas asesinaron decenas de opositores en el marco del golpe de Estado de noviembre de 2019, luego del vacío de poder generado por la huida de Evo Morales y Álvaro García a México.

El comunicado acusa de “traición” al actual presidente Luis Arce y al vice David Choquehuanca, en tanto define al MAS como “la organización política más grande de la historia de nuestro país”.

Los hechos se inscriben en la ofensiva de Morales para volver a la presidencia, en un marco de desgaste de su figura y de dificultades económicas y políticas del actual gobierno, que enfrenta una potente insurgencia en Santa Cruz, donde la ultraderecha tomó las calles con un extenso paro para que se realice el censo de población en 2023, y no en 2024 como pretende el gobierno, que ya lo ha aplazado.

De paso, debe decirse que la ultraderecha aprovecha para atacar al gobierno con un argumento sólido: el censo que debió realizarse en 2022, se ha postergado sin razones aparentemente justificadas, en alguna medida porque su resultado daría a Santa Cruz más escaños en las elecciones de 2025, lo que podría dificultar el triunfo del MAS.

El problema de fondo es la descomposición del partido de gobierno, que en realidad comenzó mucho antes de la actual gestión Arce-Choquehuanca. Podría situarse en la propia disputa electoral, cuando ocho de nueve regionales del MAS pidieron que el candidato a la presidencia en 2020 fuera Choquehuanca, a lo que Evo Morales se negó en redondo, aceptando apenas que figurara como vice.

Morales mantiene una larga disputa con el actual vicepresidente, pero el punto central es que no parece soportar que lo haya rebasado en popularidad. Un dato más que contundente: en las elecciones de 2019, la fórmula Morales-García obtuvo el 47% de los votos o 2,8 millones de sufragios. En las de 2020, la fórmula Arce-Choquehuanca alcanzó el 55% o 3,4 millones. A pesar que en 2019 el tribunal electoral era favorable al MAS y en 2020 no lo era.

Con semejantes resultados y luego de procesada la consulta interna dentro del MAS, cualquier dirigente político se habría abstenido de conspirara contra “su” gobierno. Cualquiera menos Evo Morales, cuya ambición lo lleva a traspasar límites razonables como hizo luego de la derrota del referendo de 2016, convocado por su gobierno para avalar una nueva e inconstitucional reelección. Si hubiera ganado, habría estado 20 años consecutivos en la presidencia.

Perdió y aún así volvió a presentarse. La ambición desmedida de poder, su deseo incontrolable por ir más allá de lo aconsejable, termina por destruir la propia fuerza política, por enajenarse simpatías y viejas adhesiones, y lleva a la parálisis de sus fieles que lo siguen siendo por miedo o conveniencia, no por convicción.

Raúl Prada Alcoreza, ex-constituyente y ex-viceministro de planificación estratégica del primer gobierno de Morales, miembro del colectivo Comuna del que participaron también García, Raquel Gutiérrez y Luis Tapia, entre otros, sostiene –en la senda de Marx- que de la “tragedia” que fue la deriva de la revolución de 1952, hemos pasado a la actual “comedia grotesca” del MAS.

“De la implosión han pasado a la autodestrucción y exterminio mutuo”, concluye el filósofo. No es la primera vez en la historia que esto sucede. La máquina de guerra creada por el dúo Morales-García para conservar el poder, ataca primero a sus enemigos, luego a sus adversarios, más tarde a los aliados y termina destruyendo a sus creadores, porque no puede dejar de morder. Atónita, la sociedad toma distancias para evitar sucumbir ante las garras del poder.

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