Palestina, las cosas por su nombre

María Landi

Cosechar en medio del enemigo y a pesar de él

Cosechar en medio del enemigo
y a pesar de él

En el mes de octubre tuve el privilegio de integrar el equipo coordinador de una brigada del estado español y Latinoamérica –convocada por la organización Unadikum- que participó en la cosecha de aceitunas en Cisjordania. El grupo de 22 personas trabajó en los distritos de Nablus (al norte) y Hebrón (al sur), en donde están ubicadas las colonias sionistas con perfil más extremista y fanático.

Las comunidades palestinas sufren agresiones de colonos en prácticamente todo el territorio de Cisjordania, pues las colonias ocupan casi el 45 por ciento del mismo; pero particularmente esos dos distritos son los más afectados por la violencia, y ésta suele aumentar en períodos críticos como los de plantación y cosecha de aceitunas.

Los olivos constituyen un elemento fundamental de la economía palestina, ocupando más de la mitad de las tierras agrícolas. Unas 100.000 familias viven de ellos, y toda la vida gira alrededor de la cosecha: la gente espera con ansia que sea buena, porque de ella depende poder financiar los estudios universitarios de las jóvenes, o la boda de los hijos, o realizar reparaciones a la vivienda, comprar un vehículo o insumos de trabajo. Durante un mes entero hombres, mujeres, jóvenes, niñas y niños pasan largas jornadas en el campo; quienes tienen más árboles convocan a amigos, vecinas o familia extendida para que les ayuden a cosecharlos en tiempo y forma.

Los colonos lo saben, y por eso también ellos se preparan para dañar, impedir o robar la cosecha de las comunidades palestinas. Así de simple: no se trata sólo de robarles la tierra, sino también el fruto de ella. De hecho la mayor parte de las tierras agrícolas palestinas se encuentran en la llamada área C, que está bajo control exclusivo del ejército israelí. En esa misma área están asentadas las colonias sionistas, en permanente expansión y decididas a quedarse con toda la tierra. Para ello todo es válido a la hora de arruinar y hacer inviable la subsistencia de las familias palestinas, a fin de que se den por vencidas y abandonen la tierra, que así pasará a manos judías.

Es por eso que en la época de cosecha o plantación de olivos muchos grupos de solidaridad acompañan a las comunidades palestinas ubicadas en las zonas más sensibles de Cisjordania. La finalidad de la presencia internacional es disuadir y reducir la violencia de los colonos, o al menos documentarla cuando no se puede evitar.

Los obstáculos que enfrentan las familias palestinas durante la cosecha pueden resumirse en estos tres:

– el Muro construido por Israel, en un 85% dentro del territorio palestino, ha dejado a muchas comunidades con su tierra del otro lado de la valla, y necesitan un permiso especial del ejército para acceder a ella;

– los colonos sionistas roban o vandalizan la cosecha, y atacan a las familias cuando están trabajando en el campo;

– los soldados israelíes actúan para proteger a los colonos agresores (garantizando su impunidad) y nunca a los agricultores palestinos agredidos.

Es por ello que organizaciones palestinas, israelíes e internacionales como OCHA (la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU), además de promover la presencia de observadores y acompañantes internacionales, han creado mecanismos de monitoreo y coordinación con el fin de alertar, documentar e intervenir cuando es posible para frenar la violencia.

Una de ellas es la israelí Yesh Din, que se define como “voluntari@s por los derechos humanos”. Esta organización publicó en noviembre un informe donde cuantifica y resume los incidentes que documentó en la cosecha de olivos en el período 2013-2015.

Entre los incidentes más comunes, el informe menciona: vandalización, incendio, envenenamiento o destrucción de árboles de olivo (muchos de ellos, centenarios y hasta milenarios); robo de la cosecha en los árboles cercanos a las colonias, a los cuales sus dueños palestinos tienen acceso negado, restringido o tardío; agresiones físicas directas de los colonos a los agricultores palestinos.

Por otro lado, un elemento clave que atenta contra el buen resultado de la cosecha es el perverso sistema de permisos, esa pesadilla que rige todos los aspectos de la vida palestina desde la cuna hasta la sepultura: la gente tiene que pedir permiso para desplazarse, para trabajar, para viajar, para ir al hospital, a la universidad, a la iglesia o la mezquita… y también para cosechar o trabajar en su propia tierra.

En efecto, las familias deben solicitar permiso para acceder a las tierras de su propiedad que han quedado del otro lado del Muro, o en el área ocupada (ilegalmente según el derecho internacional) por las colonias sionistas.

Para ello deben dirigirse a la autoridad palestina, que a su vez lo solicita al ejército israelí. El trámite puede ser largo y el permiso suele llegar demasiado tarde, o ser insuficiente. En el primer caso, a menudo llega después de la época óptima para cosechar, o al acceder por fin a sus olivos los agricultores encuentran que están vacíos porque los colonos les robaron todas las aceitunas. En el segundo caso, es frecuente que si una familia pide permiso para diez integrantes, se los den sólo para cuatro.

O si necesita dos semanas para realizar la cosecha de esos árboles, lo obtenga sólo para cuatro días. Así, muchas familias pueden cosechar sólo un 30% de sus olivos.

Lo mismo ocurre en abril, el mes en que debe ararse la tierra y podar los olivos. Cuando ello no es posible, la producción de aceituna es menor y de peor calidad.

Nuestra brigada pudo comprobar esto en muchos de los lugares donde trabajó, y fuimos testigos de la frustración de las familias al relatarnos que no pueden cuidar de sus árboles como desearían, ya que el ejército no les permite acceder a ellos. “Antes obtenía dos toneladas de aceitunas [de los olivos que quedaron detrás del Muro]; hoy sólo obtengo 300 kilos”, dijo a Yesh Din un agricultor del poblado de Bil’in.

Nuestra brigada también fue testigo de los abusos de los ocupantes cuando llegó a la casa de Nisrin, la viuda de Hashem Azzeh, un respetado dirigente comunitario que murió hace un año, víctima de la represión del ejército israelí. Nisrin y sus cuatro hijas e hijos viven en Tel Rumeida, un barrio ubicado en una de las laderas de la ciudad de Hebrón, tristemente famoso porque allí se han instalado algunos de los colonos más extremistas, que hostigan y agreden permanentemente a sus vecinos palestinos. Apenas nuestro grupo empezó a cosechar las aceitunas en el pequeño terreno de Nisrin, los colonos llamaron a los soldados para ordenarles que nos echaran. Después de una tensa negociación, se nos permitió continuar trabajando a condición de no filmar ni tomar fotos. El resto de la jornada estuvimos trabajando bajo la estrecha vigilancia de los soldados armados a guerra, instalados en el terreno privado de la familia. Al día siguiente, los colonos vecinos lanzaron piedras al grupo de brigadistas que volvió para continuar el trabajo. Sin duda el incidente habría terminado mucho peor si Nisrin y sus niñas hubieran tenido que enfrentar a los agresores sin acompañantes internacionales.

La impunidad y la ausencia total de estado de Derecho en los territorios ocupados es lo que alienta la repetición de los delitos cometidos por los colonos. La policía del distrito de “Judea y Samaria” (nombre con el que los sionistas designan a Cisjordania ocupada) tiene el peor récord de ineficiencia y negligencia de todo Israel en la resolución de casos denunciados.
Según datos de OCHA, en 2013 fueron dañados o destruidos 10.672 olivos palestinos; en 2014, 9.400, y en 2015, 11.254. Se estima que las cifras de 2016 serán similares.

Según el informe mencionado, de las denuncias presentadas por Yesh Din entre los años 2013 y 2015 sobre agresiones de los colonos hacia agricultores palestinos, más del 90% quedaron impunes. Y de los casos presentados por la organización ante el poder judicial israelí en la década 2005-2015, el 95% se cerraron sin sanción alguna. Y debe tenerse en cuenta que los casos denunciados son menos de la mitad de los incidentes ocurridos; la mayoría de las víctimas no denuncia por falta de confianza en el sistema israelí o por temor a las represalias de los colonos.

La realidad de impunidad e injusticia se resume en las palabras de un agricultor palestino: “¿Ante quién vamos a quejarnos, cuando el juez es el enemigo?”.

Y a pesar de todos los esfuerzos y planes para expulsarles de su tierra, el pueblo palestino persiste en su voluntad de permanecer en ella, igual que sus milenarios árboles de olivo; no en vano ellos son el símbolo de esa resistencia porfiada que se expresa en la palabra árabe ‘sumud’.

Una Respuesta a “Sobre helados, espionaje y otros escándalos”

Dejar una Respuesta

Otras columnas