En Movimiento

Raúl Zibechi

Conocer al enemigo y sus objetivos

En períodos tormentosos, de confusiones y neblinas, conviene observar de frente el comportamiento de los poderosos para precisar con cierta lucidez qué tenemos enfrente y, en consecuencia, intentar salir airosos del embate que nos plantean. El objetivo no es sencillo porque ocultan sigilosamente sus pensamientos que, a su vez, adelantan acciones.

La semana pasada en Brasil, sucedió uno de esos momentos extraordinarios en los cuales los de arriba muestran su verdadera cara, sin filtros. El candidato de la ultraderecha militarista, Jair Bolsonaro, acudió a la Confederación Nacional de la Industria, donde la elite empresarial lo aplaudió a rabiar, incluso cuando dijo que no tenía respuestas a sus preguntas. Alrededor de 2.000 hombres blancos y ricos de Sao Paulo sintieron que el ex militar refleja el modo como se paran en el mundo de hoy.

Bolsonaro fue muy claro. Atacó la legislación de protección ambiental y de defensa de los pueblos indígenas, la emprendió contra la política de cuotas para negros en las universidades, criticó al parlamento, al Supremo Tribunal Federal y a los medios (goo.gl/Si1Fu9). “No haremos nada que salga de nuestra cabeza. Los señores que están en la cúspide de las empresas serán nuestros patrones” agregó con una fuerte dosis de servilismo.

Dijo que colocará militares en los ministerios, que se apoyará en los evangélico, se burló de las minorías sociales y de lo “políticamente correcto”. “Nos están sacando la alegría de vivir, ya no podemos hacer chistes de afrodescendientes, de goianos y cearenses”, dijo en referencia a los pobladores de dos estados pobres desconsiderados por las clases medias (goo.gl/QvaVEd).

La platea empresarial aplaudió de pie a un candidato que no dijo nada sobre su programa de gobierno pero consideró “terrorista” al Movimiento Sin Tierra, sin importarle que tiene un proceso judicial por incitación a racismo. Esos mismos empresarios abrazaron a Lula en 2003 cuando llegó al gobierno. Pero la realidad cambió. En 2008, con el estallido de la burbuja financiera. En 2013, con las masivas movilizaciones de junio contra la desigualdad. En esos años los de arriba comprendieron que la democracia ya no les sirve porque no consigue aplacar a los de abajo.

Estas elites que están rediseñando el mundo viven un proceso de “lepenización”, como señala el periodista Rafael Poch en referencia a la política de la ultraderechista francesa Marine Le Pen. Recupera el pensamiento de Immanuel Wallerstein para afirmar que la política de las elites “apunta hacia una división del mundo en dos categorías, dos castas geográfico-sociales, en la que el estrato superior que podría implicar al 20% de la población del planeta podría vivir en un cuadro de relativa distribución, suficiente para generar un consenso y una fuerza militar capaz de mantener al 80% restante en una posición totalmente subyugada y paupérrima” (goo.gl/DQug6f).

Este es el panorama que se presenta ante nuestros pueblos. La pregunta obligada es: ¿qué vamos a hacer desde los movimientos para enfrentar esta perspectiva que convertirá el mundo en una prisión para ocho de cada diez habitantes? Más grave aún, porque una parte considerable de ese 80% son pensionistas, en una parte creciente del mundo, que salvo excepciones no han jugado un papel en los procesos emancipatorios.

Ante la ofensiva brutal de los poderosos apareció la idea, o sensación, del “respiro”, en el sentido de que la llegada de un gobierno “menos peor” no va a resolver nuestros problemas pero, por lo menos, nos permite tomar aliento para seguir adelante. Es tanto como ganar tiempo, una práctica que utilizan los deportistas pero también los que sufren tortura para aliviar el tormento cuando ya te abandonan las fuerzas.

Siento que es una actitud humana defensiva que no debe ser condenada sino comprendida, porque los pueblos necesitan hacer sus procesos, equivocarse y volverse a equivocar para, algún día, tomar otros rumbos. Mal que nos pese, las culturas políticas cambian muy lentamente, mientras las tormentas llegan tan de prisa que puede no haber modo de protegernos.

No tenemos otra que aguantarnos, mantener la calma y seguir nuestro camino, que hoy pasa por fortalecer nuestros proyectos colectivos, como los que protagonizan los pueblos indígenas y las decenas de colectivos que en todas nuestras geografías siguen resistiendo, no se dejan y hacen lo humanamente posible por no dejarse cegar por los fuegos de artificio de la política institucional.

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