Compartir siempre, bajo cualquier circunstancia

Aura Berenice Carrillo Martínez Foto: Víctor Cabrera y Moysés Zúñiga

La experiencia que pude tener de la Escuelita Zapatista se remonta a tres semestres atrás cuando, sin buscar, encontré la clase de Fernanda Navarro y de Manuel Ponce, quienes me “presentaron” a Carlos Lenkersdorf. De no ser por ellos, jamás me habría acercado tanto al zapatismo.

En lo personal, nunca me había identificado plenamente con ningún movimiento, con muchos encontraba afinidades pero no llegaba al punto de tener una plena identificación, por ello en toda mi vida jamás pensé, ni siquiera imaginé estar ahí, pisar algún Caracol, menos conocer una comunidad. Nunca creí estar tan cerca de un movimiento del que tenía muy pocas nociones, la mayoría equivocadas.

Me ha costado plasmar mi reflexión de la Escuelita Zapatista porque hay cosas que siento que apenas se están asimilando, y me cuesta trabajo porque cuando escribo sobre la experiencia que tuve pareciera que se va desprendiendo poco a poco de mí, también cuando lo cuento –aunque ahí lo disfruto demasiado porque me acuerdo y porque veo las expresiones de los demás, su interés, sus ánimos de querer vivirlo-.

Este escrito está inacabado, todavía no puede terminar de hacerlo y no porque escriba de manera prolífica sino porque uno quisiera plasmarlo todo

La bandera del EZLN está por cumplir dos décadas de haber sido levantada, ha ido cambiando y creciendo pero siempre ha involucrado a la gente que no es zapatista, se esfuerza por vincular a la población. Tal fue el caso de la Escuelita; la convocatoria fue lanzada y respondimos mil 700 personas, de todas las edades que puedan imaginarse, que tuvimos la oportunidad de ser parte de esta primera generación. Nos abrieron las puertas de sus hogares y de su conocimiento a todo aquel que tuviera la disposición-el interés por acercarse, por querer aprender y conocer cómo han crecido, qué nos tienen que decir a nosotros los “no zapatistas”; pero escucharlos a ellos, desde sus palabras y desde sus territorios diciendo cómo lo han hecho, los problemas que han tenido, el trabajo que les ha costado, todo, todo lo que tenían que decirnos, y responder todo lo que nosotros queríamos preguntarles, todo lo que nos hacía falta saber y sólo ellos podían contestar con palabras auténticas, verdaderas, que provienen de su experiencia de casi dos décadas.

Una aprende que la revolución tiene bases muy sólidas, no sólo es el enfrentamiento armado sino que el trabajo que hay detrás es impresionante e imprescindible; tienes que saber sembrar, tienes que saber cortar y cosechar, tienes que aguantar hambre, cansancio, y demás, tienes que aprender y participar en tu autonomía, es decir; en el gobierno de tú comunidad, tienes que hacer las tareas del hogar, tienes que dormir tarde y levantarte temprano, aguantar largas caminatas o traslados igualmente largos.

Aquel día comenzó nostálgico. No sabía exactamente a dónde me dirigía ni qué esperar. Había sospecha e incertidumbre –al menos de mi parte-, pero siempre con la certeza de encontrar seguridad. El paisaje cada vez empezaba a tornarse más y más verde, y más y más lejano; finalmente estábamos en Chiapas, aunque todavía no en alguno de los Caracoles. Cuando miré el primer letrero con “advertencia” zapatista me llené de emoción, creí que todavía estaba muy lejano y hasta cierto punto, así fue. Tardamos mucho tiempo en bajar del camión, y no se diga la espera que tuvimos que hacer para entrar al Caracol. Todo era nuevo, sabía a nuevo, olía a lluvia y tierra; olía a algo con lo que estaba muy poco familiarizada a pesar de ya haber tenido una estancia en comunidad. La lluvia hizo de las suyas, nos amenazó y cumplió su amenaza, estábamos escurriendo porque el impermeable hizo su trabajo.

La espera fue larga pero valió la pena; estábamos impregnados de expectativa o al menos eso me parecía, al no saber dónde nos acomodarían pero más que eso, por entrar a un Caracol.

Cuando nos instalamos, nos dimos cuenta que éramos muchas personas, de diversos lugares, a veces hablando distinto, pero con un objetivo común: celebrar el nacimiento de los Caracoles y de la Junta de Buen Gobierno. Oventik estaba plagado de puestos, comida deliciosa y barata, trabajo manual incomparable; para donde mirara se abría un abanico de tonos, figuras, formas, olores.

El acto de bienvenida comenzó poco después de nuestra llegada y respectivo reconocimiento del lugar donde nos encontrábamos. Desfilaron ante nosotros, con sus trajes típicos regionales, encapuchados, decenas de representantes –hombres y mujeres- de la Junta de Buen Gobierno. Leyeron las palabras de bienvenida, primero en español, después en tzeltal, luego en tzotzil, posteriormente en tojolabal –aunque de eso no estoy muy segura dado que tuve que acudir al sanitario-. Al regresar, estaban cantando el himno nacional mexicano y posteriormente entonaron el himno zapatista, yo no lo conocía pero fue impresionante escuchar entonar a tantas gargantas con el rostro cubierto algo que se sentía tan suyo, y de lo que se podía notar estaban-están muy orgullosos y felices. A donde mirara había personas con las cabezas encapuchadas, todos iguales pero cada quien distinto; personas con los rostros cubiertos sólo dejando ver la belleza y sinceridad de su mirada. Más de una vez sentí deseos de llorar, no recuerdo si lo hice en el momento o fue mucho después. Cuando el acto terminó, y los representantes de la Junta se retiraron, comenzó la fiesta con música, o como me ha gustado llamarla “el bailongo”. Se veía que lo disfrutaban y les gusta mucho bailar, festejar, transmitir alegría. Son incansables.

El recibimiento a la Realidad es indescriptible, nos recibieron con aplausos y una fila de al menos 20 personas extendiéndonos la mano para saludarnos y darnos la bienvenida. De inmediato recordé el relato que hace el sub en El viejo Antonio titulado “Se saluda con aplausos”: Cuando dejaron de aplaudir, el viejo Antonio me dijo: -Ya acabamos de saludarte, ahora sí puedes decir tu palabra.

Me encontré en una realidad-Realidad que han querido mantener dormida pero ahora veo que está más latente que nunca. ¡Qué mejor que ellos mismos te enseñen su realidad!

Cuando fui asignada a mi votán, nos saludamos de mano y le pregunté cuál era su nombre, —Gabriela, me contestó. En el trayecto a la comunidad a la que fui asignada no encontraba la manera de platicar con Gaby, en cambio un compa llamado Federico –lo recuerdo bien- hablaba sin parar con su votán, creo que él se llama Juan. Yo pescaba lo más que podía de la conversación, le contaba un poco de la historia, de la escuelita y de diversos temas; seguía sin poder iniciar conversación con Gaby ni con ellos. Poco después el cansancio y el calor me fueron venciendo; me quedé dormida. Al poco tiempo paramos porque algo le había pasado a una de las combis-camionetas. Mi votán me dijo que ya faltaba poco para llegar, le pregunté cómo se llamaba la comunidad, si ella era de ahí y qué lengua hablaban. Contestó que se llama Santa Rosa El Copán, que sí ella era de ahí y que hablaban tojolabal. Y de ahí poco a poco no paré de preguntarle cosas, le comenté que estaba aprendiendo tojolabal y las palabras que conocía, su expresión fue muy bonita, le daba gusto que conociera palabras en su idioma. Llegamos a un camino donde las camionetas ya no podían pasar, Gaby me dijo que era como media hora caminando, la verdad hicimos casi dos horas, no sé si por nuestra torpeza de no saber caminar sobre la tierra fresca, en el lodo, con pendientes y bajadas, por las mochilas tan pesadas que llevábamos, o no sé pero hicimos casi dos horas. Me cobijé completamente de Gaby.

El recibimiento en comunidad fue igualmente bello, a pesar de nuestra tardanza también nos recibieron con aplausos. Toda la comunidad se concentró para recibirnos, primero nos dieron la bienvenida en tojolabal y después en español. Me asignaron con la familia del señor Jacinto y la señora Alejandra, pero no sólo a mí me tocó con esa familia también a Claudia y a Irene, así que éramos cuatro: Gaby, Irene, Claudia y yo. La familia que nos recibió no son familiares de Gaby, pero sí se conocen.

Nos preguntaron si queríamos bañarnos, con el calor que hacía y lo que habíamos sudado en el camino, era la mejor opción. Después cenamos deliciosos y abundantes frijoles con un huevo cocido, y café, delicioso café. En la mesa platicamos las cuatro, ahí fue cuando me enteré que Gaby tiene tan sólo 17 años e Irene 18; Claudia fue la que inició la plática. Esa noche había muchos sapos, cantaban sin cesar, —mira Gaby, hay muchos woj, le dije, ella sonrió. Nos fuimos a dormir, Claudia y yo teníamos una cama para cada una, Irene y Gaby compartieron la cama. A pesar de no estar acostumbrada a dormir en tabla, el cansancio una vez más me venció.

Al día siguiente nos levantaron a las 5:30 para empezar a hacer las tortillas –es más difícil de lo que parece- poco después desayunamos, fuimos a bañarnos y más tarde desgranamos el maíz; el segundo día también nos despertaron a la misma hora para realizar la misma actividad y un poco más tarde fuimos a cortar leña; el tercer día no nos despertaron tan temprano, la actividad que hicimos fue ir a la milpa de la familia, quedaba muy lejos. Después de realizar nuestras actividades, nos explicaron cómo sería la dinámica: a partir de la lectura que hiciéramos de nuestros cuadernillos, la familia nos contestaría las dudas que nos surgieran o si teníamos otras dudas también nos responderían. Ellos también tenían sus propios cuadernillos, aunque de las mujeres que estaban en la casa, sólo Gaby e Irene sabían leer. Y así empezó, leíamos, preguntábamos, nos respondían y seguíamos leyendo; muchas veces intenté que nos contaran desde sus palabras, desde su experiencia la historia del movimiento, sin embargo; eran muy breves, muy precisos, yo quería que me dijeran todo, lo que recordaban, lo que sintieron; todo, pero no lo conseguí. Eran muy estrictos en la tarea que se les había encargado, leer y contestar dudas. También por eso considero que no tuvimos oportunidad de entablar una relación más afectiva, aunque no por ello creo que deja de ser importante. Gaby nos dijo un día, cuando se vayan lo vamos a sentir, la gente de aquí sí lo vamos a sentir –es algo que recuerdo con mucho cariño-. Nunca pude-pudimos jugar con los niños, sólo le pregunté a Miriam su nombre, fue la única que me respondió y sonrió. Les causábamos curiosidad pero no se acercaban mucho, una vez le pregunté en tojolabal a Edi cómo se llamaba, me miró con ojos sorprendidos y salió corriendo: Me dio mucha ternura; quizá no lo pronuncié bien, quizá le dije otra cosa, nunca lo sabré.

Todas las despedidas son difíciles. Gaby y yo nos abrazamos, le dije lo que tenía que decirle y me alejé poco a poco de ella. Había una fiesta y teníamos que irnos, todo salió muy bien, había que despedirse de todos y de todo –comida, lugares, atención, amabilidad-. Uno de los aspectos que más me gustaría resaltar es la amabilidad, todos fueron muy amables y atentos siempre. Lo que más recibí fueron buenos tratos.

Conocí paisajes hermosos pero más todavía conocí personas hermosas; desde el principio nos atendieron con demasiada calidez, sin conocernos, sin saber nada de nosotros nos ofrecieron todo.

Recuerdo todo con emoción y nostalgia, alegría y tristeza, un sentimiento triste que te recuerda algo alegre (saudade) y es triste porque sabes que ya no está, que ya se fue, es la ausencia que te hace falta, que se impone sobre tus sentimientos profundos .

En estas palabras no hay ningún afán de disfrazar la realidad, así de bueno fue.

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