México. Conocí a Bety Cariño en los primeros días del mes de enero del año 2006, cuando me invitó el Centro de Estudios Ecuménicos (CEE) a realizar un análisis de la realidad en un taller de participación política, a realizarse en Pinotepa Nacional, Oaxaca. La persona con la que me tuve que poner en contacto y quien de alguna manera impulsó el taller era Bety; por lo tanto, fue ella quien me proporcionó toda la información con respecto a lugar, número de participantes, objetivo general del taller y por qué era importante el análisis de la realidad. Recuerdo que viajé por la noche y llegue a Pinotepa Nacional en la madrugada.
En Pinotepa me esperó Bety, quien desde ese primer momento me hizo sentir como si nos conociéramos de años atrás. Siempre sonriente, y sin dejar de referirse a mí como compa, platicó mucho sobre la necesidad de que la gente de las Comunidades de Base (que era la mayoría de las participantes del taller) tengan una visión crítica de la realidad y que sean ellos quienes se involucren en sus procesos de formación y, por lo tanto, de acción política. En esa ocasión ella me presentó a Camilo, integrante de la organización CACTUS, a la que ella perteneció.
Cuando concluyeron las actividades del taller, yo tenía que buscar un boleto de regreso a la Ciudad de México porque no lo había comprado con anticipación. Me dio un aventón a la terminal otro compañero que participó en el taller y que se llama Gerardo (él colaboraba en el Centro Antonio de Montesinos, CAM), me dejó en la terminal y se despidió de mí. Yo me dirigí a la taquilla y me informaron que los boletos estaban agotados, y que la única opción para viajar era que esperara para ver si algún camión que hiciera escala traía un lugar desocupado.
Como viajé de noche, me sentía tan cansado que lo primero que pensé fue, bueno, esperaré. Me tiré en el suelo y me ganó un rato el sueño; de repente sentí un empujón y una bota cerca de mi cara, era Bety que me dijo: levántate Héctor, seguro no encontraste boleto de regreso, intentaré ver si es posible que le demos alcance a algún camión en el camino; pero lo haremos por la sierra, sirve que conoces los caminos por los cuales trabajamos. Realmente ese día el viaje ni lo sentí, todo el camino conversando y nunca le dimos alcance a algún camión para regresar a la Ciudad de México. Bety y Camilo me hicieron sentir como si los conociera de varios años atrás.
Después de ese taller, me incorporé al equipo de trabajo del CEE y supe que Bety también era parte de él. De ahí en adelante nos hicimos amigos; otro amigo en común fue Alejandro Castillo, a quien yo conocí en Santo Domingo cuando era fraile franciscano (de la Orden Franciscana Menor OFM). Él la conocía de otro momento, en Oaxaca. Ella le tenía un gran aprecio y mucha confianza.
Alejandro Castillo y yo participábamos en el Comité de Derechos Humanos Asís, en Santo Domingo. En una ocasión que Betty pasó a mi casa, aprovechamos para invitarla a una reunión a la casa de la señora Jose Ponce, en donde se reunían los integrantes del Comité. Después de esa visita de Bety Cariño al Comité, Alejandro y ella se pusieron de acuerdo para que algunos de los integrantes compartieran su experiencia a CACTUS. Quienes asistieron fueron Juanita (que es mi mamá) y Jose Ponce; para ellos fue una gran experiencia que los enriqueció mutuamente.
Esto que comparto me lleva a comentar que Bety siempre fue un gran puente, porque ella primero me pidió que por favor le bridara hospedaje a sus compañeros Emiliano y a Fernando, me metió en jaque, pero se lo comenté a Juanita. Como mi mamá siempre le brinda hospedaje a la gente sin mayor problema, me dijo, diles que se vengan acá; desde ese día ellos son amigos de la familia. Toñita, su mamá, aprecia a Juanita. Y quien provocó toda esa amistad fue Bety, Bety, el gran puente.