En Movimiento

Raúl Zibechi

De Beijing al Ni Una Menos. Lo que podemos aprender del movimiento feminista

Los movimientos de mujeres están dando una lección fenomenal a los movimientos emancipatorios. Aunque lo más visible son las enormes manifestaciones del Ni Una Menos, este despliegue ha sido posible porque las mujeres desbordaron las redes de cooptación tejidas por la cooperación internacional y sus instituciones, plasmadas en un conjunto de ONGs, ministerios y oficinas para el trabajo de “género”.

Silvia Federici analiza en un breve ensayo, Going to Beijing, cómo las Naciones Unidas “colonizaron el movimiento feminista”, limitaron su potencial revolucionario y aseguraron que sus agendas “se adapten a los objetivos del capital internacional y de las instituciones que lo sustentan”. La maciza intervención del movimiento feminista se produjo a través de grandes conferencias internacionales desde la década de 1970, creando un cuadro de feministas internacionales que funcionó “como una unión internacional de mujeres, encargadas de velar por las necesidades y deseos de la mujer ante los ojos del mundo y, así, decidir cuál sería la legítima agenda y la verdadera lucha feminista”.

La Conferencia de Beijing en 1995 jugó un papel decisivo en la articulación de esos objetivos, allanando el camino “para la plena explotación de la mujer no solo en el hogar, sino también en el trabajo asalariado”, con la promesa de la igualdad.

Lo que me parece notable es cómo los movimientos de mujeres consiguieron agujerear esa red de contención, que no sólo actúa contra la emancipación femenina sino que antes hizo algo similar con la lucha anticolonialista y luego con otros movimientos, desde el indígena hasta el de gays y lesbianas.

Entiendo que esta experiencia es un aporte que los activistas de todos los movimientos debemos recoger. Veamos algunos modos de acción que hicieron posible el despliegue del actual activismo feminista.

La primera fue la persistencia de las mujeres por su autonomía, pese a estar en minoría o incluso arrinconadas en cierta marginalidad. Han mostrado que estar en minoría no es un drama si hay capacidad de trabajo creativo y audaz. Que se puede, con pequeñas acciones radicales y performativas, romper el monopolio de las instituciones de mujeres. Grupos como Mujeres Creando en Bolivia, entre mucho otros, nos han enseñado que hacer política no institucional y sin seguir agendas estatales, es posible siempre que combinemos el arte de crear con el de poner el cuerpo en cada acción.

La segunda cuestión es haber sido capaces de comprender la realidad patriarcal-institucional que nos rodea. Varios grupos de mujeres autónomas y pensadoras feministas han realizado análisis brillantes sobre la relación entre el modelo extractivo y de acumulación por desposesión y la violencia contra las mujeres y los feminicidios. Estos análisis han siostenido las acciones radicales, y han permitido a los movimientos afinar la puntería en la denuncia y en el activismo.

La tercera cuestión tiene que ver con la enorme diversidad del movimiento, tanto de clase como en relación con los colores de piel y las opciones sexuales, abriendo las puertas a camadas de activistas jóvenes de abajo, negras, indias y de sectores populares, junto a las mujeres blancas académicas de clase media que fundaron los movimientos en la década de 1960. Estamos ante un movimiento más plebeyo y, por lo tanto, más potente.

Semejante diversidad y lucidez analítica no las encontramos a menudo en los movimientos mixtos acaudillados por varones. Pero también han caído en desuso, en particular en los movimientos de trabajadores, las acciones de pequeños grupos, imginativas y artísticas, formas de acción que suelen considerarse como inapropiadas para “llegar a las masas”, cuando en realidad revelan inercias institucionales.

La cuarta cuestión es que el feminismo que desbordó las mallas de la cooperación consiguió no formar burocracias que, inevitablemente taponean, la creatividad y son el caldo de cultivo que permite la cooptación por las instituciones. Ambos hechos van de la mano: los aparatos burocráticos no pueden desbordar el control.

Estas cuatro características, a las que seguramente pueden sumarse otras, deberían ser motivo de reflexión por nuestros movimientos populares, tan engrampados en las inercias, tan poco cuidadosos de las relaciones internas y tan volcados hacia el afuera, que no somos capaces de construir sólidamente.

Es cierto que las instituciones gozan aún de mucho poder y capacidad de domesticación. Por lo tanto, seguirán tendiendo sus mallas. Entre las trampas menos visibles, figura la que señala Federici, que consiste en que “la violencia es definida como la estrictamente infligida por el hombre de manera individual”. De ese modo se pierde de vista el contexto depredador del capitalismo en su etapa actual de cuarta guerra mundial, y se ocultan los feminicidios (y el narco) como parte del control del capital a cielo abierto.

El segundo problema lo ponen sobre la mesa las feministas descoloniales en sus reflexiones de este 8 de marzo*. Cuando lanzan la consigna “¡Que ni una sea menos!”, nos dicen que no hay un feminismo universal, como no puede haber emancipación universal. Las opresiones son múltiples, así como los modos de liberación. El paro como metodología no interpela a las mujeres negras e indias, a las que viven en comunidades y en colonias, sino a las que tienen un empleo remunerado en blanco.

Son aprendizajes que también nos interpelan a los varones y nos dicen que debemos estar dispuestos a aprender del movimiento feminista, uno de los más subversivos que existe en estos momentos en el mundo.

*http://glefas.org/algunas-reflexiones-sobre-metodologias-feministas/

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