En Movimiento

Raúl Zibechi

Afrontar la guerra desde abajo y a la izquierda

La invasión rusa de Ucrania ha trastocado la vieja política hasta volverla inútil e incapaz de sobrevivir en los nuevos tiempos. La gravedad de la situación nos confronta con formas de acción colectiva que no parecen estar a la altura de las circunstancias. La manifestación, la recogida de firmas y la denuncia, siendo necesarias, no van a detener la guerra y pueden desmoralizar a los movimientos que creen estar aportando su granito de arena para el retorno de la paz.

Para las personas anticapitalistas del mundo, se nos presenta un primer dilema. Rebajar o minimizar la importancia de la agresión de Rusia porque quienes se le oponen, como Estados Unidos, Inglaterra y Francia, hayan invadido medio mundo, sería un desastre ético sin vuelta atrás, porque no se pueden medir acciones similares con varas diferentes.

De ahí que la denuncia clara y tajante de la invasión rusa y la solidaridad con la población ucraniana, no admitan matices. Que en Ucrania haya neo-nazis, como los hay en buena parte del mundo, no puede justificar la invasión ni la intromisión extranjera.

Ante las dictaduras, ya sean de Videla, Pinochet o de Franco, los militantes de izquierda nunca pedimos una invasión para derribarlas, sino que confiamos en las fuerzas populares para dar cuenta del despotismo. Que el régimen ucraniano sea deplorable, que esté aliado con los neo-nazis, con el Pentágono y las fuerzas más oscuras de Europa, no permite justificar la invasión ni atenuar la responsabilidad del régimen ruso.

Los movimientos nos enfrentamos a algo nuevo: la invasión la realiza una potencia distinta a las que habitualmente denunciamos. Para una parte de la izquierda, por lo menos en América Latina, Rusia sería algo así como un aliado contra Estados Unidos o, por lo menos, sus acciones no deben igualarse a las del Pentágono.

Formas de ver que se abren paso en todos los sectores políticos y aún en los movimientos. Esta no es una guerra de Oriente contra Occidente, ni de las democracias contra las dictaduras. Es una guerra de agresión, en primer lugar; y, en segundo, es una guerra entre potencias imperialistas, entre las cuales identifico a Rusia, Estados Unidos y la Unión Europea, aunque en el futuro puedan incluirse otras.

Pero el tema central es otro. ¿Quiénes serán los posibles sujetos contra la guerra? Una parte considerable de las izquierdas piensan que son los Estados. Los que hacen las guerras serían los encargados de ponerles fin. Un contrasentido que no puede sostenerse, porque todos los Estados alimentan, de algún modo, el conflicto. Creo que hay que voltear la mirada hacia abajo, porque son los pueblos los que están realmente interesados en poner fin a la guerra.

En América Latina tenemos una larga experiencia con las guerras, que puede contribuir a un debate sobre los modos y los caminos para desarmar las guerras, toda vez que las estamos sufriendo desde hace décadas, si no siglos. El problema es que cuando se trata de guerras que no son entre Estados, sino contra los pueblos, su visibilidad mediática es casi nula o, peor, se la atribuye a grupos narco o paramilitares, como si fueran algo diferente a  las guerras de despojo.

Lo cierto es que en nuestro continente vivimos una guerra contra los pueblos, aquí y ahora. En México son ya 100 mil desaparecidos y 300 mil muertos en el marco de la “guerra contra las drogas”, más de un tercio en años del gobierno de Andrés Manuel López Obrador.  

En Colombia son más de 80 mil desaparecidos (https://bit.ly/3xS1WSU), cada año se registran más de 90 masacres, son 260 mil los asesinados por la guerra interna y más de seis millones de desplazados forzados en las últimas décadas, siendo el país del mundo con más desplazados después de Siria, y ahora Ucrania (https://bit.ly/38ozPA4).

La guerra es la vida cotidiana para campesinos, pueblos originarios y negros de nuestra región. Guerras de despojo con consecuencias dramáticas para la vida de millones de personas.

Pueblos y movimientos han decidido no enfrentar la guerra con guerra, porque las asimetrías nos convierten en lo que no somos. Por un lado, estaríamos facilitando la prolongación indefinida de este modelo de acumulación de riquezas por la guerra. Por otro, en las guerras siempre pierden los de más abajo: entre nosotros, pueblos originarios, negros y mestizos, pobres de la ciudad y del campo.

Pero la economía y la política de la guerra no van a caer solas, por sus contradicciones internas o por nuestra coherencia ética. Debemos enfrentarlas; el asunto es cómo. Hasta ahora, los pueblos de este continente han priorizado la deserción del sistema, la no colaboración, la organización rigurosa y la construcción de autonomías que nos permitan contar con economías propias, sistemas de salud y de educación, de justicia y de toma de decisiones por fuera de las instituciones estatales, y también defenderse en base a criterios decididos en asambleas comunales.

No confían en los Estados, ni en las fuerzas armadas y policiales que son parte de la guerra y trabajan junto al narcotráfico para someter a los pueblos. Desconfiamos de los Estados por nuestra experiencia de décadas y siglos, porque son la organización de la muerte al servicio de los poderosos. Por eso necesitamos las autonomías, para cuidar la vida y la madre tierra. No podemos dejar algo tan importante como la paz, y la vida, en manos de gobiernos, Estados y militares.

Los pueblos de raíz maya organizados en el EZLN, han elegido el camino de la resistencia civil pacífica. No pagan impuestos al Estado que son utilizados para armar a las manadas genocidas. No les piden nada, ni reciben nada de los gobiernos. Defienden con sus cuerpos los territorios autónomos.

No es lo mismo hacer la guerra que defenderse. La guerra se propone aniquilar al enemigo, por eso los dos ejércitos terminan siendo idénticos. Para defendernos es necesario, en primer lugar, comunidades y personas organizadas. Aún así, no podremos detener la guerra, porque es el modo de existencia del capitalismo. 

No podemos evitar que las manadas de machos armados provoquen muerte. Cómo afrontarlos, cómo defender la vida, debería es el debate central en estos tiempos difíciles. Los pueblos ya están decidiendo cómo: ahí están la guardia indígena nasa en el Cauca Colombia; las guardias cimarrona y campesina en la misma geografía; las organizaciones mapuche anticapitalistas….

Las variadas formas de autodefensa de los pueblos, están mostrando que es posible luchar contra la guerra sin apelar a las manadas armadas de los Estados, y sin reproducirlas.

Una Respuesta a “Cuando la guerra se convierte en lo cotidiano”

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