En Austria “queremos una revolución”

Comité de Solidaridad México- Salzburgo

Austria, Salzburgo

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Salzburgo, Austria.Tres jóvenes  hablan desde sus diferentes frentes de la rebelión contra la realidad racista y conservadora de su país.

 «Yo quisiera un mundo en el que las personas no estén expuestas a la discriminación”

Soy austriaca y formo parte de un colectivo en Salzburgo, que se moviliza para mejorar las condiciones de vida. Luchamos desde diversos frentes para lograr lo que consideramos una vida digna.

Soy feminista, anarquista y no creo en los Santos Reyes. Vivo en comunidad y desgraciadamente estoy condenada de por vida a vender mi trabajo por un salario. Contribuyo desde hace años con diversos grupos (Centro de Información, Hermanas en Resistencia, Termita). Nos vemos como parte de una red mundial de movimientos emancipadores de izquierda, y tenemos estrecho contacto e intercambio con otros grupos en Austria, Alemania, Suiza e Italia. En el fondo queremos una revolución, pero desgraciadamente el capitalismo ha sido muy terco hasta ahora.

Después de la quiebra de los bancos en los Estados Unidos, la izquierda europea temió que la crisis afectara a la modesta población trabajadora, y que seríamos nosotros quienes finalmente la pagaríamos. En Austria, la resistencia contra esa situación apenas se sintió, fue imposible movilizar masas más amplias. La gente tenía miedo, pero sólo unos pocos salían a las calles. A fin de cuentas sí sentimos la crisis. Desde el cambio de gobierno de 1999 reina en Austria un rudo clima conservador. Tal clima se recrudeció durante la crisis. Eso fue evidente por el rápido desmantelamiento de las prestaciones sociales con el pretexto de la necesidad del ahorro. Gran parte de la población se dio cuenta, pero no consideró la posibilidad de defenderse.

En Austria, los medios oficiales y la política fomentaron el odio, o cuando menos la incomprensión, hacia la gente que se rebelaba contra la crisis en Grecia, España y Portugal. En muchos casos, esto reforzó el racismo cotidiano y la xenofobia, que en Austria tienen raíces profundas en la historia y que se expresa casi en todos los estratos sociales.

Nosotros tratamos de combatir estos y otros prejuicios mediante discusiones con la gente. Sin embargo, en muchos los prejuicios casos están profundamente arraigados. Un ejemplo de ello es el miedo a las bandas rumanas de mendigos. Hace aproximadamente un año proliferaron en las calles de Salzburgo pordioseros que pedían dinero. Después de que algunos diarios convocaron a no darles nada porque aparentemente estaban organizados (supuestamente eran traídos a Austria en camiones y obligados a pedir limosna, la cual tenían que entregar a sus patrones). Desde ese momento, el público lo discute permanentemente y si quiere dar algo, se le conmina a que no lo haga porque no está permitido. Nosotros vemos a esas bandas de mendigos como un signo de que en muchos países de Europa ya no se puede sobrevivir mediante el trabajo.

Así, la mayor parte del tiempo lo pasamos hablando con la gente para trasmitir nuestras ideas a la población. Para nosotros es importante no agitar, sino invitar a la reflexión sobre su parecer y a participar con nosotros. Para ello organizamos foros de debate, cineclubes, exposiciones, cocinas populares y festivales. Invitamos a otra gente de izquierda y le ofrecemos una plataforma en Salzburgo para informar sobre sus luchas y vamos a otros foros para discutir sobre nuestra situación.

Otra lucha concreta en Salzburgo – que ya lleva años – es la movilización por el derecho de toda mujer a decidir libremente sobre su cuerpo (en Austria no existe el derecho al aborto, que formalmente es ilegal pero no es penado). Desgraciadamente, esto no es entendido en Austria y sobre todo en Salzburgo (ciudad ultra católica). Luchamos por la igualdad de género de las mujeres y contra la discriminación en cualquiera de sus formas.

Los problemas cotidianos a combatir por cada uno son la gran carencia de viviendas y las rentas caras, los altos costos de los servicios y las malas condiciones de trabajo. Salzburgo es una ciudad que vive del turismo, en la que su población habitual normalmente no gasta mucho.

Yo quisiera un mundo más allá de los apremios laborales y productivos que resultan del pertinaz desarrollo moderno. Un mundo en el que las personas no estén expuestas a la discriminación y que se presten entre sí un mínimo de respeto.

Personalmente deseo vivir en un mundo de colectivos que decidan en cada caso sobre sus asuntos más importantes. En la convivencia con otras personas de izquierda experimento constantemente que en conjunto se puede avanzar mejor y más rápido hacia la producción de ideas creativas. Creo que los colectivos son la forma más útil de una estructura de decisión. En el fondo vivimos esta vida en Salzburgo, en nuestros espacios de izquierda, como si no existiera un sistema estatal que nos impone su jerarquía en forma de obligaciones y represiones sin sentido con todo lo que no corresponda a la norma.

“Precisamente por esas injusticias debemos seguir luchando”

 

Soy austriaca y tengo 20 años, acabo de mudarme a la pequeña ciudad turística centroeuropea de Viena, la capital de Austria, para estudiar. Aquí vivo en comunidad con dos amigos. Estudio ciencias políticas, un estudio que nadie inicia con perspectiva laboral, pero mis padres me apoyan y tengo tiempo para participar en grupos políticos. Así, participé durante el último año en el SUB, un espacio libre, en el que veo – a fin de cuentas – una posibilidad de arrancar a la gente de su indiferencia y de combatir su falta de participación.

La feria de San Ruperto se celebra en el centro de Salzburgo durante los últimos días soleados, antes de que el invierno y la nieve caigan sobre nosotros. La carpa de cerveza, los caballitos y el túnel del terror ya están armados, se ofrecen salchichas fritas, la banda toca y las familias acuden en masa, vestidas con sus trajes austriacos tradicionales. Las mujeres llevan su vestido con mandil, llamado dirndl (o vestido tirolés aunque Salzburgo no está en el Tirol) y los hombres lucen su pantalón corto de cuero. A mí y a la gente de izquierda, tal atuendo nos produce de inmediato asociaciones negativas: la clara distribución de los roles de género y el orgullo nacional – rápidamente transformado en xenofobia – nos disgustan. Aquí no se trata de personas oprimidas, sino de un sentimiento de superioridad basado en la cultura.

Mis luchas abarcan trabajo político con el que espero mejorar en algo el mundo, mientras que  me confronto con mis privilegios personales, los que poseo gracias a mi origen: ¿qué significa para mi vida tener un pasaporte austriaco o piel clara? ¿Y qué significa esto para aquellos que no los tienen? ¿Y qué significa para mí obtener protección y asistencia de un Estado al que quiero combatir por su complicidad en la violación de los derechos humanos?

Los temas que me preocupan son sobre todo la horrenda política de asilo y el racismo existentes en Austria, aunque también asuntos como la igualdad de mujeres y hombres, por ejemplo el hecho de que aquí la interrupción del embarazo todavía sea ilegal aunque no sea castigada, pero siga siendo ilegal.

A pesar de todo, frecuentemente me resulta fácil comprometerme políticamente. Una hace un poco por acá, un poco por allá, firma una petición, colecta donativos, participa en asambleas o distribuye volantes. El tiempo está saturado, y a pesar de ello al final no ha cambiado nada. Pero cuando los y las activistas actúan de verdad, evitan una deportación o le producen un golpe  a la economía, entonces el Estado se quita la máscara asistencialista y reprime a esos movimientos sociales. En Austria, esto significa procesos largos, caros y desgastantes para los afectados. Para aquellas personas que no tienen la ciudadanía austriaca, todo resulta más difícil porque les amenaza la deportación. Pero precisamente por esas injusticias debemos seguir luchando.

Soñar contra la realidad

 “El futuro depende de la gente comprometida”

Una sociedad en la que el trato mutuo sea solidario, igualitario y respetuoso. En la que haya libertad irrestricta de movimiento y acceso universal a los recursos. Donde las personas puedan decidir con libertad cómo organizar su vida. En la que las mujeres ya no estén expuestas a la violencia, la pobreza y la discriminación. Donde la palabra «dominación» haya quedado en desuso. Esos son mis sueños, claro que se contradicen con la realidad. Ésta se muestra totalmente diferente, tanto en Europa como en el contexto internacional.

Las fronteras que se cierran para excluir a personas que huyen de los efectos de la guerra y la destrucción son parte cotidiana de la política europea. Muchos de los afectados mueren durante la travesía de la costa norafricana en dirección de tierra firme europea. Y si llegan son detenidos en campamentos donde apenas hay dormitorios y alimentos, y donde su viaje es detenido o al menos obstaculizado. Los documentos provisionales que les expiden no valen ni la tinta con la que están escritos. En la frontera con el país siguiente son detenidos nuevamente. Sus posibilidades de conseguir un permiso de estancia o de obtener un trabajo son muy pocas. Los países participantes no les dan ninguna respuesta hasta que se les termina el plazo, luego son apresados y deportados a su país de origen. Lo que allá les suceda poco importa a las oficinas burocráticas.

Junto a una «política de asilo» racista y misántropa, Europa también se distingue por su ceguera ante las evoluciones de la extrema derecha. Los partidos políticos cuya orientación ideológica se ocupa esencialmente de ambiciones autoritarias, de azuzar contra las minorías, de la aclamación nacional y de la patria, pueden acudir sin problemas a la contienda electoral. Las marchas nazis, las declaraciones antisemitas, las agresiones y expulsiones de personas pueden llevarse a cabo sin la intervención oficial.

Lo que es bueno para la economía también es bueno para la gente. En el contexto internacional poco se modifica el efecto de la realidad: regiones destruidas, agua contaminada, personas desplazadas y amenazadas aquí y allá. Empresas transnacionales -frecuentemente arraigadas en Europa- llevan a cabo sus pequeñas y grandes guerras en complicidad con los gobiernos, contra los países y pueblos que pierden la tierra y la vida.

Los medios que pudieran informar están en manos de los poderosos o expuestos a la represión masiva. A fin de cuentas, el futuro depende de la gente comprometida. Soy fotógrafa “por la libre” y enseño en una escuela técnica. Parte del programa es el análisis crítico de imágenes y contenidos de los medios, para ver quiénes o qué están detrás. El conocimiento de proyectos que informan acerca del revés de la medalla, que no se doblegan ante las corrientes en boga, sino que informan con valor sobre las causas y correlaciones, ésa es otra parte del programa docente. Otro aspecto es el hecho de que la producción en los medios independientes ofrece la posibilidad de influir, de poder influir, de ser parte activa de la sociedad. La mayoría de mis trabajos fotográficos se ubican en el ámbito de la documentación. Movimientos sociales y sus formas de acción, individuos y mayorías, cambios imperceptibles de lugares y su efecto sobre la gente, esos son los temas que me ocupan.

Me parecen esenciales las redes de izquierda -tanto en el contexto nacional como internacional- como gérmenes en resistencia contra este sistema El intercambio de informaciones, las acciones conjuntas y la actuación solidaria que traspasa los alambrados y murallas de los poderosos, de modo que algún día caigan y no puedan ser reconstruidas. Sueño con la palabra «dominación» como conjunto desconocido de letras que nadie entiende porque ya no tiene uso práctico.

Publicado el 01 de Noviembre de 2011

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