La educación que queremos

Claudia Korol

Una gran movilización por el derecho a la educación pública conmovió nuestro país. No solo marcharon quienes son parte de la universidad, sino también muchos sectores que los acompañaron. Trabajadoras/es, piqueterxs/ pueblos originarios/ movimientos populares que entendieron que pararle la mano a los fachos, exige de la unidad más amplia, y que a la vez no son indiferentes al imaginario que coloca a la educación como dato de identidad.

Sería deseable que en otras movilizaciones, como las que se hacen por el derecho a la alimentación, al trabajo, al territorio, a la salud haya reciprocidad. Que lxs estudiantes, lxs profes, salgan a las calles por el derecho a una vida digna.

Muchas, muchos dijeron con sus carteles, o en las redes, que son lo que son por el acceso al estudio universitario. Todos, todas, todes, podemos afirmar también que no seríamos nada sin alimento. Ese alimento que producen las campesinas, los campesinos, ese agua que defienden los pueblos en sus territorios.

Sería también necesario que no reforcemos el imaginario de la universidad como factor de ascenso social, en una cadena de valoración de los saberes que van desde abajo -donde estarían los que no tuvieron acceso al estudio-, hasta la cumbre de la hegemonía, que la constituye la educación universitaria.

Esta enorme movida de docentes, estudiantes, nos puede ayudar a poner en diálogo, en debate, qué educación queremos, interpelando los fundamentos coloniales, liberales y patriarcales que predominan en la educación pública. Defender la educación pública, desde el pensamiento crítico, sin condescendencias a la fascinación que obnubila el cuestionamiento a los roles que tiene la universidad en políticas de investigación, o en programas de estudio, funcionales a la dominación, al extractivismo, al androcentrismo, e incluso a las lógicas profundamente coloniales y racistas.

Cuando saludamos a los hijos e hijas, hijes de trabajadorxs que hoy acceden a la educación pública académica, no olvidemos que la mayor parte no llega, y que si llega no puede completar los estudios. Por eso, parafraseando Che, es un buen momento para que la universidad se pinte de negro, de indio, de mulato, y que abra sus puertas, para salir a las calles, pero también, para que entre al pueblo a las aulas, no solo a estudiar, sino a dar clases de resistencia y de dignidad.

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