Caen las torres de Asarco, símbolos de la frontera y la contaminación

Juan Carlos Martínez Prado

Ciudad Juárez, Chihuahua. La empresa fundidora Asarco logró contaminar con el derrumbe de sus torres, aún después de 14 años de su cierre, los cielos y aguas de Ciudad Juárez y El Paso, con la complicidad de instituciones de México y Estados Unidos. Por ello, vecinos de ambos lados de la frontera la declararon “Monumento a la Deshumanización y a la Barbarie”.

El posicionamiento de los habitantes transfronterizos, pertenecientes a una micro región compuesta por las ciudades de Juárez, México, y El Paso, Texas, nació a raíz del sorpresivo anuncio de la fundidora de que demolería dos viejas y gigantescas chimeneas industriales -en su tiempo, las más altas del mundo- que la empresa mantuvo funcionado durante casi 50 años a menos de 300 metros de territorio mexicano. La preocupación de los activistas creció al saber que para la destrucción de las chimeneas no se presentó de manera transparente un estudio de impacto ambiental ni se consideró previamente a las voces ciudadanas que manifestaron oposición.

Agrupados en el Colectivo en contra de la Demolición de las Chimeneas de Asarco y en El Paso AWARE, juarenses y paseños, respectivamente, aprovecharon el anuncio de la compañía, propiedad de la familia Larrea -dueña del Grupo México- para exhibir los daños al medio ambiente y a la salud humana que esa empresa produjo en la región fronteriza durante los últimos cien años. La fundidora cerró sus operaciones en 1999.

El 6 de abril, en medio de una tarde polvorienta y frente a la línea que marca uno de los puntos donde termina y comienza Latinoamérica, a los medios no les interesó preguntar de quién fue la hechura de una inmensa manta roja y blanca que los activistas de ambos lados desplegaron para unificar su protesta. Roberta García, habitante de la colonia Altavista, cortó y cosió hasta las dos de la madrugada la insignia de más de 15 metros que los activistas mostraron frente al imperio. Originaria de El Progreso, Zacatecas, Roberta García, de 58 años, ex trabajadora de diversas maquiladoras en Ciudad Juárez, fue una de las tantas colonas de la periferia juarense, quien junto a su hija Luz Martínez,  que se sumó y coordinó la movilización contra el derrumbamiento de las chimeneas de Asarco. El derrumbe se concretó el 13 de abril.

La declaratoria ciudadana –conocida como la “Declaratoria de la Casa de Adobe”- asienta que el título de monumento a la barbarie corresponde también a todas aquellas empresas transnacionales que, como Asarco, contaminan el medio ambiente y ponen en peligro la vida y la felicidad de las personas en el mundo.

Como esperaban los promotores de la declaratoria, la prensa local no registró la médula del acto. Aunque diversos medios juarenses cubrieron el evento, sólo una televisora paseña, el canal 26, dedicó un minuto al contenido de la Declaratoria.

Daños a los más pobres

Amparados en estudios de las universidades de Missouri, Texas y Colorado, los activistas señalaron a Asarco como responsable de las altas concentraciones de plomo, zinc y arsénico en el suelo y el agua de esta frontera.

Los colectivos exhibieron un estudio de la Procuraduría Federal de Protección del Medio Ambiente –dependiente de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales de México- que en 2003 dibujó un cuadro de salud pública crítico entre habitantes de las colonias Felipe Ángeles, Ladrillera y Anapra, en Ciudad Juárez. Según el estudio, los moradores de dichas colonias, sobre todo niños, presentaron plomo en la sangre por arriba de los niveles permitidos.

Ubicadas en el poniente de la ciudad, las tres colonias a las que se refiere el muestreo son de extracción obrera. Su aparición en el mapa fronterizo se dio con el boom de la industria maquiladora en los años setenta, y su ubicación en esa zona, una de las más deprimidas de Ciudad Juárez, se debe a la exclusión territorial de la mano de obra barata en la frontera. Los asentamientos Felipe Ángeles, Ladrillera y Anapra aumentaron exponencialmente su población en las últimas décadas al lado de Asarco, una empresa que en años de su máxima capacidad extractiva produjo hasta 120 mil toneladas anuales de cobre y 300 mil de ácido sulfúrico.

Propiedad de los mismos dueños de la trágicamente celebre mina Pasta de Conchos -ubicada en el norteño estado de Coahuila y en la que 63 mineros murieron sepultados en 2006-, Asarco cerró sus instalaciones en El Paso, Texas en 1999, después de verse envuelta en una serie de escándalos y demandas de carácter ambiental (interpuestas en su contra no sólo por antiguos trabajadores suyos sino por el propio estado de Texas). Pese a ello, dejó erguidas sus chimeneas.

Al declarar a Asarco como Monumento a la Deshumanización y a la Barbarie, los activistas de ambos lados de la frontera pusieron el dedo en la llaga y abrieron la discusión sobre temas que al parecer poco interesaban a los fronterizos, pero que en estos días saltaron a su mesa.

Uno de los temas en la mesa es el acto de omisión de la Agencia para la Protección del Medio Ambiente de Estados Unidos (EPA, por sus siglas en inglés) y de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales de México (SEMARNAT), al autorizar a Asarco la demolición de sus chimeneas como si se tratara de un asunto de rutina y sin exigirle los estudios correspondientes.

Otro tema que se puso sobre el tapete fue el riesgo de ruptura de diversos acuerdos firmados entre México y Estados Unidos, referentes al cuidado ambiental de la frontera por parte de ambos países.

Concretamente, los ambientalistas se refirieron a la falta de cumplimiento al Programa Frontera 2012 -firmado entre la EPA y SEMARNAT-, que en sus líneas centrales compromete a ambas instancias a “desarrollar una política binacional de limpieza y restauración que resulte en el uso productivo de sitios abandonados y contaminados con materiales o residuos peligrosos a lo largo de la frontera”.

De espectáculo a pánico

En los días previos a la demolición de las chimeneas, la preocupación ciudadana recibió por parte de la EPA y la SEMARNAT respuestas vacuas. Ana María Contreras Vigil, directora general de Calidad del Aire de SEMARNAT, señaló a una comisión del colectivo juarense –con el que se entrevistó el 11 de abril- que la dependencia a su cargo no puede hacerse responsable sobre daños al suelo y al agua después del estallamiento de las dos torres de Asarco, y agregó que tal derrumbamiento no iba a contaminar el aire de la frontera.

El sábado 13 de abril, la declaración de la funcionaria cayó al vacío junto con las chimeneas. Una espesa nube de polvo de casi 60 metros de altura se levantó sobre las colonias aledañas a Asarco. Lo que los diarios locales promocionaron un día antes como un espectáculo digno de trasmitirse en tiempo real terminó por convertirse en una escena pavorosa: cientos de curiosos que llegaron hasta el lugar para presenciar la demolición salieron en estampida para evitar ser atrapados por la nube contaminante.

Según el Diario de Juárez, el periódico de mayor circulación de esta ciudad y uno de los periódicos que montó un equipo especializado para trasmitir vía internet los pormenores de la demolición, la densidad de la nube levantada después del derrumbe de las chimeneas impidió la visibilidad en la Universidad de Texas, en el centro del El Paso y en el cruce internacional Santa Fe. Los dos últimos puntos geográficos a los que aludió el rotativo se encuentran ubicados a más de 10 millas de la empresa clausurada.

Sobre la nube de polvo levantada por la desaparición de las chimeneas quedaron flotando varias interrogantes que sólo el tiempo despejará. Los vecinos aledaños a Asarco se preguntan si la demolición precipitada de las dos chimeneas será capaz de borrar las evidencias de muerte y ruina que para miles de juarenses y paseños significó la existencia de esa empresa en la zona.

Los habitantes de esta frontera se preguntan, además, si la comunidad no tenía  el derecho de exigir otro destino para las torres de Asarco, cuyo desolador paisaje les perteneció durante casi medio siglo. Las chimeneas constituyeron por décadas el santo y seña de un foco que contaminó la frontera. ¿Acaso la memoria colectiva no tenía derecho de preservar la estructura como símbolo y conciencia de lo que no debe suceder ni repetirse en cualquier comunidad del mundo?

Es de vital interés simbólico la Declaratoria de la Casa de Adobe, cuyo nombre se debe al lugar donde se dio a conocer este documento, entre los límites de México y Estados Unidos. Allí los activistas al levantar su voz de indignación, construyeron con piedras una tumba y una cruz, como símbolo de dolor que significó Asarco para sus trabajadores y para los habitantes de esta franja fronteriza.

Publicado el 22 de abril de 2013

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