Buenos Aires, Argentina.“Las chicas jóvenes, creo o afirmo, somos las más sufridas en la cárcel, porque nos subestiman la experiencia y la edad, no conocemos nuestros derechos, no nos informan cuáles son… Este lugar está poblado de ignorancia de ambas partes. Hay castigos sin motivos, tanto psicológicos, como también físicos. Las jóvenes somos más sensibles a la provocación, somos contestatarias, y más aún cuando estamos carentes de familia. Justamente por eso, es mayor el abuso”.
Quienes escriben son algunas de las jóvenes presas en la cárcel de mujeres de Ezeiza. Lo hacen en el marco del Taller de Periodismo que estamos realizando desde el Equipo de Educación Popular Pañuelos en Rebeldía, junto con la Agencia Rodolfo Walsh. Ellas van contando sus historias, relatos diferentes que se hilvanan en el laberinto de la exclusión social.
“Les queremos contar nuestra historia desde que estamos privadas de nuestra libertad. Hemos vivido muchas cosas malas y buenas en este lugar. Cuando llegamos nos pusieron en un cuadrado de 2 por 2 llamados “tubos”. De ahí nos llevaron a un pabellón de menores al otro día. A pesar de todo hemos conocido a mucho tipo de gente en este lugar.
“En el lugar en que viví un año, en Menores, estaba bien, con compañeras de mi edad, chicas con una vida ya recorrida para la edad que tenemos.
“La gente piensa que nosotras hacemos las cosas porque nos gusta y no es así. Sé que elegimos un camino que no es el correcto, pero así es como aprendemos las cosas de la vida. Por estar acá supuestamente salís adaptada para la sociedad, pero lamentablemente la sociedad no se adapta a nosotras”
Cada miércoles las encontramos. Se multiplican las historias de dolor, de aislamiento, de abandono. Tardan un tiempo en “aterrizar” en el taller. Antes hay que vivir el ritual del encuentro, de la descarga de tensiones, de los muchos gritos con los que las más jóvenes se comunican, con los llantos, las risas fuertes, los empujones, las ausencias, los besos, los amores entre mujeres, los desamores… Hasta que llegan de verdad y dicen.
“La otra noche empezamos a escuchar disparos arriba del techo con mis compañeras. Pensamos que los “cobanis”[1] estaban borrachos, porque siempre hacen lo mismo. Jamás creímos lo que iba a pasar: viene una compañera del cuarto de al lado y nos dice que había dos chicas tiradas en el campo. Al asomarnos vimos que sí, que había dos chicas tiradas en el suelo, rodeadas de toda la requisa. Las apaleaban ya estando esposadas. Cuando empezamos a gritar y golpear las ventanas para que las suelten, las levantaron y las pusieron contra la pared. Después se acercó un coche que frenó frente a ellas, y de él bajó el Jefe de Seguridad Interna con un palo. Las empezó a agarrar a palos. Se las llevaron. Reclamamos a la Jefa de Turno. Se acerca y dice que nos quedemos tranquilas, que son sólo “dos chicas de Menores” (de 18 a 20 años). Le dijimos que cómo nos vamos a quedar tranquilas sabiendo que son dos menores, que igual fuese quien fuese es lo mismo, que eso no se hace. Somos personas, no basura que ellos pueden golpear.
“Mi dolor era saber que eran mis compañeras de Menores, con las que viví un año. Ver cómo les pegaban siendo tan chicas, ver que las golpeaban tanto con palos, puños y patadas.
“Nosotras, como todo el penal, hicimos “bondi”[2] para que las dejen de maltratar. El pabellón 12 optó por prender fuego para que dejen tranquilas a nuestras compañeras. El jefe de Seguridad Interna y la Jefa de Turno ya estaban desbordados por la situación. No querían sacarlas del pabellón sabiendo que en el mismo hay abuelas que se estaban asfixiando, como las doñas de nuestro pabellón. Empezamos a reclamar “Centro Médico” para las chicas, y que sacaran a las compañeras del 12. Deciden sacarlas y llevarlas al SUM. Nosotras hicimos lo posible para calmarnos y calmar a las compañeras que les hacía mal el humo.
“A la media hora entra toda la requisa al pabellón, nos cuentan, revisan la habitación y nos engoman[3], nos dejan incomunicadas durante 30 minutos.
“A todo esto la requisa resuelve entrar al 23 (Menores), requisan a nuestras compañeras y se las llevan al Sector A, que son los tubos[4]para golpearlas por “cómplices del intento de libertad”, o sea fuga. Después de golpearlas brutalmente, a su manera, ellas vuelven como a las 05:00 (a.m.) al pabellón donde estaba todo roto, tirada toda la mercadería. Les habían sacado los electrodomésticos, no tenían nada. Ya golpeadas, las celadoras no les pasan cabida y las dejan así, mientras a las dos menores –después de pegarles en otro lado-, las llevan para los tubos, dejándolas incomunicadas y sin cosas de higiene, ni nada por el estilo. Les dieron 15 días de sanción ahí adentro, sufriendo de hambre, soledad y tristezas.
“Por todo lo que vivieron y pasaron están ahí, solas en las oscuridad y en silencio. Porque las mismas jefas de Menores no les pasan cabida, como si mis compañeras no tuvieran derechos. No les importa, total ellas vuelven a sus casas con sus hijos, como si nada, sin pensar que mis compañeras también son personas”.
Precisamente uno de los objetivos del sistema carcelario es despersonalizar a las presas, hacerlas sentir que no son nada. El castigo, la tortura física y psicológica, siguen siendo una práctica frecuente en las cárceles, donde se depositan a cientos de jóvenes pobres. La violación a los derechos humanos, es un dato cotidiano en un régimen militarizado, que lejos de buscar la “resocialización”, tal como proclama, viene siendo un lugar en el que se redoblan los mecanismos de exclusión. La criminalización de la pobreza es absolutamente funcional a las políticas del capitalismo del siglo XXI.
Señala el informe del CEJIL (Centro por la Justicia y el Derecho Internacional – Informe 2006) sobre mujeres privadas de libertad: “Finalmente, las instituciones cuentan con escasos programas de rehabilitación. En Argentina, desde la sanción de la ley de drogas, en el plazo de diez años, la población carcelaria de mujeres se incrementó en casi un 300%. Las mujeres más jóvenes ingresan en su mayoría con problemas de adicción, pero en las Unidades 3 y 31 de Ezeiza el único programa implementado es el “Programa de Tratamiento para Mujeres Presas Drogadependientes”, respecto del cual los testimonios dan muestras claras de su inutilidad. El personal afectado al tratamiento es mínimo, lo que da cuenta de que el supuesto pilar de la justificación de la cárcel, no representa en el presente una preocupación penitenciaria en el ejercicio cotidiano de sus prácticas. Asimismo, un estudio realizado en Argentina, ha dado cuenta de que el 84 % de las mujeres condenadas había sido víctima de violencia en el ámbito familiar; sin embargo, los centros de detención no cuentan con un programa de atención para esta problemática”.
Escriben en el taller, las jóvenes mujeres:
“Yo quiero que se sepa que la sociedad muchas veces nos juzga sin saber por qué y cómo una viene a caer. En una cárcel hay de todo, como en la calle. Algunos por necesidad, otros por la maldita droga. Hoy en día juzgan mucho a los jóvenes que se drogan. Y ¿por qué no se ocupan de cerrar la frontera y que no negocien más los narcos, y arruinen las vidas de muchos? Creo que el mundo está cada vez más loco, pero no por los jóvenes, sino por la droga y el mismo gobierno”.
“Yo quiero que sepan que la droga te arruina, la pasta base te mata, te lleva a hacer cosas que nunca imaginaste. Por eso hay que tomar conciencia de lo que querés. ¿Vivir o no? Si querés, ¡podés! Si te tirás abajo siempre la que va a terminar perdiendo sos vos… Y aunque nos digan que estando acá nos están rehabilitando para el día de nuestra “libertad”, que estaremos aptas para la sociedad, sabemos muy bien que así no es. Es más, si pueden bajarnos la autoestima, lo hacen con mucho gusto. Dicen que la vida no es como la ves. Para aprender hay que caer. Para ganar hay que vencer”…
La batalla por sobrevivir no es fácil. Las mujeres jóvenes en la Cárcel, no tienen más ayuda que la que puedan sacar de sus propias fuerzas. Dice el informe citado:
“La falta de adecuada atención psicológica, sumada a la concepción estereotipada de la mujer encarcelada como una persona “conflictiva, histérica y emocional” conlleva que en las cárceles de mujeres se suministre más medicación. Así en el tratamiento penitenciario de las mujeres predomina un enfoque psicoterapéutico, por encima del resocializador. Por ese motivo, el nivel de prescripciones de tranquilizantes, antidepresivos, y sedantes que se facilita a las mujeres presas es, en general, mucho mayor que entre los hombres en la misma situación. Ello no es extraño si se tiene en cuenta que, a lo largo del tiempo, la perturbación mental ha sido considerada una de las causas más importantes de la criminalidad femenina y, por tanto, la medicación y el internamiento psiquiátrico era y son, todavía en muchos casos, prácticas habituales en el campo penitenciario. Los trabajos que estudian el suministro de medicamentos y drogas en mujeres presas develan que éste es parte del tratamiento proporcionado a mujeres con la intención de corregir su desvío o de mantener el orden. El tratamiento a través de drogas puede resultar sumamente perjudicial para las mujeres, no sólo por los efectos dañinos que provocará en su salud, sino también porque limitará sus habilidades para defenderse en caso de haber cometido una falta o aún encontrarse sometida a un proceso judicial”.
Más de una vez las muchachas llegan al taller perdidas, “empastilladas”, pasadas de sedantes. La rebeldía tiene que ser “tratada”, y los recursos al alcance son los golpes, llevarlas a los tubos, castigarlas con un envío al pabellón penitenciario del hospicio de mujeres, o mantenerlas “sedadas”. Llega un momento, si esto continúa, que estar drogadas es la manera que las mismas chicas encuentran para seguir soportando tantas negaciones del mundo real.
“Hay veces que nos dañan psicológicamente sin saber que nosotras sufrimos por nuestros seres queridos. Que hoy en día, por ejemplo, mi hermano, quedó solo después que yo caí detenida, y se colgó con la pasta base. Y la sociedad no se ocupa. Miles de veces traté de que lo ayuden, pero es como que no me dan bola y eso me hace mal, porque ni siquiera me dan una ayuda para cuando me vaya y pueda ayudarlo. Desde nuestro punto de vista queremos que abran un poco los ojos, y se den cuenta que pueden mejorar esto y sacar adelante a toda esa gente con problemas de adicción que sí quieren cambiar. Y la sociedad, gobierno, o yo que sé, no hacen nada para que se rehabiliten y no sigan con esa maldita droga QUE TE MATA y no tiene salida sin una ayuda”.
Ellas, las jóvenes excluidas, presas, olvidadas, quieren que se sepa… el llamado suena a veces como un eco lejano, y no sólo para el poder… incluso para quienes se dicen defensores o defensoras de los derechos humanos… incluso para quienes se dicen “de izquierda”. Una vez depositados en las cárceles, esos cuerpos no tienen derechos.
Ellas, las muchachas presas, quieren que se sepa… no mucho… que existen… que están perdidas en el laberinto de la exclusión social… y que en algunos casos, buscan la salida. Estudian, trabajan, cuidan a sus pequeños hijos o hijas (la mayoría han sido madres adolescentes). Las salidas son pocas, casi ninguna… El suicidio y las muertes rondan sus pequeñas vidas como una permanente tentación. Ellas escriben. Quieren que se sepa que son personas.
Un gran silencio social las rodea. Las dos horas del taller han terminado. Abrazos, y hasta la próxima.
Ellas vuelven a los tubos, a los golpes, a las pastillas, al fondo del laberinto. Nosotras volvemos al mundo que no quiere verlas. Un mundo ciego, condenador y violento. Un mundo sordo, castigador, que ha vuelto todo descartable, hasta la vida.
Desinformémonos, les digo, es un lugar donde su palabra será escuchada. Hablamos de México, un lugar que para ellas no queda más lejos ni más cerca que otros, porque todo lo que está detrás del muro queda igualmente distante. Hablamos de los y las zapatistas, de las jóvenes mujeres indígenas que tejen los telares de la libertad. Hablamos de los caracoles, que quedan a la vuelta del laberinto… Hablamos de un lugar donde sus voces serán escuchadas. Ellas quieren que se sepa, que escriben esto para ustedes, para los olvidados y olvidadas de este tiempo.
Publicado el 01 de Noviembre de 2011
[1] Del lunfardo, guardiacárcel
[2] Del lenguaje “tumbero” o carcelario, es hacer desorden para lograr un objetivo, crear “quilombo”.
[3] Del lenguaje tumbero, “encierran”
[4] Celdas de castigo y aislamiento
La deshumanización en los sistemas carcelarios parece ser un mal universal, pero en el caso de la Argentina existe el antecedente de los regímenes militares que dejaron a muchos individuos con trestornos permanentes, y no sería extraño que algunos guardias del Penal de Caseros y otros de la antigua Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), sean hoy guardias en las cárceles.
Para quienes tuvimos la ingrata oportunidad de ver de cerca el modo de operar de aquellos militares, pasada la Guerra de las Malvinas, no nos extraña lo que sucede hoy en esas cárceles de Argentina. Aunque nos duela decirlo, los últimos regímenes civiles, incluidos los de los Kirchner debieran prestar atención a esas injusticias y evitarlas.
Pues sólo los gobiernos con auténtico interés en las personas podrán cambiar situaciones tan ingratas como las sufridas por quienes se ven privados de su libertad.
Es importante denunciarlo, una manera de apoyar los cambios que sean necesarios.
Antonio Cantú Puente
Jefe de información en Ahí Semanal, en
Aguascalientes, Aguascalientes, México.
muy buena la nota. Otro mundo es posible, otra vida es posible, otra mirada es posible. No estan solas