“Vivo con lo que necesito y así soy feliz”: Isidro, jornalero colombiano

Testimonio recogido por Arturo Buitrago en Medellín, Colombia.

Camina siempre con la mirada hacia abajo, como si la vida, en su dureza, le enseñara a estar así, mirando ese suelo, que no es asfalto sino tierra y que lo mantiene vivo gracias al cultivo de alimentos. Busca siempre dónde aparcar una pequeña esperanza en forma de semilla, verla crecer, sufrir con los cambios de clima, recoger sus frutos y luego venderlos.

Isidro, como es habitual en los hombres dedicados al campo y a la soledad, en esos que viven a diario de su pequeño pedazo de tierra, no sabe leer ni escribir; a duras penas aprendió a sumar y multiplicar, pero sí que conoce bien qué es restar. Sin embargo, esa vida le enseñó que vivir es mucho más que los billetes llenos de tierra que guarda en el bolsillo de su pantalón.

Yo vivo abajo, cerca del parque de San Antonio de Prado, uno de los corregimientos de Medellín, en una pequeña pieza que tiene una cocina, un cuarto y el baño; es suficiente para mí solo. Desde hace más de 15 años trabajo mi propia tierra; lo digo como propia porque aquí he sembrado y me he sembrado al lado de esas matas de mora que cultivo.

Todos los días subo a ese lote a pie. No vale la pena pagarle a un carro 7 mil 500 pesos para que me traiga, eso es mucha plata para todos los días. Salgo de la pieza tipo a las cinco de la mañana, y regularmente me demoro 40 minutos caminando sin afán; qué afán voy a tener, si yo mismo me mando.

Antes de llegar acá trabajé como jornalero en muchas de las fincas de este sector de Prado. Me pagaban bien poquito; y fue en una de esas jornaleadas que le trabajé a Jota, el dueño de toda esa parte de la montaña. Jota, para mí, fue un santo. Cuando jornaleábamos -porque él era de los que también cogía el azadón igual que nosotros para sembrar y abonar- y llegaba el momento para descansar, nos sentábamos a almorzar juntos y compartíamos la comida. Jota siempre le agradeció a su papá por haber comprado esta tierra. Él, como único hombre de los hijos tuvo que cuidarla y cultivarla; ésa fue su herencia.

Recuerdo mucho que Jota sembraba, además de los productos que más se vendían como el tomate, cilantro y cebolla larga, otros pocos comunes; recuerdo que una vez sembró dizque la comida para astronautas, unos cereales que cultivaban los indígenas, llamada quinua.

En una de esas jornaleadas me di cuenta de que Jota tenía un pedazo de loma donde no cultivaba nada, lleno de rastrojo y maleza, y fue cuando le dije que estaba cansado de trabajarle a otros donde pagaban bien poquito y le tocaba a uno lo más duro. Es que después de los 40 años uno empieza a sentirse más cansado y no rinde como cuando joven. Le propuse que me alquilara ese pedazo de tierra para trabajarla. El trato que realizamos fue entre buenos amigos: él me dejó organizar el terreno a cambio de que cada mes, en vez de arriendo, le diera el 10 por ciento de lo producido; para mí era muy bueno, ya que tendría independencia y no me preocuparía tanto por pagar una renta fija aparte de lo producido.

Jota tenía una camioneta blanca, cuadrada y muy grande, que en otro tiempo fue utilizada para transportar panes; en Prado solo había dos de esas. En ella bajaba los productos al pueblo y así mismo la cargaba con los abonos para sus matas y las mías; era muy bueno porque él no me cobraba el transporte para mi abono, sólo era que yo le ayudara a descargar los bultos de abono y ya. Además, el carro le servía para trasportar todo tipo de trasteos, era una entrada extra de dinero que le daba para invertir en sus cultivos, en especial cuando construyó ese invernadero al lado de la carretera.

Pero de esas cosas de la vida, hace tres años, un jueves, Jota no apareció en el cultivo y empezaron a buscarlo. Lo encontraron muerto dentro de su carro en Las Playas, una de las veredas de acá que queda por ese lado de la montaña. Lo habían asesinado unos muchachos que le estaban cobrando una plata que supuestamente debía, y como él insistía en que no le debía dinero a nadie, allí quedó; lo triste es que lo habían confundido con el dueño de la otra camioneta blanca que había en el pueblo.

Desde que Jota murió esto es más difícil y con más incertidumbre de mi estadía en este lote. Al principio, los familiares querían que yo les pagara una renta fija mensual, pero logré convencerlos de que siguiéramos con el mismo trato que tenía con el difunto Jota; y desde hace un año quieren vender todo el lote, pero como piden mucha plata por él nadie lo quiere comprar, para mi tranquilidad. ¿Qué voy a ponerme a hacer si venden todo esto? A uno, bien viejo, no le rinde el trabajo para jornalear en el campo.

Hay momentos del año en que la producción de mora aumenta y a uno le queda muy duro. Yo lo hago todo: desde sembrar, abonar, fumigar, envarar, desyerbar, empacar y hasta vender; pero mientras uno está por un lado desyerbando, por el otro ya está caída la mora y se pierde; por eso a veces no da tiempo para nada.

Por eso conseguí un socio. Al principio, él llegaba al cultivo los miércoles y sábados, ayudaba a empacar y la llevaba a vender; yo se la dejaba bien barata y para mí era muy normal. En esos meses que yo no vendía la fruta, los clientes empezaron a quejarse porque él les cobró más por una bolsita más pequeña. Lo triste es que en un acto de confianza, de amigos, yo se la estaba dando a casi la mitad de lo que yo la vendía. No era justo de que yo me matara toda la semana y él en dos días se la ganara casi toda sin mucho esfuerzo. Duramos como tres meses de socios, me sentí como explotado; preferí quedarme como estaba, solo, haciendo todo.

Hay algo muy cierto: si uno quiere vivir del campo en estos momentos, la mejor solución es hacer como yo hago, aunque no quede tiempo para casi nada; eso sí, desde que tengo este lote nunca más trabajo los domingos ni me mato tanto, aunque no tengo nada en la vida, ni casa, ni tierra, ni familia. Estoy solo y creo que eso fue porque durante casi toda mi vida me dediqué a trabajarle a otros todo el día y todos los días.

Ahora mi vida es mucho más tranquila y la disfruto más, aunque creo que si volviera a nacer terminaría la escuela para aprender a leer y a escribir, y trabajaría para mí desde el principio, es la única alternativa para no sentirse como explotado, sea por quien sea.

Esta vida del campo es muy dura. Mientras uno está solo todos los días, una buena compañía es prender la radio. Me gustaba mucho escuchar las noticias mientas subía al lote para estar dizque bien informado, en especial sobre lo del cambio del clima, que anda más loco que nunca; pero hace varios meses ya dejé de escucharla por todas las mentiras que nos dicen; la otra vez dijeron que iba a llover todo el mes, me preparé para el invierno, y mentiras: conseguí hasta una carpita y no llovió nada. En esos días me dije que todo lo que decían en la radio eran puras mentiras. Es mejor poner musiquita.

Prefiero estar tranquilo, vivo con lo que necesito y así soy feliz. Lo dejo, que voy a buscar los frisoles, ya es tarde, y llevo esta canasta llena de mora que tengo que vender. Ajualá no llueva mucho hoy.

02 de marzo 2014

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