Casa Corason. Mujeres en la música

Mary Farquharson

Valeria Rojas, Río revuelto

Foto: Rodrigo Vázquez

Hay un río que viaja por las Américas. Cruza fronteras, pasa por campos, toca puertas, absorbe lágrimas, baña los recuerdos ocultados y resalta el amor entre hermanas y hermanos. El agua dulce de este río revuelto va cambiando de tono y de texturas. En él navega Valeria Rojas. Para ella, el río es la música que ella escoge e interpreta con cuidado y con buen gusto. Este río revuelto es lo que la ha salvado la salvará.

Valeria es mexicana, pero creció en California, Estados Unidos, en un lugar árido, con vacas y con pocos árboles. Desde chica encontró en la música la compañía, la alegría y un espacio en donde jugar bonito con la maldita melancolía. Ella y su hermana –desde muy niñas– vivían entre migrantes del sur del Continente; cada vecino tocaba su propia música y los diferentes cantos en español se juntaron para crear en Valeria su primera identidad: la de latina.

Las dos hermanas se sintieron latinas y escuchaban la música de protesta y de utopía de su padre en casetes prestados por la Biblioteca Publica en Riverside, California. Escuchaban música durante muchas horas, día tras día, aprendiendo a imitar la voz de los diferentes cantantes. La hermana mayor cantaba la primera voz y Valeria respondía con una segunda: grave y expresiva.

Cuando Valeria cumplió 18 años, su papá llevó a las dos hijas de regreso a México. Vivían en Jalapa, tierra de la familia de él. Allí, Valeria se reconoció como mexicana, pero una mexicana sin la misma historia de infancia de sus vecinas y amigas. Esta carencia le duele todavía. Fue la música que le ayudó y en este caso la música fue el son jarocho. Se enamoró del poder de las jaranas y de la voz aguda. En Jalapa se paraba frente al Patio Muñoz, en donde escuchaba a grupos jarochos con sus jaranas y sus quijadas, con sus versos decimales y la voz aguda. Valeria pagó sus primeras clases de zapateado allí, con los quesos que ella misma vendía.

Cortesía de Valeria Rojas

El son jarocho le sigue fascinando; lo interpreta a su manera, con cambios que acomodan su canto más grave, más pulido y más afín a la canción latinoamericana y el bolero. Ella no tiene la voz campesina de las jarochas portadoras de la tradición:- aguda, suelta, capaz de proyectarse por los llanos- pero temas como “Las poblanas,” suenan muy bien con la ropa nueva que ella les pone. Su voz suena entrenada; con palabras esculpidas y enunciadas con mucho cuidado. Valeria explica que su escuela es la de la calle: en los peseros aprendió a pararse bien, con los pies plantados, para que los pasajeros escucharan lo que ella cantaba.  En el metro, aprendió a proyectar su voz por encima del ruido. Cuando la ves en el escenario hoy día, encuentras a una artista con mucha presencia física, con el torso recto y una voz que penetra y conmueve.

Valeria estudió antropología social en la Escuela Nacional de Antropología e Historia en la Ciudad de México y gracias a esta preparación académica, conoció a músicos tradicionales de distintas regiones del país. Aunque para ella el son jarocho sigue siendo el género tradicional que más le gusta, aprecia el son huasteco, las chilenas y otros estilos creados y recreados en las comunidades que ella conoce. Más grande, Valeria aprendió a pulir y a reinterpretar estos y otros ritmos latinoamericanos, ya como cantante del icónico grupo Los Folkloristas. Esta escuela se aprecia en temas como “Tú que puedes, vuélvete”, en el que se entrega emocionalmente, con una voz cuya calidad y claridad son formidables.

Con su voz pulida y su presencia siempre elegante, Valeria canta la música de los pueblos y de las ciudades con una sola sensibilidad, que es la suya. Deja clara su enorme admiración por compositores como Atahualpa Yupanqui, impecable poeta y músico campesino; igualmente por Bola de Nieve, cuyas canciones de cuna como “Belén” son capaces de silenciar hasta a un público coctelero en un antro urbano.

Cortesía de Valeria Rojas

En “Las Poblanas”, Valeria invita al reconocido músico jarocho Ramón Gutierrez y a su hijo, Santiago, a cantar con ella. El resultado es un delicioso son universal, con poesía anónima que cuenta la salida en tren de una mujer bella, con ojos de obsidiana y labios gruesos. El arreglo te lleva al mismo andén, a compartir la melancolía de la poblana al subirse al tren que la llevará muy lejos.  El tren también figura en “La pajarera”, el delicioso pregón de las mujeres que vendían pájaros vivos a los pasajeros que viajaban en tren, entre Veracruz y la Ciudad de México.

En este disco, el tema que más te acerca al campo es “Que yo me voy pa´l monte”, una de dos colaboraciones con artistas de Colombia. Esta bella canción campesina, conocida solamente en la misma comunidad y entre musicólogos locales, rememora el estilo de la canción guajira del cubano Guillermo Portabales.

Para Valeria, el río revuelto nace en California, al norte de aquel río de los sueños, bravo, como es su nombre. De esa tierra norteña, Valeria canta varios temas, incluyendo “Motherland”, de la gran cantante Natalie Merchent que, igual que Valeria, no cabe en ninguna caja o categoría musical. Es un lamento muy poderoso que expresa la duda que nos toca siempre a las migrantes: ¿Soy de aquí? No sé, No sé. No sé todavía.

La voz de Valeria en otro de los temas que canta en inglés: “When I Get Low I Get High”, juega deliciosamente con los bajos y altos de la voz sublime de Ella Fitzgerald, la gran dama del jazz estadounidense. El tema suena como un tributo personal a Ella, y como tal tiene mucho encanto. La voz y entonación de Valeria suenan absolutamente anglo. El arreglo de este tema, sin embargo, es un acercamiento mexicano al jazz del norte y así funciona, como un río revuelto que agarra piedras preciosas en su camino, y en ese camino abandona otras.

Este disco incluye temas arreglados por diferentes músicos de mucho renombre en México. “Belén” es un arreglo del gran guitarrista Gerardo Tamez; “Llorar, llorar” de Jorge García Montemayor y “El negrito de Angola”, una deliciosa canción de la costa negra de Perú, de Alonso Borja, cuyos arreglos se destacan por el espacio limpio que dejan a la voz de Valeria. “Tan alta que está la luna” la arregló Alejandro Loredo, el menos conocido de los arreglistas, pero que resulta ser uno de los temas que más le gusta a Valeria en su disco.

Cortesía de Valeria Rojas

Los Estados Unidos, Mexico, Cuba, Colombia, Perú y Argentina: la música navega por ciudades y por campos americanos con gracia y con elegancia. La mayoría de los temas son poco conocidos, lo cual es un regalo para el público, porque permite que este disco se imprima con la voz y la personalidad de Valeria. Es un disco que da importancia a cada una de sus muchas colaboraciones. Está hecho con empeño y con exigencia y con el amor que ella siente por países que son suyos y no lo son. En su voz, retrata lo que ella siente por los que trabajan la tierra, por las prostitutas y por los niños que no se quieren dormir. Es un disco de América ¾tierra de migrantes¾ creado por ella y por gente que ella quiere, muy al estilo de la poesía de Atahualpa Yupanquí:

Yo tengo tantos hermanos,
que no los puedo contar.
En el valle, la montaña,
en la pampa y en el mar.

Rio revuelto (Fonarte Latino) está disponible en Spotify desde hace dos semanas y estará a la venta como CD físico (¡felicidades Valeria!) a mediados de septiembre.

Mary Farquharson

Primero como periodista y más tarde como investigadora y promotora cultural, Mary Farquharson ha luchado por alumbrar el camino de mujeres en la música. Su lucha no es nada, sin embargo, al lado de las de las mismas artistas, quienes hablan con ella del auge actual de mujeres en los escenarios en México y el viaje nada fácil de realizar sus sueños. Mary es la co-autora, con Eduardo Llerenas, de la columna, ‘El vocho blanco’. Con la muerte de Eduardo el coche se paró, pero Casa Corason sigue hospedando a muchos músicos, especialmente a mujeres.

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