Compartían muchas cosas, porque no sólo eran vecinos: eran hermanos en la profesión. Y ahora comparten algo mucho más sagrado y humano: el dolor por los que murieron. Se trata de una pequeñísima comunidad turca que hoy llora en su conjunto y por separado, cada uno de sus familiares y amigos.
El pueblito está conformado por tan solo 17 familias que tenían en común que al menos uno de sus miembros trabajaba en la mina de carbón de Soma, Turquía, donde 280 trabajadores -seg{un cifras oficiales- perdieron la vida en la explosión del martes pasado.
Incluso, el dolor provocó innumerables muestras de protesta a lo largo de toda la ciudad, dominada por esta actividad de extracción. Las muestras de bronca contra el régimen del Primer Ministro Recep Erdogan fueron múltiples, y la represión exagerada ante el dolor. Si hasta un asesor del jefe de Estado golpeó a patadas en el piso a un manifestante.
Y ese pequeño pueblo de sólo 17 familias guarda además un nuevo y triste punto en común: cada una de ellas tiene un muerto que llorar producto de la explosión en la mina. Cada una de ellas cavó una fosa para guardar los restos de sus hijos, padres, hermanos.
Soma es una ciudad sitiada y tomada por las fuerzas de seguridad del gobierno central. Las manifestaciones fueron calladas y la gente se debate entre indignarse, protestar o lamentar la pérdida de un familiar cercano.
El hospital central de esa ciudad turca es un incesante ir y venir urgente de familiares, deudos y enfermeros y médicos que entran y salen con mejores o peores noticias. «A quienes murieron por un puñado de carbón», reza un cartel lúgubre, tallado con letras de metal.