Fronteras Abiertas

Laura Carlsen

Trump abre camino al resurgimiento de movimientos pro-democracia

En el primer mes del gobierno de Trump hemos aprendido a no subestimar su intención y su capacidad para eliminar con un plumazo los avances del último siglo de luchas en los Estados Unidos. Los logros en materia de derechos laborales, sexuales, reproductivos, ambientales y humanos– a menudo ganados con sangre– están a riesgo de perderse por medio de órdenes ejectutivas o leyes apoyadas por el partido Republicano que llevó a un hombre inestable y vengativo al puesto más poderoso del planeta.

La respuesta desde abajo no tardó ni un día en expresarse—masiva, emotiva y espontáneamente. La Marcha de las Mujeres reunió más de un millón de personas en Washington, y cinco millones en el mundo entero.

La primera aportación de Trump fue provocar una reflexión colectiva en torno al país que somos y queremos ser. “No es mi presidente” es uno de los eslogans más comunes en las movilizaciones. Pero sí, lo es. Fue elegido por un sistema con enormes fallas, después de perder el voto popular por tres millones de votos que en la práctica fueron nulificados por el Colegio Electoral. Este hecho presenta un reto doble para la sociedad estadounidense: asimilar el hecho de que Trump expresa el sentir de una gran parte de la población, y proteger a la otra parte de la amenaza que esto representa a su existencia y bienestar.

La cortina de humo que es el concepto de “objetividad” en la prensa masiva ha caído. El New York Times y otros critican sin tapujos al nuevo presidente. La idea que defiende que todas las palabras que emanan del poder son iguales–verdades o mentiras—empieza a ser cuestionada, como nunca lo fue antes cuando las mentiras se dirigían contra la gente sin voz. La complacencia de los privilegiados se ha roto y prevalece un ambiente de emergencia.

En este contexto surgen los nuevos movimientos pro-democracia. Falta coordinación, estrategia, y recursos, y sigue la fragmentación y división que caracteriza a los movimientos estadounidenses. Una parte del esfuerzo se concentra en la renovación del partido demócrata después de su debacle. Buscan construir fuerzas para las elecciones intermedias con la esperanza de retomar por lo menos una cámara del congreso. Otros se enfocan en planes de defensa de familias y derechos. Los distintos sectores saben que es el momento de superar barreras entre sí y salir de sus trincheras, pero nadie parece saber cómo hacerlo.

Se han formado comités barriales de resistencia contra Trump en todo el país. Antes de las elecciones, un grupo de personas que trabajaron en el congreso y analizaron el ascenso del “Tea Party”, decidió hacer un manual basado en sus prácticas de organización de base. Llamado simplemente “Indivisible”, postula “una resistencia construida sobre los valores de la inclusión, tolerancia y justicia.” Combina estrategias locales para derrotar a selectos miembros de Congreso con una estrategia defensiva para frenar las iniciativas de Trump que buscan institucionalizar el racismo, el autortiarismo y la corrupción. Incluye métodos para sumar gente a grupos existentes y crear nuevos grupos en cada ciudad y población.

La mayor parte del manual se enfoca en el sistema de representacion formal—presión y interlocucion con los y las senadores y representantes en la Cámara. Dice poco sobre cómo cambiar el marco de debate, trabajar con los medios comerciales, buscar alternativas, o crear movimientos capaces de representarse a sí mismos en un sistema más democrático. Estas limitaciones derivan de su perspectiva de cambio desde y para el congreso.

A pesar de estas limitaciones, Indivisible ha logrado revivir el concepto de participación ciudadana. Sigue dejando fuera a muchos—las personas indocumentadas, y muchas personas que no ven posibilidades de cambiar el sistema desde adentro.

El discurso también ha cambiado. Se ha abierto un gran debate público en torno a los principios básicos del país y de la convivencia humana. La sociedad ha visto en el espejo no solo al personaje con piel anaranjada y pelo amarrillo que eligieron, sino al racismo, sexismo y xenofóbia que siempre han existido. Todo está sobre la mesa—luchar no sólo por quitar a Trump, sino para el sistema de salud, de educación, de protección de medioambiente, de justicia social que tendrán sus hijos y nietos.

En México pasa algo parecido. Las amenazas de Trump han roto con el pensamiento único de que la integración –o dependencia-, a la economía de EEUU es la única manera de navegar en la época contemporánea. Se han caído en pedazas los argumentos de las ventajas comparativas de orientar la economía mexicana hacía fuera, de producir para la exportación e importar como nunca antes.

La actitud sumisa de Peña Nieto frente los insultos y agresiones del gobierno de Trump ha profundizado la crisis política. Queda en evidencia que vivimos en un país donde la clase gobernante ha abandonado la defensa de la soberanía nacional y actua según sus propios intereses, sin ningún interés por el bien común.

Esta ruptura del modelo abre nuevos espacios. Otra vez, México vive una etapa de movilización y protesta. Una parte del movimiento campesino ha retomado la vieja demanda de salir del TLC, aprovechando la iniciativa de Trump de renegociar o retirarse del tratado. No sólo esto, están articulando una nueva propuesta de agricultura que rescata la soberanía alimentaria y el valor del sector rural en producción, empleo y cultura nacionales.

Más incipientes pero apuntándose son los movimientos de migrantes, con vínculos binacionales. Existen nuevos esfuerzos para repensar la economía y los esquemas de seguridad para, por primera vez en años, pensar en lo que conviene a la nación y al pueblo. La amenaza de Trump de retirar el apoyo en el marco de la guerra contra las drogas también conincide con la demanda de todas las organizaciones de víctimas en el país que llevan años señalando que los miles de millones de dólares han servido solo para la muerte, la desparición y la intromisión del Pentágono y las agencias gringas en temas de seguridad nacional mexicana con una agenda ajena y contraria a la seguridad del pueblo mexicano y sus riquezas nacionales.

El nuevo presidente de EEUU va cumpliendo sus promesas de campaña–la construcción del muro fronterizo, la deportación masiva, las políticas anti-migrantes, los castigos proteccionistas, la destrucción de los pocos mecanismos para proteger el clima y el medio ambiente. Esta realidad amenaza el futuro del Estados Unidos y del mundo entero. Trump representa por si mismo la fase terminal del neoliberalismo como dicen algunos, pero abre el camino a nuevos movimientos que ya ven con más claridad la injusticia del sistema y la necesidad urgente de cambio.

Dejar una Respuesta

Otras columnas