Tepecanes y wixaritari de Azqueltán convocan a sus ancestros para defender la tierra

Eber Huitzil

San Lorenzo de Azqueltán, Jalisco. Explicar las razones por las que tepecanes y wixaritari defienden su autonomía y el territorio en San Lorenzo de Azqueltán es una cuestión compleja. Primero porque defender aquel vasto territorio de montañas, hondonadas, espinas, pitayas y un río al fondo del cañón de Bolaños, en el norte de Jalisco, significa defender algo que no es visible para los ojos y corazones forasteros.

Acá, a la tierra se le defiende pidiendo permiso a los ancestros y dioses. Se reza, rinde homenaje y se escucha a San Lorenzo hablar y por ello, tepecanes y wixaritari peregrinan a la punta de los cerros, danzan, cantan y toman hikuri hasta el amanecer de la mano de su marakame tal como sus antepasados.

Desde hace cuatro años, San Lorenzo le habló a la comunidad y les pidió que peregrinaran por su territorio, que llegaran a las cuatro esquinas —sur, norte, oriente y poniente— y que, luego, retornaran al centro. En el peregrinaje, en la ceremonia, es donde tepecanes y wixaritari escuchan y dialogan, donde el territorio deja de ser algo inanimado y pasa a sentarse entre todos, durante toda una noche se acomoda y se siente alrededor de Tatewari, el abuelo fuego, para mostrar el valor de lo que se defiende, los pasos a seguir.

El pasado 24 y 25 de abril y tras 15 días de ardua labor, la encomienda que San Lorenzo le dio a los tepecanes y wixaritari fue completada. Desde el pasado domingo en Azqueltán las personas están listas y fortalecidas para continuar su lucha, para defender el territorio mientras los ancestros se posan en sus hombros y les hablan al oído.

La ceremonia para cerrar este ciclo fue larga y tuvo distintos momentos: Subir a la punta del cerro de Colotlán, danzar en su cima y luego, regresar a bailar y rezar frente a San Lorenzo y Tatewari en el centro del pueblo hasta el amanecer. Cuando el sol inundaba de colores cálidos el horizonte, las velas que pedían la venia de los dioses se encendieron entre un círculo de personas, se realizaron los sacrificios de animales y Azqueltán cumplió con lo que se le había pedido antes de seguir caminando.

No es casual que una vez terminada su ceremonia, tepecanes y wixaritari se cubrieron el rostro, se agruparon uno al lado del otro y alrededor de la ofrenda, los sacrificios y Tatewari y alzaran la voz para lanzar su Campaña nacional e internacional por la justicia y el territorio de Azqueltán.

Tepecanes y wixaritari están de pie en Azqueltán, cuidan de la tierra porque significa cuidar de ellas y ellos mismos a pesar de las amenazas, a pesar de que tienen familias desplazadas por los ataques de caciques, por los graves golpes recibidos y la impunidad prevaleciente —porque el Estado sigue sin encarcelar ni juzgar a los agresores—, sin embargo, en Azqueltán, el camino está echado a andar, en Azqueltán el territorio se defiende porque toma forma, porque este lugar, alejado de las ciudades, tiene su propio ritmo, su propia espiritualidad, porque hay cientos de formas de defender el territorio y la vida.

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