Teatro del oprimido en Afganistán: Luchar hasta el último día

HJALMAR JORGE JOFFRE EICHHORN/ Periódico Diagonal

Kabul, Afganistán. Las calles de Kabul truenan de rabia e indignación. Miles de hombres y mujeres afganos enfurecidos protestan por la quema de varios ejemplares del Corán sagrado. Las tropas estadounidenses estacionadas en la base militar de Bagram cometieron el sacrilegio. Es la misma base militar en la que fueron torturados y siguen detenidos cientos de afganos acusados, en muchos casos sin prueba alguna, de terroristas o combatientes fundamentalistas.

Es la misma base militar que arrogante exhibe su potencia y prepotencia frente a pueblos que carecen de los bienes más elementales. En calles polvorientas, casas de barro, sin luz eléctrica, sin agua potable subsisten, sobreviven, mientras ellos, los otros, los soldados yankees, disfrutan, exhiben, lucen todas sus comodidades y amenidades como si estuvieran en la mismísima Nueva York o Los Angeles. Hay de todo pero no para todos: su propio Subway, su propio Burger King, su propio alcohol. Su disfrute es sólo para un círculo, una minúscula parte de los que actualmente pisan suelo afgano. No sorprende pues confirmar que muy pocos de ellos llevan pasaporte local.

Once años después de la invasión de las tropas de Bush y Aznar, Afganistán continúa sufriendo una violencia exacerbada por las humillaciones diarias a la población afgana. Un total de 120 mil hombres y mujeres extranjeros están armados en tierra ajena. Pese a los cacareados cambios, parece como si Kabul hubiera sido maquillada para exhibirlos, pues las calles de pura tierra y edificios derruidos se han convertido ahora en calles para diplomáticos extranjeros y también para una nueva burguesía afgana. Avenidas pavimentadas con mansiones de lujo.

Privados de sus más elementales derechos, sin ningún tipo de protección, niños y mujeres huérfanos son las víctimas de esta guerra absurda. La situación de las mujeres afganas en las ciudades, a pesar de ser frágil y contradictoria, parece haber mejorado aunque es importante aclarar que dista un abismo entre las mujeres en la ciudad y las mujeres en el campo, que continúan privadas de los derechos más básicos.

Se dice que se han construido muchas escuelas y que miles de niños y niñas van al colegio para obtener una educación básica inalcanzable durante los últimos 34 años de guerra. Pero lo que no se dice es el número de escuelas clausuradas por falta de seguridad. Lo que se calla, lo que se ignora, son las escuelas destrozadas por los bombardeos. Tampoco se habla del sinnúmero de trabajadores afganos, muchos de ellos menores de edad, que pululan por las calles esperando que alguien les ofrezca un par de dólares por una jornada de 12 horas cargando ladrillos. Y nada, absolutamente nada, se dice de sus frustraciones, de sus sueños rotos, de su desesperanza. Privaciones impuestas por extraños que en ningún momento han intentado siquiera comprender, y menos respetar, sus costumbres y tradiciones locales.

Solo sabemos lo que nos permiten saber los dueños del país, confortablemente sentados en sus tronos en los palacios de Washington, Londres, Berlín, París y Madrid. Por el momento, nos quieren vender la idea de negociar con los talibanes, retirar sus tropas en 2014 y confirmar su victoria militar y moral, cuando la explicación más honesta y honorable seria admitir que la solución militar perseguida durante más de una década ha sido un error fatal que fue duramente peleado por cada uno de los civiles muertos en el país desde 2001. Lo que dicen las voces de los hombres y mujeres afganas en la calle es: “¡Ya basta! Ya es hora de pedir perdón y dejar que el pueblo afgano construya su propio camino y destino. Solidaridad sí. Injerencia no”.

En este contexto deprimente y poco alentador, los activistas de la Afganistán Human Rights and Democracy Organization (AHRDO) hacen teatro comunitario. Desde su fundación en 2009 por un grupo de indignados afganos de varias etnias, edades y experiencias de vida, AHRDO ha creado cientos de talleres y funciones de teatro participativo a través de las técnicas del Teatro del Oprimido y del Teatro Playback. El objetivo es crear espacios de análisis, diálogo y búsqueda de soluciones protagonizadas por los grupos más marginados y silenciados de la sociedad afgana. En 2009 trabajaron con grupos de personas sordas, huérfanas de guerra y heroinómanas. Y en 2010 colaboraron con cientos de víctimas de guerra para documentar las repetidas violaciones a los derechos humanos, perpetradas en el país desde 1979.

Teatro legislativo por los derechos de las mujeres

El año pasado estos teatreros ejecutaron la primera iniciativa de Teatro Legislativo. Más de 4 mil 500 mujeres de cinco estados de Afganistán, la gran mayoría analfabetas y amas de casa, se convirtieron en legisladoras usando la técnica del Teatro Foro para hacer propuestas de leyes de protección de los derechos de las mujeres afganas.

Al hablar con algunas mujeres sobre su participación en este proyecto, todas describen experiencias profundas, libertadoras y muchas veces curativas. Una mujer de Herat, cerca de la frontera con Irán, dice: “Fue una experiencia maravillosa. Por fin, he aprendido que las mujeres tenemos derechos y que más allá de ser esposa, madre y empleada doméstica, soy un ser humano que merece respeto”.

Otra mujer, de la ciudad de Jalalabad, afirma que “después de contar mi historia en la presencia de otras mujeres que han sufrido cosas similares, me siento aliviada y más fuerte. Yo pensaba que era la única persona que sufría tanto, pero ahora entiendo que somos millones y que tenemos que luchar por nuestros derechos y por nuestra dignidad”.

También hubo mujeres que se manifestaron sobre el futuro para que las cosas mejoren. Una joven de Mazar-e Sharif constata: “Es muy importante que existan leyes que protejan a las mujeres afganas. El problema es que los hombres no se sienten lo suficientemente presionados para aceptarlas. Estas leyes son hechas por hombres y no por mujeres. Eso tiene que cambiar. Lo que necesitamos son mujeres legisladoras”.

Fueron este tipo de propuestas las que se discutieron en una serie de referendos legislativos, también liderados por mujeres que culminaron con la elaboración de un informe final con 23 recomendaciones legislativas presentadas oficialmente en el parlamento afgano en febrero de 2012.

Un grupo de parlamentarios progresistas se ha comprometido a presentar las propuestas al resto de sus colegas. Lo que queda ahora es la esperanza de que, en un futuro próximo, se conviertan en ley.

Mientras, en la oficina de AHRDO ha llegado la hora de sacar las primeras conclusiones del proyecto. Según Zahra, una de las principales facilitadoras de la organización: “Por primera vez en la historia de nuestro país, las mujeres afganas compartimos y analizamos nuestros problemas y comenzamos a identificar estrategias de transformación y cambio, de manera colectiva y participativa. Además, ha sido la primera vez que las mujeres del pueblo, no de las elites, se involucran haciendo propuestas para mejorar sus vidas y la de toda la comunidad en la que viven. Fue espectacular. Esa iniciativa ha demostrado que las mujeres afganas son muy poderosas. Lo que falta ahora es que los hombres cambien de actitud y comportamiento. Queda mucho por hacer”.

Marzo de 2012. Un soldado de Estados Unidos mata, al menos, a 16 civiles en el exterior de su base militar en Kandahar, provincia del sur de Afganistán. Entre los muertos hay nueve niños, tres mujeres y cuatro hombres. «No sabemos por qué mató a la gente», señala Aminullah, uno de los residentes de Panjway citado por The New York Times. «No hubo ni enfrentamientos ni ataques».

Mientras tanto, los activistas de AHRDO, en colaboración con cientos de ciudadanos, siguen creando alternativas reales a la realidad opresora cotidiana. Pero se les notan cada vez más arrugas, porque es muy cansada la lucha diaria por la supervivencia. A la vez, se mantienen firmes a seguir con su misión de embellecer la vida en suelo afgano. En las palabras del Doctor Sharif, activista afgano y miembro de AHRDO: “No tenemos el lujo de rendirnos a lo que parece un futuro sin esperanza. Estamos condenados a luchar hasta el último día de nuestras vidas.”

Septiembre de 2012. La situación en el país está cada vez peor. La gente tiene miedo. Ha habido varios ataques suicidas en la capital. El último mató a más que una decena de hombres y mujeres, entre ellos ocho extranjeros cerca del renovado aeropuerto internacional. El hombre-bomba fue una mujer-bomba. La segunda en toda la historia de Afganistán. Dos miembros de AHRDO estuvieron muy cerca del evento. Una vez más toda la ciudad se paraliza por algunos momentos para recordar a los muertos y digerir lo que pasó. “Este ataque ha sido efectuado como respuesta al vídeo que insultó al profeta Mahoma. No vamos a permitir que los infieles europeos y estadounidenses ofendan a nuestra religión. Que se vayan todos de nuestra tierra”, fue lo que dijeron después los perpetradores del atentado, el grupo islamista Hezb-e Islami, liderado por Gulbudin Hikmatyar, ex aliado de Estados Unidos en la lucha contra la Unión Soviética en los años ochenta. La prepotencia y el egoísmo norteamericano han vuelto a infligir estragos en tierras ajenas.

Entretanto, la situación para AHRDO tampoco es fácil. Los constantes cambios de estrategia y prioridades de los organismos internacionales afectan profundamente a la sociedad civil afgana. Sobre todo, a los fondos disponibles para sus actividades. De hecho, muchas organizaciones no gubernamentales (ONG) tuvieron que clausurar mientras otras, como AHRDO, fueron forzadas a reducir salarios y actividades.

Octubre de 2012. Nuestra compañera Zahra Yagona ha tomado la decisión de salir del país. Ya no aguanta más. A lo largo del año ha sido físicamente atacada en su propio barrio en múltiples ocasiones. Tuvo que retirar a sus dos hijos del colegio por las constantes amenazas que recibió por ser una mujer divorciada en Afganistán. También dejó de estudiar en la universidad porque ya no era seguro volver a casa después del atardecer. “Ya no sé qué hacer. Tengo miedo. Sobre todo por la vida de mis hijos. Esta sociedad valora cada vez menos a las mujeres. Tengo 28 años. Estoy divorciada. Y aquí no tengo futuro”, cuenta un día entre lágrimas.

Zahra fue casada contra su voluntad cuando tenía 13 años. Tuvo dos hijos y sufrió a diario la implacable violencia de su marido drogodependiente. Después de años de abuso decidió dejar a su marido. Huyó con sus hijos a Kabul, donde empezó una vida nueva y empezó a trabajar como comodín (jocker) de teatro del oprimido en AHRDO. El trabajo con el teatro le permitió engancharse de una vez en la lucha por una sociedad más justa e igualitaria. Se convirtió en una de las pocas actrices en todo el país. Condujo varias decenas de talleres y presentaciones de teatro comunitario y fue ejemplo para miles de mujeres que sueñan con una vida mejor. No obstante, Zahra se fue cansando, sobre todo, por la eterna soledad de una mujer que sabe que su propia gente nunca va a aceptar su condición de madre soltera. Ahora, con su vida bajo amenaza permanente, decide salvarse a sí misma y a su familia. No queda otra opción.

Noviembre de 2012. Sale reelecto Obama. Los franceses retiran la gran mayoría de sus tropas. El presidente Karzai anuncia la fecha para las próximas elecciones presidenciales para abril de 2014. Y los compañeros y compañeras de AHRDO continúan sus actividades sin la presencia de Zahra. Su salida fue un golpe bastante duro para la organización, pero la lucha sigue. Aquí nadie se rinde. Al contrario. Se organizan talleres de títeres, exhibiciones de la estética del Oprimido, presentaciones de teatro foro. Además la organización está valorando dar continuidad al trabajo con el teatro legislativo. Dice Saleem, miembro fundador de la organización: “Ahora más que nunca tenemos la obligación de continuar con el Teatro del Oprimido. Es una de las pocas herramientas capaz de promover la inclusión real del pueblo en la creación de una sociedad nueva. Y seguimos soñando que un día nuestro país conocerá la paz”.

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