Salir de la esclavitud para empezar a “vivir la vida”

Testimonio recogido en San Antonio do Bom Sossego, Tocantins, Brasil, por Carolina Motoki Traducción: César Ortega Fotos: Carolina Motoki

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En esta nueva vida, sufre amenazas de muerte, pero si considera el modo de existir que tenía antes de llegar al asentamiento de San Antonio do Bom Sossego en Palmeirante, al norte de Tocantins, ¿cómo pensar en renunciar a las conquistas realizadas? Así que resiste.

Mi nombre es Valdeni, nací en Colinas, al norte del estado de Tocantins. Sólo tuve madre, no conocí a mi padre. Tengo ocho hermanos. Viví en la tierra de un padrastro durante un tiempo, hasta llegar a una edad de 18 a 20 años. Entonces sucedió que mi madre tuvo que separarse. No teníamos a dónde ir y tuvimos que ir a un barrio de la ciudad, construir una choza de paja y vivir allí. No tenía estudios, por lo que comencé a trabajar en la limpieza de pasto para poder mantener los gastos de la ciudad pues no tenía dónde plantar. Los “gatos” (reclutadores de trabajadores) venían, nos contrataban, abonaban y nos llevaban a trabajar e íbamos a hacer el corte o el servicio que hubiera sido acordado. Quedé impedido de tener algún conocimiento, ni de derecho ni de autoridad.

Trabajé mucho en la juquira (limpieza de pasto), me desgasté, sentí que no aguantaba más para hacer el servicio adecuado que los hacendados exigían. Los patrones eran muy duros. Si no aguantaba trabajar en la forma en que ellos exigían entonces era despedido y terminaba trabajando sin aguantar o tenía que pasar hambre, necesidad.  Cierta vez me fui a trabajar para un hacendado. Después de haber hecho todo el trabajo, me pagó menos de la mitad de lo prometido, cobrando incluso los pasajes de ida y vuelta. Él dijo que no tenía que pagar más porque yo ya había ganado mucho, y que no ganaría nada con recurrir a la justicia o ir a buscar un abogado porque no iba a defender gente pobre. Yo no era consciente de mis derechos, recibí lo poco que quiso pagar y me quedé quieto. Mi esposa tuvo un aborto, así que fui a hablar con él. Le dije que quería tiempo para cuidar de ella. Se volvió hacia mí y dijo que las vacas viejas con fiebre aftosa no podían tener crías.

Yo simplemente me quedaba callado. Sentí un poco de rabia, pero no podía hacer nada. También tenía miedo de hablar con él más en serio. Algunas veces le decía que el peón nos trataba como él quería. Entonces, debido a que no tenía conocimiento, terminaba humillándome y quedándome quieto. Así fue no sólo con uno, sino con varios hacendados. Fui muy, muy esclavizado en aquélla época. Pero yo no lo sabía. Para mí vivir de aquélla forma era la manera en que tenía que vivir, no tenía ni idea del trabajo esclavo. Para mí era normal vivir aquello.

En aquél tiempo yo bebía mucho. Siempre que iba a hacer cuentas iba tomado. Yo siempre debía, nunca tenía un saldo a favor. Debido a que fui criado en el régimen de los padres, me decían “¡Oh, hijo mío, tienes que ser hombre, tienes que pagar lo que debes, no puedes ensuciar el nombre”. Pensaba que el alcohol podía ser para mí una derrota, pero no tanto como ensuciar mi nombre. Mi preocupación era pagar las cuentas e ir de una hacienda a otra. En aquélla época era lo normal para mí. Ellos me debían un montón de dinero ¿no es así? Si juntara todito lo que me quitaron…Tenía entonces 32 años, me casé. Mi esposa tuvo tres abortos, en la última hubo que operarla. Fue en aquélla época que sucedió ese hecho con aquel hacendado, que se refirió a ella como a una vaca. Y desde entonces decidí que no trabajaría más para ningún hacendado.

Empecé a buscar otra manera de vivir, a hacer bocadillos salados, vender palomitas de maíz, y luego a vender helados… A finales de 2007, entré en una construcción civil allá en Colinas, trabajando de sirviente. Mi interés era aprender a ser pedrero para ejercer una profesión mejor. Trabajé seis meses en esta construcción, el patrón no quiso firmar mi carnet de trabajo.  Cierto día, cargando unas vigas de cemento, me lastimé mucho. Fue el sábado, no podía soportar el dolor, no podía soportar ir a trabajar, se lesionó el hombro, estaba débil. Fui en el turno de la tarde para recibir mi paga. El patrón estaba enojado, le expliqué por qué no había podido ir. Fue cuando dijo ciertas cosas, que yo era un tipo debilucho y que, si yo no podía aguantar el trabajo, tenía que ir a otro lado. Y me pagó. Lo recibí y de ahí volví a casa, con la mente pensando en buscar otro rumbo.

En 2008, descubrimos el asentamiento de San Antonio del Buen Sosiego, tierra pública de la Unión. Fue creado en 2003, tenía la orden de regularización del Incra (Instituto Nacional para la Colonización y Reforma Agraria) para 19 familias. Pero el Incra hizo una extraña negociación retirando a diez familias para dividir esos lotes entre tres grileiros (acaparadores de tierras). Éstos alegan que pagaron regularizando las tierras a su nombre.

Yo había sido informado de este asentamiento por los vecinos, sólo que era peligroso. Pero había oportunidad, y lotes vacíos. Le dije a mi esposa: “mira, yo no voy a trabajar más para nadie a partir de ahora. Voy a observar esas tierras, para conseguir un terreno para que podamos trabajar, no puedo soportar trabajar para otros. Voy a encontrar la manera de que vivamos por nuestra cuenta, más libres, para tratar de vivir de la manera en que me criaron.

Fui con un vecino, observamos el asentamiento, los recursos de la tierra, donde estoy hoy. Me di cuenta de que había sido un lugar donde trabajé siendo víctima del trabajo esclavo. Yo vine a trabajar para ese hacendado, ese acaparador. En ese mismo lugar. Lo reconocí por la entrada, por la antigua carretera, el lugar que habíamos trabajado. Incluso nunca nos pagaron el trabajo que allí hicimos. El pago lo recibo ahora que recibí la tierra. Allí fue limpiar el pasto y botar veneno (agrotóxico). Reconocí y dije: “¡Ya estuve en este local, señor, ya he trabajado aquí! ¿Estos bienes están aquí? ¡Así que vamos a enfrentarnos de verdad! Si es necesario en cierta hora corremos todos, si es necesario enfrentarnos lo vamos a hacer. Ya trabajé allí, ya he derramado mi sudor, voy a enfrentar esto”.

A partir de entonces comenzaron las amenazas, yo continué allá con los compañeros. De repente se dieron cuenta de que nosotros también íbamos conversando, que no nos rendiríamos y nos fuimos fortaleciendo en aquel local. E individualmente cada quien fue haciendo su siembra: la yuca, el maíz, cultivo de subsistencia. Fuimos plantando pasto y con ello fueron creciendo las agresiones.

Dentro de este período anterior, tuvimos conocimiento del acompañamiento de la CPT (Comisión Pastoral de la Tierra), en la persona de Silvano (Lima Rezende). Él tenía más conocimiento de la lucha por la tierra, entonces eso nos fue fortaleciendo para luchar por nuestro derecho, porque estábamos seguros de que teníamos ese derecho. Era nuestro derecho luchar. No estaba mal luchar por aquello porque era una tierra pública, considerada tierra del gobierno y la tierra del gobierno es para ser destinada para la reforma agraria, para las personas que no tienen condiciones mínimas, para los trabajadores. Fuimos tomando conciencia de nuestros derechos.

En agosto del año pasado, fuimos sorprendidos por un acaparador. Llegó armado, con escopeta en la espalda, revólver en la cintura, solo y montado a caballo. Yo le dije lo siguiente: sabes que estamos esperando aquel fallo judicial, que el Incra o la justicia resuelva el problema. Él me dijo que incluso si el Incra otorgaba ese derecho para nosotros, yo no podría vivir en esa parcela, porque en cualquier momento mi boca podría amanecer llena de hormigas. Estoy tranquilo, le dije, yo nací sólo una vez y voy a morir con seguridad, pero hay una cosa: no voy a renunciar a un derecho del que soy consciente, tenga en cuenta que no voy a desistir.

Así son ellos de justicieros, quieren estar por encima de todo, porque no son castigados por sus actos. Por eso continúan actuando de esa manera. Porque las autoridades no han tomado las medidas para investigar estas situaciones dando su derecho al trabajador, a la trabajadora, es decir, al ciudadano. Vemos que las autoridades son muy lentas y terminan dando oportunidad para que se produzcan actos como muchos asesinatos de las familias de los trabajadores. Porque los ricos, los hacendados, los que dicen hacer justicia por sus propias manos no tienen castigo.

La zona se encuentra hoy en un conflicto difícil. Las familias tienen miedo porque hay varios pistoleros dentro del área. Hubo varios disparos de arma de fuego, quemas de casas, varios perjuicios a los cultivos, persecuciones. Todos los niños sufren de terror, están atemorizadas, porque constantemente son asustados con disparo de armas. Y pues nos quedamos allá protegidos sólo por Dios, y ellos van bien armados.

Vivimos allí sabiendo que tenemos derecho de vivir, pero arriesgando nuestras vidas. Tenemos mucho miedo, tememos por la vida de la familia. A veces, dependiendo del caso, pensamos en desistir y volver a la ciudad, porque no tenemos a dónde ir. Lo pensamos dos veces porque volver a la ciudad es volver a la limpieza de pasto, volver a caer en las manos de los hacendados de nuevo. Es volver a las manos de la esclavitud, del trabajo esclavo. Lo que pensamos entonces en no darnos por vencidos, y volvemos aquí, porque es aquí es donde podemos criar, cultivar y cosechar y sobrevivir.

La lucha por la tierra para mí hoy es un derecho del trabajador. Derecho a la dignidad, derecho a vivir, a trabajar y también a la liberación, a ser liberado del trabajo esclavo, a vivir una vida digna, poder cultivar, cosechar, sobrevivir, sin necesidad de estar siendo obligado, siendo mandado, escuchando gritos, trabajando sin poder.

Hoy tengo mi cultivo de arroz, de frijol, mi criadero de gallinas. Hoy vivimos 90 por ciento independientes de la ciudad. Hoy en día sólo dependo del azúcar, café, aceite y otras especias, otras cosas mínimas. Sin embargo, en lenguaje sertanero, la mayor parte de lo requerimos está en nuestros cultivos. Eso sin ningún apoyo del gobierno, simplemente con nuestro esfuerzo sólo para nosotros, esfuerzo de la gente que trabaja de veras. Incluso con todas las amenazas

A pesar de ser la víctima de amenazas de muerte, considero que mi vida es mejor debido a que trabajo a mi antojo. Conforme a mi necesidad, tengo qué comer en casa, tengo de sobra, con hartura. El día que no pueda trabajar porque me estoy sintiendo con un dolor de cabeza, porque mi espalda está resentida, puedo quedarme en casa. Tengo que comer en casa, tengo que beber en casa. No necesito preocuparme de que tengo que pagar al almacén, o si en el almacén no me quieren vender, o si el arroz se está acabando tener que ir de compras. No me preocupo con esto. Así que me he encontrado un gran cambio en mi vida. A pesar de todos los conflictos, he encontrado una gran mejoría.

Valdeni realmente fue un personaje que alguna vez fue una figura o un dibujo, y hoy se ha convertido en realidad. Porque antes pasaba por la vida, y hoy Valdeni vive la vida. Hoy tengo un conocimiento más amplio, ya tengo conocimiento de lo que es vivir la vida, que la vida no sólo es pasar por ella. La vida fue hecha para vivir con libertad, con derechos. La vida fue hecha para vivirla con disponibilidad, con su derecho a vivir tranquilo. La vida no fue hecha para vivir esclavizado. Porque de acuerdo a las Escrituras la vida es un don de Dios, la vida ha sido dada por Dios y Dios le dio la gracia a la vida. Aquello que fue dado con gracia es para vivirse en libertad.

A partir de mi curación, de mi liberación, puedo decir que volví a nacer. Dios me puso en libertad. Tuve un nuevo nacimiento, y tomé conciencia de mis derechos. Fui conociendo que tenía derecho a vivir tranquilo, a trabajar para vivir, a vivir igualmente, como cualquier otro ciudadano. Yo tenía ese derecho. No era normal vivir de esa manera.

Publicado el 01 de Octubre de 2011

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