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El rosto del hombre de estatura media, cabello gris y profundos ojos azules, tiene las marcas del tiempo y no deja dudas sobre los dolores de la vida que guardan sus memorias. La expresión es dura y la frente esta obstinada en permanecer fruncida. Pero se engañan quienes piensan que tiene el humor de un tipo duro. No, la postura defensiva es apenas una precaución. Un hábito de quien fue obligado a volverse un eterno vigilante de la seguridad de los techos que lo abrigan, a él y a los cientos de familias en Villa Autódromo.
La declaración del líder comunitario y activista social Altair Antunes Guimarães, de 58 años, es muchas veces confusa a “causa” de las memorias sufridas por quien fue removido por el gobierno de su casa dos veces y, ahora, vuelve a ser amenazado de quedarse sin un techo. Es la tercera amenaza bajo las mismas acusaciones: devastación ambiental o urbanización de la ciudad. Una maniobra política del gobierno, mejor conocida por las comunidades pobres con otro nombre: remoción y violación de derechos.
Es el dolor de un niño que muy temprano, a los 13 años, descubrió el peso de no ser considerado un ciudadano por el gobierno, lo que Altair revela en diversos instantes de la conversación que tuvimos en la tarde lluviosa del 16 de marzo del 2011 en el balcón de su casa, que abriga a la Asociación de Moradores, Pescadores y Amigos de la Villa Autódromo. En esa entrevista para «Los Nadies» de Desinformémonos cuenta un poco de su historia que mezcla esperanza, amor a una tierra y a una comunidad, al mismo tiempo que transmite un corazón que pulsa ya cansado de peleas, con cierta desilusión del futuro.
Villa Autódromo, Río de Janeiro.Yo soy un hombre de paz, ¿sabes? No me gusta la confusión. Crecí en la comunidad de Isla de los Caizaras, en la Laguna Rodrigo de Freitas. Ahora allá sólo existe la comunidad de Cruzada San Sebastián. En aquella época salieron varias comunidades: Catacumba, Praia do Pinto, Isla de los Caizaras. Era 1965, el Carlos Lacerda gobernaba, y la secretaria de Habitación era Sandra Cavalcanti. La acusación era que nosotros contaminábamos la Laguna Rodrigo de Freitas. ¡Todo era mentira! Hoy, allá es el lugar más distinguido de la ciudad de Río. Fue especulación inmobiliaria.
Estábamos en la dictadura en Brasil. Un período un poco diferente, donde nadie reclamaba nada, pero yo pienso que no era tan diferente, porque hoy uno tiene más libertades, pero tampoco se puede gritar. Si uno grita, te cae gas pimienta en la cara o un golpe al estilo «cállate para aprender».
Fui removido junto con mi familia en un camión de la compañía de basura. Cuando nos dimos cuenta, estábamos en un lugar de la ciudad que nadie conocía y del que nunca había oído hablar. Un lugar sin luz, agua o escuela, en medio de la nada. Sólo tenía mata, lodo y polvo. Era Ciudad de Dios el nombre de aquel lugar. Me sentía perdido, sin amigos, sin piso, solo. Hasta hoy, lloro cuando recuerdo mi infancia y que tuve que salir de allá. Comía fruta al pie del árbol, conocía a todos, iba a la playa, andaba por todos lados y, de repente, mi compañía era la nada. Me quedé sin raíz.
Sólo de adulto entendí lo que había sucedido políticamente conmigo, cuando, de nuevo, 30 años después, mi casa estaba en el camino de la Línea Amarilla, la carretera que sería construida para unir el centro de la ciudad con la zona oeste. Fue en la época del gobierno de César Maia. Esta vez, no fui removido; fui reasentado. La diferencia es que nos sacaron de nuestra casa, pero nos colocaron dentro de la propia comunidad en casas construidas por el gobierno.
Sólo que aquellas casitas duplex son complicadas: además de pequeñas, el gobernador sólo quería dar los cimientos de la casa. Eso significa que uno apenas tendría la base y las paredes, y el habitante era quien debía perforar y construir. Un absurdo. Fue ahí que comenzó mi lucha. Mi consciencia política. Me gustó la pelea. Con resistencia y mucha discusión con el municipio, conseguimos que el gobernador pagara todas las obras, como debería ser.
Salí de la Ciudad de Dios por decisión propia, porque me separé de la madre de mis hijas. Comencé mi vida de nuevo y escogí la Villa Autódromo para vivir. Eso fue hace 16 años. Me gustó la comunidad porque era un lugar trnquilo, muy verde y mi actual mujer tenía raíces ahí. Estoy en la comunidad como líder comunitario desde el 2003. Siempre trabajé. Paré cuando la pelea, el período de la remoción de la comunidad, comenzó. Tener un trabajo regular es difícil, porque tenemos que estar a toda hora en un lugar para luchar por la permanencia de la comunidad en la región.
El gobernador Brizola concedió por 40 años el título de propiedad a los pobladores de la comunidad, en 1992. Después, el gobernador Marcelo Alencar renovó esa concesión por 99 años más. Pero el actual gobernador, Eduardo Paes, que es el antiguo subgobernador de Barra da Tijuca, intenta remover a la comunidad de Villa Autódromo desde hace 17 años.
A cada hora, el gobernador inventa una cosa. Ya recibimos todos los nombres posibles: contaminadores, devastadores, vándalos, anti-estéticos, invasores, el único terreno disponible para construir el alojamiento de los atletas para los Juegos Panamericanos, un lugar para abrigar el centro de los medios de comunicación, un error de cálculo de los Juegos Olímpicos, la zona de perímetro de seguridad de los Juegos Olímpicos y, ahora, volvemos a ser zona de preservación ambiental, que es la misma cosa que decir que somos devastadores. Estamos rodeados por condominios de lujo y por la clase media, pero los ricos no contaminan. En fin, sacar Villa Autódromo de aquí es una cuestión de honra para el gobernador.
El gobernador ya me dijo directamente en una reunión, que las concesiones de los otros gobiernos para la ocupación de la tierra no valen nada, que son sólo un papel. Pero ese documento es el que ha mantenido a la comunidad aquí por 19 años. Ningún juez entiende cómo el gobierno reivindica una tierra que no es y nunca fue suya, porque fue concedida por el Estado para uso social a una comunidad.
Los gobiernos no piensan en nada cuando hacen las remociones. Ellos interrumpen la vida de las personas. Creen que automáticamente se retoma la vida cotidiana, pero no es así. Cierta vez fui llamado marxista por el actual secretario de Habitación, Jorge Bittar, por ser radical, porque no acepté negociar la salida de Villa Autódromo. Le respondí que yo no soy.
Mi vida es una historia de lucha y sufrimiento, de peleas con los gobiernos que creen que pueden agarrar al pobre y aventarlo de un lado para el otro. Los gobiernos juegan con la vida y con la cabeza de los niños, no quieren saber si con las remociones en masa van a separar a las familias, los amigos, las generaciones de viejos. Juegan con la cabeza de todo mundo. No perciben la conmoción que causan en la comunidad.
A veces me siento frustrado porque, aun cuando es para defender sus casas, las personas no se unen. Conseguí un camión para llevar a la población a una manifestación, y muchos dijeron que no podían faltar un día al trabajo. Yo creo que el trabajar es importante, lógico, pero no ayuda en nada ir a trabajar y no tener a dónde volver después. Cuando los hijos lleguen de la escuela, ¿dónde los van a poner a dormir, en que cama? Un día de salario perdido hace falta, sí, pero hace mas falta un techo.
El gobierno sabe que el pueblo esta desmotivado. Son 119 favelas amenazadas de remoción. Hubo una manifestación que llamaron por el «Día D». Sólo aparecieron cien personas. Si diez personas de cada una de las favelas amenazadas hubieran aparecido, ¡haz las cuentas de cuántas darían! El pueblo esta desunido. Yo no creo más en eso, confieso. Creo en casos críticos, como la última acción de Justicia que autorizó la salida de las casas de la comunidad de Villa Autódromo que quedaban a la orilla del lago. El pueblo fue agarrado por sorpresa. La asamblea se llenó. No voy a decir que no saldré de aquí, porque contra la fuerza no hay resistencia. Pero no acepto negociar. Creo en un cambio si el pueblo se une y deja de ser cobarde.
En la justicia, tampoco creo. No creo en la justicia para el pobre, el negro, ni la prostituta. En este país, la justicia sólo funciona para los ricos. La propuesta para la Villa Autódromo es resistir hasta que sea posible, hasta que la justicia no nos pegue con su martillo. Y, aun cuando nos pegue, nosotros vamos a quedarnos. Sólo vamos a salir de aquí expulsados, porque la opción que el gobierno nos da es humillante. Existen solamente tres alternativas: una deuda para adquirir una casa con un espacio pequeñísimo y lejos, una indemnización miserable o la calle.
Publicado el 01 de Abril de 2011