Doña Sebastiana salió entristecida del Reclusorio de Villahermosa. A pesar de que esta vez las madres sí tuvieron chance de conversar sin rejas de por medio con los presos centroamericanos que están en el segundo penal que visitan (ya estuvieron en el de Tenosique, el martes 1) ninguno de ellos recuerda a su hijo.
Edgar Rodolfo Xón Ajanel tenía 22 años cuando salió de su comunidad en el municipio de Chichicastenango, en el departamento de Quiché, en Guatemala. “La vida allá es pobre, yo soy padre y madre entre mis hijos, mi hijo no tiene papá, por eso buscó qué hacer. Él es un trabajador, se fue a buscar trabajo, no porque iba a matar gente.”
La última vez que le habló a su madre fue el 21 de Julio de 2008, desde Matamoros, ciudad limítrofe con la frontera de Estados Unidos, en el estado de Tamaulipas. “Yo no sé si es cierto o es mentira que él estaba ahí. Preguntó a los que tenía alrededor y le dijeron Matamoros, pero él no conocía, es como yo que ahora tampoco sé dónde estoy.”
El único varón entre los seis hijos que tuvo esta mujer menudita de 50 años. “Ninguna vino conmigo porque no hay suficiente dinero. Me vine por mi hijo, porque llevo en el corazón que tengo que encontrar a mi hijo.”
Entre la tristeza de Doña Sebastiana y el revoloteo de la prensa local que esperaba la llegada de la Caravana al reclusorio, Arturo Maldonado Pulgar, director general de prevención y reinserción social del estado de Tabasco dio algunas cifras de los 39 migrantes detenidos en sus cárceles: 24 de ellos (22 hombres y 2 mujeres) en Villahermosa, 6 en Huimanguillo y 5 en Cárdenas. No mencionó los restantes, pero deben ser aquellos recluidos en el Centro de Readaptación Social (Cereso) de Tenosique, ya mencionado.
Según el funcionario, provienen de Guatemala, la mayoría de Honduras, de Cuba, uno de El Salvador y uno de República Dominicana; el 70 por ciento de los presos ya fueron sentenciados y el 30 restante tienen aún abierto su proceso penal, aunque ya están recluidos. También afirmó que “se les avisa a las embajadas cuando entra un preso de otra nacionalidad, pero ahora lo vamos a hacer a la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) para que ellos tengan al momento el dato cuando ingrese alguna persona de origen extranjero y a su vez le avisen a las ONG».
La esperanza resurgió en Doña Sebastiana por la tarde, tras el almuerzo en Huimanguillo, la ciudad de la piña, que la celebra con un monumento a la fruta amarilla en medio de una de sus rotondas. Uno de los vecinos de la localidad de la piña sostenía haber visto a Edgar Rodolfo.
“Hay pistas que surgen durante el recorrido de la Caravana que no se pueden descartar y encontramos un grupo de gente que sí lo reconoce”, explicó Rubén Figueroa, integrante del Movimiento Migrante Mesoamericano, organizador de la misma, y él, particularmente, encargado del seguimiento de las pistas que conduzcan a los desaparecidos.
Rubén y Doña Sebastiana, acompañados por Catalina López, de Guatemala, integrante de la caravana y parte del equipo de la organización de Estudios Comunitarios de Acción Psico-social (ECAP) fueron tras la pista que decía que un centroamericano con esas características trabajaba de bolero (lustrabotas) en una esquina de un barrio popular de Huimanguillo. La pista se cayó cuando el hombre les confirmó que el muchacho era hondureño, y no guatemalteco como Edgar Rodolfo.
“La pista tiene un límite. Alguien dice que conoce a una persona que se le parece al que buscamos y eso no puede pasar desapercibido. Efectivamente nos llevó con una persona migrante, centroamericano, pero no era quien buscábamos. De todas formas, ese otro nos dijo que hace dos años que no se comunica con su familia, entonces le pasamos el caso a los Comités locales de desaparecidos que trabajan en Honduras.”
Filmaron un video, en que el muchacho le habla a su mamá, -le pidió disculpas por no haberse comunicado en tanto tiempo-, que las integrantes de los Comités se llevarán, una vez que regresen al país centroamericano. “Ese es el puente de esperanza que genera la Caravana, la posibilidad de conexión, es lo que le da impulso, es su productividad”, analizó Figueroa.
¿Qué sintió Doña Sebastiana frente a esa pista y su posterior descarte? “Sentí una emoción que no sé qué me dio pero sigo igual, no es mi hijo, entonces sigo igual. Le pido más a Dios y a la Virgen, que es mi guía, es la guía que tengo. Tengo la esperanza de mi hijo, lo tengo que encontrar.”
¿Qué le diría a los que están pensando por migrar de Guatemala? “A los muchachos que piensan ir, no les digo que se vayan o que no, esa es la decisión de uno. Como me pasó con mi hijo, yo le dije: «busca trabajo aquí ‘mijo’, aunque haya tortilla con sal», yo le ofrecí todo, tortilla con frijol, y él me dijo «no mamá, yo me voy, es que no hay dinero, no hay trabajo y no hay terreno, no hay casa». Así están los jóvenes también, toda persona es así, Guatemala es pobre.”
Eso que entiende Doña Sebastiana, de que su caso es duro pero no es el único, es el centro del trabajo que realiza la organización de Estudios Comunitarios de Acción Psico-social (ECAP) con grupos familiares guatemaltecos en Quiché, Chimaltenango, Quezaltenango y Huehuetenango, de la que Catalina López es parte.
“Trabajamos el proceso de acompañamiento a los familiares de migrantes desaparecidos y no localizados, porque la migración tiene efectos en los que se van, en los que se quedan y en los que regresan. Son diferentes enfoques que se dan dentro del mismo contexto de la migración.”
La tarea se desarrolla con un estimado de 200 familias, pero según relata López, es un número muy pequeño en relación al total de los desaparecidos, ya que únicamente trabajan en la parte suroccidente, pero no en la parte oriente de Guatemala.
¿Cómo es el trabajo que realizan? “Trabajar con las comunidades desde un punto de vista individual, familiar y comunitario naturales, en formas de poder afrontar esta situación, para ir regenerando nuestras energías frente a esto. Utilizamos también la cosmovisión maya, las energías de los días, para obtener la fortaleza y poder seguir adelante. Nuestros hijos están desaparecidos pero la vida sigue, es como tener energías para esperarlos, para buscarlos.”
Catalina López tiene una especialidad en salud mental comunitaria y como parte del pueblo indígena, une tradiciones.
Explica: “La migración ahora está recrudeciéndose más, pero la desaparición no es nueva, hay familiares que buscan desde hace 17 años, ellas mismas como familias han buscado formas de sobrevivir. Es importante mencionar que nuestro apoyo ha servido bastante: trabajar sobre los sentimientos y nuestros pensamientos. Hay gente que físicamente se está muriendo porque no ha podido hablar de lo que lleva en su corazón y en su mente.
¿Cómo poder abrir esa comunicación y ese espacio de confianza? “Eso se logra a través de nuestra comunicación con el idioma (el k´iche) que no es igual a alguien que sólo habla el español de aquí, que yo le transmita esa emoción”. Esa comunicación en su idioma – dice- genera la confianza para poder hablar de lo que les sucede a las personas. Es un gran sufrimiento que no es expresado” que hace que se vea a la migración como un problema individual, haciéndolas sentir responsables del destino trágico, con culpa. “No se puede sentir culpa porque migrar es un derecho. Por eso hablamos que en los tratados de libre comercio entre los países no hay fronteras cuando se trata de productos, pero cuando se habla de seres humanos es dónde sí están las fronteras».
El método es “el grupo como apoyo: pensar que no solo mi caso me afecta en lo individual sino ver cómo el problema migratorio está generalizado en el caso de Guatemala, por la estructura de violencia y la pobreza”. Entender de dónde viene esto, contar en el grupo lo que se siente y socializar las formas que cada uno tiene para salir adelante, para que otros puedan ser parte de esa solución y búsqueda.
“Hay mucho que contarse porque hay muchas experiencias de qué hacer. Ha sido una práctica primeramente desde las comunidades, los pueblos, las personas”. Es decir, viene de abajo. “Como organización intentamos canalizar toda esa energía que tiene la gente para un bien. Todos lo tenemos pero de forma dispersa, entonces, se trata de canalizarlo en pos de lo que queremos, el fortalecimiento de nuestro corazón y nuestra mente para seguir adelante.”
¿Cómo se vinculó Catalina López con esta perspectiva y terapia? “Cada uno de nosotros, como personas individuales, hemos nacido para algo. Dentro de nuestro calendario maya tenemos energías, cada uno hemos nacido con un don. Primero identificar ese don para saber que puedes ayudar, fortalecer a los demás y que es parte de la lucha».
Catalina es de las pocas en el grupo de madres que se ha negado a usar la remera blanca que las identifica, y porta el típico colorido ropaje guatemalteco. Explica que es parte de lo que es y lo que refleja. “A través de mi energía (e indica un colgante de piedra verde que le cuelga del cuello) esta es una energía que se llama ‘Tixaj’ y es una energía que literalmente dice que es la lengua del abuelo, el gran fuego del abuelo. Todo fuego es sanador, todo fuego es curador, todo fuego es fortalecedor. El fuego viene a renovarte. La energía de este día dice que puedes trabajar con cosas imposibles. Me lo he apropiado junto a mi forma de ser y a mi cultura para poder apoyar desde lo que tengo.”
Fotos: Eliana Gilet. Visita de la Caravana al Penal de Villahermosa, estado de Tabasco / Actividad en la plaza de Palenque, Chiapas / Actividad en la plaza de Tenosique, Tabasco
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