Mihkailwitl, la fiesta de los muertos

Iván Pérez Téllez

En un contexto saturado de imágenes e información conviene recordar cuál es la naturaleza del Día de muertos. En muchas regiones indígenas de México esta festividad coincide con el fin del ciclo agrario, es decir, es el tiempo de la cosecha del maíz, es, con todo, una época de abundancia. Los nahuas de la sierra norte de Puebla, por ejemplo, lo viven así y disponen los mejores alimentos para recibir y convidar a sus difuntos de todos los frutos producto de su trabajo. Se trata, claramente, de la festividad más importante del ciclo ceremonial nahua, no tiene paragón, ni Navidad ni Año Nuevo poseen esa relevancia en esta parte final del año, como sí ocurre para la sociedad nacional no indígena. El Mihkailwitl, o la fiesta de los muertos, cierra notoriamente el ciclo agrícola masewal, que inició meses atrás con la bendición de semilla de maíz, el día 2 de febrero, durante la celebración de la Virgen de la Candelaria.

Si bien se trata de un ritual de carácter comunitario, en un primer momento el Mihkailwitl es sobre todo una festividad doméstica y familiar que rinde culto a los ancestros pero no a los antepasados genéricos sino a los que todavía se mantienen en la memoria: abuelos, padres o hijos fallecidos. Paradójicamente, lo que se celebra no es la muerte en sí sino los vínculos que todavía sostienen vivos y muertos, puesto que se considera que los difuntos tienen una existencia real —aunque en forma de almas— que incide en la vida y el mundo humano, ya sea procurando la prosperidad mas también la enfermedad o la desgracia cuando se no se les recuerda ni les procura adecuadamente.

Para los nahuas, el Mihkailwitl es un evento profundamente íntimo que revela las relaciones sociales y cosmológicas que sostienen los vivos con los muertos, así como con otros seres no-humanos, sobre todo las divinidades atmosféricas. Los nahuas consideran que al morir una persona se “muda” a otra tierra —okse Tlaltikpak—, un lugar conocido como Miktlan —una réplica especular, un desdoblamiento del mundo humano pero en miniatura, como las almas mismas— donde las almas de los difuntos tienen una vida social.

En este sentido, los nahuas distinguen entre los sujetos que llegaron a conformarse como personas cabales y quienes fallecen sin conseguirlo; por ejemplo, el Miktlan es un lugar reservado para los “verdaderos” nahuas, aquello que invirtieron todo el esfuerzo necesario para llegar a ser una persona masewal: fueron bautizados, se alimentaron de maíz, se casaron, tuvieron hijos, hicieron compadres, cumplieron con sus responsabilidades civiles y religiosas, y todo aquello que prescribe la cultural nahua. De hecho, las personas adultas que no se casan son tratadas durante los rituales fúnebres como infantes y tienen como destino post mortem la tierra de Tlalok, además de que, en una suerte de reprimenda, deberán “cargar en su hombro el mundo” durante un periodo de tiempo indeterminado hasta que algún otro lo sustituya: cada cambio sacude Tlaltikpak y da lugar a los temblores —tlalolini— en el mundo humano. Es tan radical esta concepción de persona que si un hombre o una mujer no contrae matrimonio no será considerada como una “persona completa”, por lo cual no puede asumir ninguna responsabilidad pública, pues para ser una persona se debe ser dos. Asimismo, los niños al morir, dado que son personas incompletas, no irán al mundo de los muertos, de ahí que en el Mihkailwitl vengan en días distintos y quizás de un espacio-tiempo diferente. Así, el día 1 de noviembre se espera la llegada de los niños y el 2, el de los adultos. En Cuacuila, Huauchinango, Puebla, después del medio día del 2 de noviembre se realiza el tlakualxelolistli —el acto de repartir comida— para agasajar a los compadres de “grado” —padrinos de bautizo o casamiento— y repartir así las ofrendas de los altares, en este momento la festividad de Mihkailwitl deviene una gran actividad comunitaria en la que circulan tanto los alimentos de las ofrendas como las personas que al acudir a otras casas reconocen un vínculo ritual. Así es, grosso modo, la forma en que se realiza el Día de muertos en un pueblo nahua de la sierra norte de Puebla.

El país posee claramente muchos rostros, sin embargo la sobreexposición, y la idea de uniformidad que se promueve a través de los grandes desfiles, las catrinas o altares descomunales, resulta pernicioso pues promueve una idea deslavada —y edulcorada— de esta festividad de raigambre indígena. El Mihkailwitl nahua nos revela, por su parte, una cosmología donde los muertos tienen una existencia real —en su propio dominio: el mundo de las almas—, y donde esta festividad es sólo una parte del gran engranaje ritual masewal, asimismo revela una concepción singular de la noción persona nahua según la cual nuestros difuntos tienen una existencia real posterior a la muerte, de ahí que se les espere año con año.

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