“Mi hijo, condenado por ser pobre y negro en Sao Paulo”

Testimonio publicado en el libro "Periferia Grita: Mães de Maio, Mães do Cárcere" Traducción: Joana Moncau

Fui madre, fui padre, fui hermana, fui compañera, fui todo para un hijo amado, mi hijo Fábio, hijo nacido en un difícil momento de mi vida. Justo en medio de tantas dificultades, fue muy especial, muy deseado y muy amado.

Lindo hijo, bien criado, amado en todas partes; hijo sufrido, agraviado. Cuando era niño, muy enfermo, débil de salud, sufrió muchas crisis, pero sobrevivió con mucho amor y cuidado de sus seres queridos.

Cuando era adolescente trabajó en el “Camps”, en el Jockey Club y, siempre ocupado, vivía una vida sencilla pero con mucho carácter. Vida de habitante pobre de favela, negro, siempre simpático.

Creía que un día realizaría sus sueños, sueños que fueron desechados. Cumplió 18 años en 1996, era su mejor momento y tenía ganas de ser feliz, pero el mundo fue cruel con él y con toda nuestra familia. El 14 de agosto del 1996, por parecerse a otra persona, pasó en un instante de trabajador a delincuente. Fue detenido por un crimen que el mismo hombre de la ley sabía que no lo había cometido. Lo acusaran, lo esposaron, lo detuvieron. Es como aquella vieja historia: negro, pobre, de favela. No hay otra.

Acusado de robo, fue sentenciado a una pena de 30 años. Luché junto a él, escuché palabras de promotores que eran cómplices del crimen; luché con todas las fuerzas, pues ser pobre no significa ser ladrón. Luché con uñas y dientes y, tras un año y dos meses, probé -junto al jurado popular- que mi hijo no era de aquellos que mataba y robaba. Lo visité todas las semanas, conocí lo que era una cadena, un depósito de delincuentes: muchos culpables, pero también muchos inocentes.

En el caso de mi hijo, la ley necesitó un año y dos meses para darse cuenta de que él no era culpable. Fueron un año y dos meses de sufrimiento; quienes no han entrado en una cárcel no tienen idea de lo que es. Es un lugar de animales que los gobernantes suelen llamar presidio. En la calle, trabajador; en el cárcel, ¡delincuente! Esa es la forma en que nuestra justicia y nuestra sociedad piensan: hijo delincuente, familia delincuente.

Después del encarcelamiento, cambió su rutina, como si fuera una res marcada por sus dueños. Mi hijo no tuvo uno sólo día en que no fuera abordado y revistado por la policía, eso cuando no inventaban algo. Esa fue su vida durante sus últimos 17 años.

Mi hijo nació condenado por haber nacido en una favela, por ser pobre, por ser negro. Desde los 18 hasta los 31 años eran diez días en la calle y todo lo demás en la cárcel. Todas las semanas escuchaba sus lamentos sin poder hacer nada.

Nosotras criamos un hijo para un mundo que parece hermoso, pero viene la policía -que no parece querer al ser humano que aborda- y lo lleva hasta el delegado, que lo arresta y lo envía al promotor, que firma lo que sea, y lo lleva hasta el juez, que a su vez lo condena. Soy testigo vivo de que quienes tienen dinero no van a la cárcel, y que no todos, pero una gran mayoría, están al servicio de la corrupción. Yo misma he conocido a varios de ellos.

Mi hijo, ya detenido, fue acusado de matar, y mientras estaba en la cárcel, la policía iba hasta mi casa a buscarlo. Mi hijo, pese a estar internado en el hospital y con toda la documentación que lo probaba, fue acusado y encarcelado por diez meses, aunque probé que estaba internado. Entonces, ¿qué más puedo decir sobre nuestra justicia?

Nuestros gobernante salen en la tele para decir que los presos cuestan 3 mil reales (casi mil 500 dólares) mensuales. Mantienen al detenido como a un animal en una jaula, sin trabajo, sin ocupación, y nuestra ilustre sociedad cree que el bandido es está en los presidios. Las leyes sirven sólo para proteger a los ricos, para los pobres no hacen falta pruebas para que los lleven detenidos, basta con que hayan nacido pobres.

La vida de mi hijo fue eso, siempre detenido, a veces liberado y absuelto, pero la tardanza en los procesos va dejando un enorme rencor. La última vez que se llevaron a mi hijo detenido fue por seis años. Fue tanto sufrimiento que, cuando dejó aquél lugar donde la policía hizo de él un monstruo, viviendo entre cuadro paredes y sólo, sin poder mirar al mundo, hicieron que mi hijo se cansara. Y, cuando dejó aquella prisión, quería vivir una vida digna junto a su familia que nunca lo abandonó: su madre, su esposa, su hija y sus tías.

Fue cuando vinieron los milicianos, los “ninjas” [grupo de ejecución compuesto por policía], esa basura, los policías que supuestamente deberían protegerlo y, en medio de la mejor avenida de la ciudad – la Presidente Wilson, frente a un colegio de gente rica-, en plena víspera de día festivo, delante de un montón de gente y sin preocuparse por nada, ametrallaron a mi hijo y a mi nuera, Aline dos Santos Rodrigues, embarazada. Los dos estaban en la mejor época de sus vidas. Además estaban en la presencia de una niña de cuatro años que estaba dentro del carro. Dispararon sus revólveres sin ninguna preocupación.

¿Dónde está nuestra justicia? ¿Dónde está la investigación? ¿Dónde está nuestra sociedad? Donde hay un crimen debe haber un criminal, y es chistoso que para los asesinos de mi hijo y de mi nuera embarazada no existió una investigación. ¿Dónde están los testigos? ¿Por qué la policía no consiguió a nadie dispuesto a atestiguar? Y ¿por qué tantos porqués? ¡Y siempre sin respuestas! ¿Porque nuestra pericia que gana, y no poco, ha fallado? ¿Es porque era un delincuente? No, queridos, él era mi hijo, era un ser humano. Y en cuanto a mi nuera y a mi nieta en su vientre, ¿que debían a la justicia?

Hoy, aquí en Sao Paulo, vivimos una guerra y la vida humana no vale nada. Me queda una duda: ¿por qué escucho a los gobernantes hablar a duras penas en Centros de Detención Provisoria y en penitenciarías?  ¿Por qué no existen otros Romãos Gomes [cárcel modelo]? ¿Por qué los detenidos no tienen una ocupación? Por qué, por qué, siempre los mismos porqués…

Aquí queda el sufrimiento de un joven que buscaba ser alegre y feliz, con ganas de vivir, pero que su vida fue interrumpida. Hoy pregunto a nuestros ministros y gobernantes y a nuestra presidenta: Si mi hijo hubiera sido todo lo que dice la policía, ¿no tendría yo una bella casa y dinero para vivir y criar a mis nietas?

Poema de Helena Fonseca a Aline dos Santos Rodrigues*

Aline, muchacha hermosa con muchas ganas de vivir

Aline, hija de gente digna y trabajadora, hija única de su madre

Aline creció con buena educación y estudió para ser alguien

Tuvo buena ropa y buena educación

Tuvo muchas alegrías

Tuvo en su vida su primer amor, ese amor que viene desde el alma

Un amor verdadero por Fabio, mi hijo

Vivieron ese amor desde la cárcel, ella siempre lista para visitarlo

Quedó embarazada de una niña, hermosa, que hoy ya tiene seis años

Aline, que no podía esperar más el momento en que su amor dejara la cárcel  para que viviesen su felicidad

Tenían todo para ello

Y, por tanto que se amaban, aquel fatídico día andaban juntos en aquel auto, ella embarazada de cinco meses de otro hijo.

Muertos por las mismas balas, quizás por los mismos a quienes se culpa de otros atentados y otras muertes

Los platos de la balanza de nuestra justicia necesitan balancearse para los dos lados

No se puede que haya leyes para unos y para otros no

La extrañan sus padres, hermanos, cuñados, suegra, hija y amigos

¡Nosotros morimos junto a ustedes!

  Texto publicado en el libro “Periferia Grita: Mães de Maio, Mães do Cárcere” (2012).

Publicado el 11 de febrero de 2013

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