Los khwes de Namibia no quieren desaparecer

Marine Ernoult / Laurent Rigaux

“Nuestro supermercado es la sabana. ¿Cómo quiere que mi pueblo sobreviva?”, se lamenta Thaddeus Chedau, con expresión grave. Este antiguo cazador se queja de las restricciones de acceso a los recursos naturales impuestas por las autoridades namibias en el Parque nacional de Bwabwata, establecido en 2007. En medio del calor asfixiante de la Franja de Caprivi, al noreste de Namibia, este hombre de 59 años avanza con los sentidos alerta. Pertenece a la etnia de los khwes, presente en los confines del África austral desde hace más de 40.000 años. “Nosotros somos los primeros habitantes”, reivindica manteniéndose al acecho de la más mínima huella en la arena. “Pero no tenemos derecho a cazar ni a cosechar plantas en nuestras propias tierras ancestrales”.

Esta mañana de junio de 2017, Thaddeus Chedau está dando una lección de rastreo a dos adolescentes de su pueblo, librando una lucha mediante la transmisión de sus conocimientos a las generaciones jóvenes. Los khwes son nómadas cazadores-recolectores que se volvieron sedentarios. Los 6.000 khwes que viven en el parque, privados de sus derechos sobre las tierras y de sus medios de subsistencia tradicionales, están política y socialmente marginados. Forman parte del pueblo san, también conocido con el nombre peyorativo de bushmen (aborígenes).

A finales del siglo XVIII su existencia se ve perturbada por la llegada a la región de los mbukushus, pertenecientes a una etnia bantú, que están consiguiendo ejercer progresivamente una influencia política considerable. Los sucesivos Gobiernos namibios los miran con recelo desde que se aliaron, más o menos obligados, a las antiguas fuerzas ocupantes sudafricanas. En 1990, durante la guerra de independencia namibia, la Franja de Caprivi, una extensión estratégica situada entre Angola y Botswana, es ocupada por las Fuerzas de Defensa de Pretoria.

Los khwes son famosos por sus conocimientos del terreno y son empleados como rastreadores. Este legado histórico compromete sus tentativas de integración en la sociedad. Los adultos, que hablan una lengua khoisana, caracterizada por el uso de chasquidos o “clics”, y que no dominan la lengua bantú de los mbukushus, están excluidos del mercado de trabajo, y los jóvenes son rechazados de las escuelas públicas. “Queremos que se nos trate como a los demás grupos nacionales, que nuestros hijos tengan derecho a pensar en su lengua materna”, declara el antiguo cazador.

Esta mañana de junio de 2017, Thaddeus Chedau ha sacado su chaqueta de maestro y da una lección de rastreo a dos jóvenes de su pueblo. Sus padres todavía podían cazar en el Parque nacional de Bwabwata. Hoy en día los khwes carecen de ese derecho, pero la transmisión del saber ancestral es para él una prioridad. Foto: Laurent Rigaux

A lo largo de la carretera B8, los pueblos dejan ver la extrema indigencia en la que viven los khwes. En nombre de la conservación de la naturaleza, la caza tradicional está prohibida y la recolección está fuertemente limitada. El Ministerio de Medio Ambiente y Turismo, en colaboración con la ONG namibia Integrated Rural Development and Nature Conservation (IRDNC), trata de reducir esta pobreza mediante la aplicación del programa nacional de Gestión Comunitaria de los Recursos Naturales (CBNRM, por sus siglas en inglés), una estrategia que delega a las comunidades locales la gestión y el uso de la fauna y flora.

Sobre el papel los objetivos son ambiciosos. Los khwes tienen que desarrollar y garantizar nuevas fuentes de ingresos gracias al turismo, a la recolección de una planta medicinal denominada uña del diablo, y a la caza de trofeos, que sigue estando autorizada. En 2006 el Ministerio confió a la asociación multiétnica Kyaramacan, que representa al conjunto de los habitantes del parque, dos terrenos de caza y otro para el desarrollo de una infraestructura turística.

La flora del Parque nacional de Bwabwata ofrece plantas medicinales, como la uña del diablo (devil’s claw o harpagophytum procumbens), eficaz contra la artritis. Aunque los khwes ya no tienen derecho a practicar la recolección de subsistencia en las zonas protegidas del parque, el Gobierno namibio les autoriza a comercializar la uña del diablo a través de la asociación Kyaramacan, para que puedan desarrollar nuevas fuentes de ingresos. Foto: Laurent Rigaux

Sobre el terreno, el camping N//goabaca, situado al borde de las cataratas de Popa del río Okavango, sobrevive mal que bien: debido a la falta de publicidad en las guías turísticas resulta complicado llenar los cuatro emplazamientos para tiendas de campaña. El hotel de hospedaje, prometido desde hace años, todavía no se ha construido. La caza de trofeos, cuya gestión Kyaramacan delega a agentes privados, está reservada a los turistas más pudientes, quienes a cambio de varias decenas de miles de euros se obsequian con un momento de emoción matando a un elefante. La carne es compartida después con la población local.

Domingo 11 de junio de 2017. En Omega 1, antiguo campo militar y principal pueblo khwe en la Franja de Caprivi, un turista europeo ha matado un elefante el día anterior, en el marco de la caza de trofeos. Cada año se comparten cerca de 30 toneladas de carne con los miembros de la comunidad. Foto: Laurent Rigaux

Estas actividades han permitido crear 43 empleos en el seno de la comunidad, unos resultados que dejan indiferente a Thaddeus Chedau: “Cada familia apenas gana 13 euros al año”. Friedrich “Fidi” Alpers, un namibio de origen alemán que trabaja para la IRDNC, reconoce que el escenario no es ideal. “Inventar un nuevo modo de vida es todo un reto”, insiste este hombre entusiasta instalado desde hace 12 años en la sabana, en el corazón del Parque de Bwabwata. “Si un pueblo es excluido de un ecosistema del cual siempre ha formado parte, se convierte en una amenaza”.

Asustados por el lento aniquilamiento de su cultura, los khwes “se sienten heridos”, asegura Friedrich Alpers. “Si eres cazador y te prohíben cazar, te enfadas. Es más que el hecho de tener carne en la cazuela: el tejido social de la comunidad se ve afectado”. Alpers, que brinda un apoyo incondicional a los khwes, les incita a defender sus intereses directamente ante el Gobierno o en el extranjero.

Friedrich Alpers vive desde hace 12 años en el corazón del Parque de Bwabwata. Su credo: la conservación de los recursos naturales no beneficia lo suficiente a los pueblos autóctonos. “¿A quién beneficia la conservación, a quién beneficia los parques nacionales?”, pregunta una y otra vez. “Hay que inventar nuevos estilos de vida para estas poblaciones, permitirles acceder a los recursos y participar en las decisiones políticas”. Foto: Laurent Rigaux

Expulsado durante varios meses del Parque de Bwabwata en 2016 debido a su implicación personal, Friedrich Alpers ha podido finalmente reincorporarse a condición de respetar la estricta política del Ministerio. A pesar de estas advertencias, no contempla quedarse ahí y repite incansablemente: “Para gestionar el Bwabwata hay que respetar la riqueza de los saberes indígenas y combinarlos con la ciencia moderna. La naturaleza se beneficiará, porque los khwes la protegen como un medio de subsistencia”.

En 2014, durante el Congreso Mundial de Parques de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), Thaddeus Chedau reclamó en Sídney el “reconocimiento de los conocimientos indígenas para luchar contra la caza furtiva” en la Franja de Caprivi (una práctica que va en aumento desde que el vecino Botswana prohibió todo tipo de caza en el año 2013). “La mayoría de los miembros de nuestra comunidad no han ido a la escuela, no hablan inglés, no saben leer ni escribir, pero poseen grandes conocimientos sobre la fauna y la flora”, especifica. “Mi escuela está en la sabana”. Al año siguiente las autoridades del parque pusieron en marcha un programa destinado a integrar a varios rastreadores khwes como guardabosques.

En octubre de 2013, una delegación de la Alianza Mundial del Turismo Indígena (WINTA, por sus siglas en inglés) viaja a Namibia para asistir a la Cumbre Mundial del Turismo de Aventura. Varios miembros se desplazan hasta la Franja de Caprivi, donde se organiza un encuentro con los khwes. Alfred Tchedau (a la izda.) ha vivido toda su vida en el Parque de Bwabwata y trabaja para la ONG IRDNC como “orientador principal” de los khwes. Ese día, se mantiene un intercambio con un representante de los aborígenes australianos a propósito de las costumbres y las dificultades de cada minoría. Foto: Laurent Rigaux

En marzo de 2016, cuando la Unión Europea quiere prohibir la importación de determinados trofeos de caza, en particular los de rinoceronte, la etnia se moviliza. “Si la caza se para aquí, nos vamos a morir de hambre. Esto nos ayuda, aunque no nos engorde”, declara en un vídeo Thikundja Ndando, un abuelo khwe procedente del pueblo de Chetto. El documental, realizado por NACSO, la asociación que agrupa a varias ONG y que asiste a las comunidades namibias, es el primer episodio de una serie titulada “Talking about hunting” (Hablando de la caza), donde diferentes miembros de las comunidades namibias presionan a la UE para que examine su situación.

Finalmente, los países miembros (incluida la UE) de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES, por sus siglas en inglés), reconocen a finales de 2016 que la caza de trofeos es beneficiosa si se gestiona de manera sostenible, y deciden mantener la autorización de los trofeos de elefante en Sudáfrica, Botswana, Namibia y Zimbabwe.

La quema de arbustos es una de las técnicas ancestrales de los khwes para regenerar la vegetación. A pesar de estar prohibida en el parque, los hombres siguen quemando arbustos por costumbre, cuando el terreno está aún húmedo, después de la estación de lluvias. Friedrich Alpers lo considera una oportunidad y los anima: “Esto permite atraer a los animales al borde de las carreteras, y por tanto a los turistas”. Foto: Laurent Rigaux

Tras haber participado en la creación de un pueblo cultural, el empleado de la IRDNC lucha con la etnia para fundar una universidad (Traditional environmental knowledge outreach academy) donde se puedan transmitir las competencias tradicionales. “Se ofrecerán cursos a todas las personas que quieran aprender algo sobre la naturaleza”, precisa Thaddeus Chedau. “¡No vamos a ofrecer safaris gin tonic!”. Y añade: “Es nuestra solución para resolver el problema de la pobreza, y para hacer que los jóvenes se sientan orgullosos de su cultura. ¡Nuestros conocimientos son nuestra riqueza!”. Chedau reclama igualmente el establecimiento de un permiso de caza tradicional en determinadas zonas del parque. Pero esos proyectos no son del agrado de las autoridades, que hacen oídos sordos.

Este artículo ha sido traducido del francés.
Publicado originalmente en Equal Times

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