Los Hermanos Musulmanes no abandonan las calles (26/08/13, Naiz)

Naiz

Los Hermanos Musulmanes no podemos controlar a todos. ¿De dónde es Al-Zawahiri (en referencia al líder de Al Qaeda)? ¿Cuántos como él pueden surgir? Occidente debería de hacer algo por sí mismo. Porque quien pagará la factura serán ellos. ¿Quién va a creer ahora en su democracia?». El que habla es Ahmed, nombre ficticio para un cuadro de los Hermanos Musulmanes que acepta ser entrevistado a cambio de no revelar su identidad ni el lugar de El Cairo donde se realiza el encuentro. Como él, muchos de los miembros de la Cofradía han tenido que refugiarse en la semiclandestinidad en las últimas semanas. Primero, con el golpe de Estado de Abdul Fatah Al-Sissi. Después, con la masacre de la acampada en Rabaa al-Adawiya y la persecución desatada contra los líderes islamistas. En menos de un mes, la Hermandad religiosa fundada en 1928 por Hassan al-Banna ha pasado de controlar el Gobierno egipcio e imponerse en las seis elecciones celebradas desde la caída de Hosni Mubarak a sufrir el mayor hostigamiento desde tiempos del dictador. Pese a las previsiones que auguraban una guerra civil, las opciones del peor de los escenarios posibles van desvaneciéndose. Especialmente, después del drástico cambio de estrategia del grupo liderado ahora por Mahmud Ezzat: de la confrontación abierta han pasado a un repliegue táctico y aseguran tener fuerza para mantener un pulso en la calle. No obstante, líderes como Ahmed también avisan de que, como ocurrió en otros tiempos, también podrían surgir escisiones que recurran a la acción directa. Aunque estas opiniones, por el momento, son minoritarias.

«No podemos controlar a todo el mundo pero estoy seguro que los métodos serán pacíficos. El éxito está en que no haya violencia», insiste Amr, un médico que participaba ayer mismo en la protesta diaria de las 16.00 horas en Gameet el Duwal el Arabya, en el área de Mohandeseen, en Giza. Estas marchas forman parte del cambio de estrategia, aplicada con su característica disciplina: ya no se busca el cara a cara con los militares ni grandes concentraciones, sino que se realizan manifestaciones descentralizadas que cada día cambian de lugar para evitar los omipresentes tanques. «Nos estaban matando, no volveremos a lugares cerrados donde puedan dispararnos tan fácilmente», añade Kadija Nasreldin, radióloga de 25 años que rompe a llorar cuando recuerda los tiempos de Rabaa al-Adawiya. Aquella mezquita que mantuvo la concentración antigolpe durante más de 50 días y sus alrededores todavía no ha recuperado la normalidad. El templo sigue completamente calcinado y los uniformados que lo custodian no permiten pasar al interior. Alrededor, barreras del Ejército cortan las vías de acceso. Una de las primeras tareas de los operarios fue la de eliminar las pintadas de apoyo a Morsi a brochazos. No se trataba de limpiar, sino de no dejar rastro. «Ahora, diferentes grupos nos manifestamos en nuestro propio entorno. Que vean que no llevamos armas. Que somos pacíficos», insistía Nasreldin, cuyo padre ya estuvo en prisión hace diez años acusado de ser miembro de la Hermandad. Como ejemplo, la concentración de ayer. Cientos de personas exhibían la imagen de cuatro dedos símbolo de la matanza. Muchos de los vehículos que pasaban exhibían su apoyo. A unos cien metros, una patrulla de andisturbios se preparaba para actuar. Para cuando habían cargado el gas la marcha ya se había disuelto. Hoy celebrarán otra. Y así tienen previsto seguir «hasta que se restituya al presidente». Para este viernes ya se anuncian nuevas marchas de la «Alianza anti golpe», que ha unido a diversos grupos mayoritariamente islamistas.

Ataques contra la red social

«La represión no supone un problema. Tenemos mucha gente preparada para asumir responsabilidades», insiste Mohamed Nasr, que se resiste a reconocerse como miembro de la Cofradía hasta que la primera persona del plural termina delatándole. La consigna es clara: no es la primera vez que su organización es descabezada y siempre ha salido a flote. La posibilidad de que Mohamed Badia sea condenado a muerte ni siquiera la barajan («el coste sería muy alto para el Gobierno»). Además, creen que cuanto más tiempo permanece en prisión, Mohamed Morsi gana peso como símbolo. Una visión no exenta de voluntarismo, pero que también parte de la experiencia. Han pasado más tiempo ocultándose que en la arena pública. No en vano, su estrategia desde los 70 se ha basado en promover servicios educativos o médicos a una población olvidada por el Estado. Es ahí donde se han hecho fuertes. «Comprendimos que era más fácil islamizar a la sociedad y que fuese la población quien demandase un Estado islámico», explica Ahmed.

Esas redes también han sido objetivo de las redadas golpistas. «Están cerrando colegios y empresas. Perjudican a muchas familias», asegura este líder islamista, que se esconde a diario para no ser arrestado. Ese es uno de los problemas para regresar a la mezquita. Hace dos años y medio, reforzados por el apoyo electoral, dieron la cara. No obstante, sus redes siguen funcionando. Y siempre les ha ido mejor trabajar en la calle. Incluso en su página web preguntan si deberían de presentarse en el poco probable caso de que hubiese urnas. Pese a ello, muchos no están dispuestos a regresar «a los tiempos de Mubarak». Y estos no están tan lejos.

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