Los dilemas humanos
Cada día cientos de hombres, mujeres y niños salen de sus hogares en los países de Centroamérica y emprenden el viaje hacia los Estados Unidos. Saben de antemano que les esperan mil peligros que van desde el robo de sus pocas pertenencias hasta la pérdida de sus vidas. Las probabilidades de que lleguen a su meta –una vida más segura al lado de sus seres queridos en Estados Unidos–, son mínimas. Y aun así salen, en una fuerte corriente sur-norte que a pesar de los esfuerzos de los estados por contenerla, se desvia y continúa imparable.
¿Cuáles son los dilemas humanos que impulsan a la gente a hacer este viaje por tierra minada hacia un futuro tan incierto? Juana de San Marcos, de Guatemala, dejó atrás una madre enferma y un hijo pequeño. A pesar de sus esfuerzos, no podía comprar las medicinas de su madre ni dar de comer a su hijo. Su dilema: ser testigo de la muerte lenta de los dos, o salir a buscar trabajo para comprar lo que necesitaban. Apenas cruzando el Rio Suchiate y pisando territorio mexicano, fue capturada por dos policías mexicanos y violada repetidamente, junto con una amiga hondureña que conoció en el camino.
Para los salvadoreños el dilema es la violencia. El ultimatum de ‘morir o matar’ de las pandillas se ha apoderado de barrios, calles, y pueblos enteros, obliga a los varones jóvenes al reclutamiento forzado, y a las jóvenes a ser “novias” en un esquema hiper-patriarcal donde domina la fuerza y el salvajismo. En Honduras, el índice de homicidios se ha disparado desde el golpe de Estado en 2009, provocando un éxodo en muchas zonas del país.
A este contexto de dilemas humanos y situaciones volátiles, entra el Vice Presidente de EEUU, Joe Biden. Biden es el elegido por el gobierno de Barack Obama para jugar el papel protagónico en los países del Triángulo Norte (Honduras, Guatemala, El Salador). La crisis de la migración masiva de niños no-acompañados -y de mujeres, hombres, adolescentes y ancianos, pero ellos no salen en los periódicos- del verano de 2014 detonó una respuesta geopolítica del imperio que, lejos de priorizar la “crisis humanitaria”, se ha enfocado en reforzar la intervención militar/policiaca con criterios de seguridad nacional -la suya-, y un modelo de integración económica que implica la transferencia de recursos naturales y humanos a las transnacionales y a las élites políticas globalizadas.
Biden se reúne con los presidentes del Triangulo Norte para afianzar su nueva política de la “Alianza para la Prosperidad”. A este plan, el gobierno de EEUU destinó $750 millones de dólares este año y está pidiendo mil millones para 2017. Es una fuerte inversión en un futuro para los tres países, con el objetivo de atarlos a la hegemonía estadounidense. Un futuro que cierra las puertas a las personas expulsadas de sus países de origen y rechazadas por el país de destino.
El eje de la seguridad fronteriza inhibe el paso de los migrantes dentro de la región, donde las leyes garantizan el libre tránsito y apoyan a fuerzas de seguridad corruptas y co-responsables, por omisión o acción directa de la violencia. El eje de “desarrollo” promueve megaproyectos de la misma índole, que desplazan a comunidades rurales e indígenas, despojándolas de sus tierras, sus recursos y su sustento. La migración forzada resultante manda a la gente a una ruta de rebote entre puertas cerradas, sin poder encontrar un lugar para crecer, para trabajar, para criar a sus hijos o para vivir la última etapa de su vida en paz.
México tiene un papel preponderante en la estrategia de los Estados Unidos. El gobierno de los EEUU, a través de la Iniciativa Mérida, destinó unos $75 millones de dólares al Plan Frontera Sur en 2015 para parar a los y las migrantes centroamericanos antes de que lleguen a su frontera. México ha enviado miles de policías, soldados y gendarmería a la frontera con Guatemala desde julio de 2014 y el gobierno de Peña Nieto prohibió el uso del transporte por “La Bestia”—los peligrosos trenes de cargo que atraviesan el país—desviando los flujos migratorios a rutas aún más peligrosas.
El resultado ha sido una disminución en el número de migrantes centroamericanos en la frontera EEUU-México y un enorme incremento en el número de deportados desde la frontera sur de México. En los primeros 7 meses de 2015, México deportó más del doble de personas que en el mismo periodo de 2014. Por primera vez, deportó más centroamericanos que el gobierno de EEUU.
Los que logran pasar la zona fronteriza están perseguidos, extorsionados, encerrados, y tratados como si no tuvieran ningún derecho. Con impunidad, se vuelvan presos de los grupos criminales a menudo con la complicidad de las autoridades. Para las personas que se arriesgan en las audiencias, el proceso de pedir refugio tarda meses y la gente debe esperar en condiciones inadecuadas sin poder moverse libremente, para que al final, la mayor parte de las solicitudes sean rechazadas.
Cada ser humano nacido en la tierra tiene derecho a buscar un lugar en donde su vida no esté bajo amenaza. Un estudio de la ONU concluyó que más de la mitad de los migrantes menores centroamericanos en el momento de levantar la encuesta cumplían con los requisitos para pedir asilo debido a las amenazas que enfrentan en sus países de origen. Sin embargo, la mayoría no lo consiguen, ni en México, ni en los Estados Unidos. En Estados Unidos, la mayoría no cuentan con representación legal, que resulta ser el factor clave que hace la diferencia entre el asilo y la deportación.
Organizaciones de derechos humanos han documentado que este esquema de militarización de las fronteras y criminalización de los y las migrantes ha sido una bonanza para los coyotes. El precio promedio del viaje a los EEUU ha subido de entre $1,500 a $2,000, a $10,000 a 15,000.
El Secretario de Seguridad Interior, Jeh Johnson, ha presumido que la frontera del suroeste estadounidense tiene ahora “el despliegue más grande de vehículos, aviones, lanchas y equipo en la historia de 90 años de la Patrulla Fronteriza.” Para dar la bienvenida al Papa en su visita a Ciudad Juárez en febrero, la Red Fronteriza para los Derechos Humanos de El paso emitió una carta abierta: “Bienvenido a esta frontera, donde cientos de migrantes mueren cada año en su intento de alcanzar el sueño americano; bienvenido a la frontera más militarizada del mundo, a pesar de que los Estados Unidos no está en guerra con México”.
Los migrantes de Centroamérica están condenados a un peregrinaje sin fin. Muchos están retornando a las mismas situaciones que los obligó a salir y preparándose para el próximo intento. Las fronteras dividen sus familias y rompen sus anhelos de paz y una vida digna. Organizaciones sociales en Estados Unidos, México y Centroamérica se han unido para exigir un alto a las deportaciones, respeto a los derechos a refugio, y una revisión profunda de las políticas estatales, de manera que dejen de contribuir a la construcción de las condiciones que obligan a las familias a dejar su hogar para salvarse la vida.
Laura Carlsen
(mexicana/estadounidense) es directora del Programa de las Américas, analista política y periodista