Texto: Gloria Muñoz Ramírez
La actual crisis política en Bolivia no se explica con el binomio indígenas y campesinos pro Evo Morales frente a la ultraderecha racista y fascista en el poder. Esta fórmula niega la historia de 13 años del gobierno de Morales e ignora a amplios sectores de la población, incluyendo a miles de ex adeptos a su régimen, que no sólo cuestionan el proceso electoral en el que fue elegido por cuarta ocasión, sino el cúmulo de agravios de un presidente que tejió alianzas con sus antiguos enemigos.
La represión ejercida por la proclamada presidenta Jeanine Áñez, las muertes, la marcha con tres ataúdes de los caídos en Sanketa (que fue dispersada con gases lacrimógenos) y los más de 10 muertos en Cochabamba dejan ver, sí, lo que trae bajo el brazo un gobierno interino de ultraderecha que llegó al poder rebasando a la revuelta ciudadana que desconoció el triunfo de Evo Morales. No eran fascistas pagados por la CIA quienes votaron en el plebiscito de 2016 por la no relección del presidente. Y ganaron.
La complejidad de la crisis en Bolivia puede verse en una de las multitudinarias marchas que todos los días bajan de El Alto a la capital boliviana de La Paz, en las que se mezclan miles de indígenas seguidores del ex presidente, quienes piden su regreso para pacificar el país y exigen la renuncia de Áñez.
También hay contingentes de campesinos y maestros rurales para quienes el retorno de Evo significaría la guerra civil, y ellos también piden la renuncia de la actual presidenta de facto. Gente entrevistada en las aceras, rodeando la movilización, exigen la paz, el regreso de los niños a las escuelas, la pronta organización de nuevas elecciones. Y que se vaya Áñez.
El mismo Movimiento Al Socialismo está partido y sus diferencias se hacen evidentes en la Asamblea Legislativa, mientras la ultra y la derecha no piensan irse sin nada y golpean para quedarse.
Junto a la whipala, la bandera andina de siete colores, se venden en las esquinas las banderas blancas de quienes quieren regresar a la normalidad, pues más de un mes de convulsión los ha dejado sin trabajo, escuelas, gasolina y víveres. ¿Cómo reconstruirse ahora? El abajo es invisible, pero existe. Y no tiene partido.