Fronteras Abiertas

Laura Carlsen

Insurrección en Estados Unidos

Más de un millón de personas marcharon en Washington D.C. En Los Ángeles 750,000. Cien mil en Portland, 175,000 en Boston, y en ciudades grandes y pequeñas en todo el país, la gente salió a protestar la toma de posesión de Donald J. Trump a la presidencia de los Estados Unidos. En total, tras el globo más de 5 millones de personas se manifestaron en apoyo a la Marcha de Mujeres en Washington y contra Trump.

En el país donde normalmente no salen grandes números de personas—y menos en el invierno–algo cambió. Del día triste y sombrío de la toma de posesión de Donald J. Trump como el 45to presidente, al día alegre y rebelde de la marcha, EE.UU. vivió un cambio profundo: el inicio de la insurrección pacífica.

Son muchas y grandes las causas. Primero, les falló su democracia. La candidata demócrata Hillary Clinton ganó unos tres millones de votos más que su afrentoso contrincante. Trump sembró odio en su campaña, dividiendo el país entre los que según él deben tener poder y los y las que deben tener miedo. Quedaron expuestos como blancos de medidas represivas mujeres, musulmanes, mexicanos, migrantes, LGBT, discapacitados, en todos los estados de la república.

En este contexto, no es casualidad que la mega-marcha fue convocada y organizada por mujeres. Empezó con un post en Facebook de Theresa Shook en Hawái que propuso una marcha de mujeres. El día siguiente, 10,000 mujeres habían confirmado su asistencia. Creció de allí, con la conformación de un liderazgo compartido de cuatro mujeres de diversos sectores y colores. Hubo discusiones sobre racismo, la incorporación de los hombres, formas de liderazgo—todos temas que han sido parte del movimiento feminista por años y que fueron, si no resueltos, por lo menos superados en el proceso organizativo.

No hubo organización centralizada o jerárquica. Participantes llegaron desde los estados más lejanos por su propia cuenta. Formaron algunos contingentes por estado o grupo, pero la mayor parte marchó con sus familias o amigos, muchas personas por primera vez en la vida. Mostraban letreros hecho a mano y gritaban consignas: “¡Somos el voto popular!”, “Amor, no odio, es lo que hace grande a América”, “¡Mi cuerpo, mis derechos!”, “Aquí estamos y no nos vamos” entre muchas otras.
Portaban gorras rosas como símbolo de “pussy power”—literalmente el poder del sexo femenino, en referencia al comentario de Trump de que podría agarrar a cualquier mujer por sus genitales porque es famoso. Fue una burla que se volvió símbolo de identidad.

Una consigna compartida fue “Show me what democracy looks like! This is what democracy looks like!” (“Enséñame cómo se ve la democracia, ¡Esta es la democracia!”). Del individualismo del voto se pasó a un ejercicio colectivo de democracia que animó al pueblo y les demostró el poder y el placer de juntarse físicamente en una causa digna. La marcha no fue tanto de protesta como de afirmación, con un tono alegre, solidaria y firme.

En los días después de la marcha de 21, han habido grandes movilizaciones en respuesta a las barbaridades que dice y hace Trump todos los días. Miles fueron a protestar en los aeropuertos, tras el veto migratorio a migrantes provenientes de una lista de siete países musulmanes. Siguen las manifestaciones, la formación de grupos barriales, declaraciones de rechazo a las políticas de Trump por parte de gobiernos estatales y locales, amparos y recursos legales, actos de desobediencia civil, peticiones y campañas de incidencia en el congreso.

Esta efervescencia de lucha ante la emergencia nacional también abre nuevo caminos para la organización internacional, y en particular, transfronteriza entre Estados Unidos y México. Las medidas de Trump anunciadas en apenas su primera semana de gobierno tienen un impacto muy fuerte en nuestro país y el resto del mundo.

Distintos sectores están buscando tejer o renovar relaciones con sus contrapartes en otros países, en parte porque Trump es una amenaza a todos y en parte porque el fenómeno Trump del avance del autoritarismo y la intolerancia se ve en muchas partes del mundo.

Para el feminismo estadounidense, la marcha mostró que en medio del backlash mundial, las mujeres están luchando para defender sus derechos y que la sociedad –incluso los hombres—reconoce la centralidad de sus luchas por los derechos sexuales y reproductivos y contra la violencia. Una pionera y figura central del feminismo, Charlotte Bunch, señaló, “No había visto algo así desde los años setenta en los Estados Unidos. Fue un momento muy emocionante porque creo que no solo es Estados Unidos, para mi la razón por la cual las mujeres marcharon también en otros países es que estamos viendo una ofensiva reaccionaria de la derecha—en Brasil, el voto de Brexit en el Reino Unido, y en otros países europeos, y entonces hay conciencia de que las mujeres tenemos que levantarnos de manera mucho más activa, sobre todo entre las mujeres jóvenes.”

En el campo, en los sindicatos, entre académicos y estudiantes empiezan a retomar algunos lazos de solidaridad entre EE.UU y México que se construyeron en los años noventa en el marco de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio. Las organizaciones de migrantes buscan crear nuevos vínculos para defender sus derechos y atender a las necesidades de los deportados y retornados.

Cada vez más, se escuchan las opiniones de que Trump no durará ni seis meses. Una democracia que se salva del fascismo por medio de la resistencia popular no volverá a ser lo mismo. Las graves fallas del sistema de representación electoral se han quedado a la vista. La población estadounidense está conociendo su enorme capacidad de movilizarse, de solidarizarse, de manifestarse pacíficamente y masivamente frente al poder en su peor expresión.

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