Caminos de la Memoria

Huellas de la Memoria

Huellas para no olvidarles: Buscar en pandemia

El primer caso de desaparición forzada registrado en el proyecto Huellas de la Memoria data de 1969, desde ese entonces no sólo han pasado 52 años sino que más de 90 mil personas han ingresado en los registros oficiales de desaparición. Cinco décadas y noventa millares de personas se sostienen sobre la fuerza y el andar de miles de personas buscadoras: ha sido su voz de exigencia, sus recorridos en lugares ominosos, su lucha incansable la que nos permite vislumbrar la terrible realidad que produce la desaparición de un ser querido. Tras año y medio de habitar entre medidas sanitarias, creemos importante reflexionar sobre el efecto que la pandemia ha tenido en las comunidades de personas buscadoras.

Para las familias de personas desaparecidas la pandemia no llegó como única preocupación, se posicionó sobre cinco décadas de trabajo, denuncia y resistencia… se trata de algo más que cifras y años acumulados. Son días enteros en los que el terror se ha extendido a través de los territorios.

Diseñada para implementarse en el estado de Guerrero, la práctica de la desaparición se ha esparcido hasta alcanzar todos los estados del país. Han sido los corazones de las familias de las personas desaparecidas los que han conformado trincheras de resistencia frente al horror; sus voces han roto el silencio que el poder político, entretejido con el poder económico, han tratado de instaurar; sus manos se han hundido en la tierra para rescatar a sus tesoros y sus pasos han trazado múltiples caminos para las contra-narrativas y relatos de memoria.

Las familias de las personas desaparecidas han logrado caminar a contra corriente aún durante el periodo de pandemia. En abril de 2020, a pocos días de que se declarase la suspensión de actividades no esenciales, alzaron la voz para exigir que la búsqueda fuera reconocida como actividad esencial, la búsqueda no debía detenerse, un día de no buscar representa para las familias una ampliación en la brecha de injusticia que habitan.

Las personas que han sostenido la búsqueda ciudadana jamás se detuvieron. Llevamos más de 12 meses en situación de distanciamiento social y, pese a ello, las familias mantuvieron activas las búsquedas en campo, resistiendo ahora a un nuevo pretexto institucional: las condiciones sanitarias y el riesgo de contagio. Las familias saben que la tarea de buscar no puede suspenderse porque la desaparición de personas tampoco dejó de realizarse.

El supuesto resguardo en nuestros domicilios no evitó que cerca de 1200 personas fueran desaparecidas entre marzo y mayo de 2020, ¿cómo podrían las familias haber detenido la labor de búsqueda que tanto esfuerzo y vida les ha implicado? Las condiciones de vulnerabilidad se incrementan durante una situación de emergencia y ello no evitó que durante 2020 se intentara extinguir el Fondo de Ayuda, Asistencia y Reparación Integral a víctimas. En plena pandemia, las familias de personas desaparecidas en Guanajuato tuvieron que hacer un plantón y resistir la represión policial para lograr posicionar la búsqueda como tema de interés para las autoridades. En plena pandemia, familias de personas desaparecidas tuvieron que hacer plantón en el Zócalo para exigir un trato digno de la, en aquel entonces, encargada de la Comisión Especial de Atención a Víctimas.

¿Cómo podían sentirse seguras en su hogar las personas que han sostenido en México la búsqueda ciudadana durante más de cinco décadas? A la violencia desaparecedora se sumó la emergencia sanitaria como pretexto burocrático para suspender diligencias y negar los derechos de las personas desaparecidas y sus familias. Hasta el 27 de septiembre de 2021, la pandemia por Covid-19 había producido en México 275,676 defunciones y esta situación se adhiere a una posibilidad profundamente dolorosa para las personas buscadoras: perder la vida sin haber localizado a su ser querido.

Las medidas sanitarias no evitaron que Aranza Ramos, buscadora en el estado de Sonora, fuera asesinada en julio de 2021. El nombre de Aranza se unió a una lamentable lista de personas buscadoras que han sido asesinadas antes de haber logrado localizar a su ser querido, para silenciarlas, para desactivar su lucha y la de otras personas en el mismo camino: José Nicanor Araiza; Zenaida Pulido Lombera; Leopoldo Valenzuela Escobar; Nepomuceno Moreno Núñez; Sandra Luz Hernández; Bernardo Carreto; José de Jesús Jiménez Gaona; Pablo Iván Miramontes Vargas. Nueve personas a quienes el gobierno no brindó protección, ni antes ni durante la pandemia, nueve familias cuyas vidas han sido múltiples veces marcadas por la impunidad, la violencia estructural y la maquinaria de la desaparición.

Reconocemos con pesar que la violencia directa no ha sido la única causante de muertes entre las personas buscadoras. El paso de los años ha marcado sus cuerpos y, tras varios años dedicados a la exigencia de justicia, las enfermedades se han agregado a sus condiciones de vulnerabilidad. Los últimos meses hemos visto cómo las redes de varios colectivos nos han compartido esquelas de personas dedicadas a la búsqueda: Lupita Valenzuela; Rosa María Velásquez Hernández; Cinthia del Rincón Castro; Hortensia Rivas Rodríguez; María del Socorro Espiricueta Martínez; Carmen Ortiz Villegas.

El año pasado nos dijeron desde varios movimientos de resistencia que la pandemia no produce nuevas violencias, se instala sobre las ya existentes para volverlas más crudas y salvajes. Para las familias de personas desaparecidas no ha sido diferente, han enfrentado por lo menos tres retos: sostenerse en las condiciones de emergencia planteadas por una crisis sanitaria global; sostener la búsqueda de sus seres queridos en contextos de violencia armada y violencia institucional; y sostenerse en el duelo por la partida de integrantes de la comunidad de búsqueda.

Frente a este panorama reafirmamos la importancia que reconocemos en las prácticas de memoria: como espacio de sostén, como acompañamiento de la denuncia, como huellas para que no se olviden los caminos trazados a pesar de todas las circunstancias. Acompañamos en sus duelos a las comunidades de búsqueda en homenaje al amor que representa el esfuerzo de cada persona que ha dedicado su vida a la búsqueda de un ser querido desaparecido.

¡Hasta encontrarles!

Colectivo Huellas de la Memoria

Colectivo que registra las historias de personas desaparecidas y los procesos de búsqueda de sus familiares en México y América Latina. La propuesta es grabar mensajes de lucha y esperanza en las suelas de los zapatos, usados por los familiares durante la búsqueda y denuncia de las desapariciones, y convertirlos en objetos de memoria viva.

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