El “Presidente de la Paz” hunde a Colombia en el abismo de la Guerra

pueblos en camino

Juan Manuel Santos debería escuchar el eco de sus propios gestos y palabras. Tendría que saber que alimentó la esperanza del fin de la guerra en y desde Colombia en millones de colombianas y colombianos, latinoamericanos, gentes del mundo entero. Reconocer que abrió una grieta en la muralla de la masacre y del terror permanente por la que se desborda un torrente de lágrimas, dolor, angustia, soledad, miedo y dignidad aferrados a la ilusión de que del otro lado del muro que los aplasta se puede respirar tranquilidad; dejar de sentir zozobra y pavor, dejar de sufrir pensando que niñas y niños caerán aplastados por bombas, minas y balas apenas caminan y antes de pronunciar palabra.

Dejar de saber que la guerra devora y muele a todo poblador pobre en un bando u otro y peor aún, si ha cometido el delito de no pertenecer a ninguno y defiende su derecho a pervivir con su familia. Santos debería saber que lo que ha hecho y dicho tiene consecuencias. Que su palabra y políticas son la vida y la muerte de la gente. Que la gente quiso creer que él iba a hacer respetar la vida y el derecho de la gente, nuestra ilusión colectiva, porque la máxima aspiración de cada colombiano y colombiana que no pertenece a las élites ni ha sido domesticada por esta, el mayor deseo, la fantasía que se vuelve ruego es que no nos siga amenazando y matando en una guerra ajena. Todo eso, todo, lo traicionó Santos al servicio del régimen. Santos decidió no escuchar a su país, a millones, porque las órdenes que recibe vienen de quienes acumulan con el terror y el despojo.

Ordenó la muerte, el miedo, el terror cuando podía haber obedecido al mandato del cese al fuego. Calculan, él y sus asesores (los que le definen sus políticas y decisiones), que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP), están vencidas militarmente y que pueden ser aplastadas para luego obligarlas a firmar la paz del poder sin condiciones. Si fuera cierto este cálculo, la paz que consigan será la guerra permanente contra Colombia y contra los pueblos. Más hambre, más muerte, más miseria establecidas. Aún si fuera cierto, se ha obligado a acciones de terror y guerra y ha obligado a las FARC a hacer otro tanto. No hay más salida para Colombia que el fin del conflicto armado basado en un acuerdo apoyado en el compromiso real de respetarse entre los adversarios para que los pueblos no sigan sufriendo a manos de bandos enfrentados y exijan sus derechos.

La estrategia del gobierno quedó expuesta y encubierta con propaganda y palabrerío ante la sangre derramada por soldados a quienes se envió a matar o morir mientras el Presidente se exhibía sonriente y protegido hablando de paz en Colombia y en el mundo. La intención del gobierno es aprovechar la tregua para atacar a las FARC y provocar así una reacción de defensa, combates y con ello el pretexto para hacer más guerra. Por eso murieron los soldados.
Santos, obedeciendo seguramente a sus patrones del régimen y de acuerdo con ellos, perseveró en la ofensiva militar a pesar de la decisión de las FARC de mantener la tregua. Todo ello mientras se debería adelantar una investigación que esclarezca los hechos de agresión del ejército así como si las FARC cometieron una masacre contra soldados indefensos.
En este contexto, Santos ordena bombardear un campamento de las FARC en Guapi (Cauca) y masacra a por lo menos 26 guerrilleros ufanándose de esta acción. Esta es una acción perversa, inconcebible y sangrienta.

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