Historias Fractales

Fernanda Vallejo

El oro que empobrece

Suben casi a diario a los vertederos de la mina, arriba en la montaña. La mirada atenta y experta distingue con anticipación las rocas que sirven de las que no, se aseguran de todos modos, mojando un poco el material, sintiéndoles el peso, oliéndolas, finalmente las juntan en un saco y las cargan a sus casas para separar los materiales preciosos, picando la piedra y decantándola con mercurio o cadmio, hasta obtener unos cuantos gramos de oro que venderán a la minera. “Jancheo” es como se llama a esta selección manual del oro residual de las rocas que van a las escombreras de las minas. Así es como las jancheras se ganan la vida, como el último eslabón en la cadena trófica de la minería, prácticamente todas son mujeres y en su gran mayoría jefas de hogar.

Llegaron a estas tierras calientes siendo aún muy niñas, siguiendo a sus padres que, por su parte, abandonaron la agricultura en sus terruños andinos, para buscar fortuna como trabajadores de la mina; aunque la promesa de que un salario modesto pero fijo les traería mejores días, no terminó nunca de cumplirse.

Lo que va quedando es un círculo de empobrecimiento que se feminiza, una descapitalización que se hereda; las mujeres, hijas en su mayoría de mineros, apenas si tienen lotes donde asentar sus viviendas. Muy jovencitas se juntan y comienzan las maternidades y los sacrificios. El precario salario no alcanza y ellas, en su imaginario son amas de casa, no trabajan, aunque sus jornadas empiecen mucho antes de salir el sol y terminen casi a la media noche. En las estadísticas son registradas como “económicamente inactivas” o, en el mejor de los casos, como “trabajadoras por cuenta propia”.

Con el tiempo, la mayoría de ellas termina asumiendo la jefatura de hogar, bien sea porque enviudan o sus esposos sufren accidentes en la mina que los inhabilitan para seguir trabajando (eso tampoco consta en ningún registro ni estadística); o bien sea porque sus parejas dejan la relación sin asumir ninguna responsabilidad tras ello. Las que siguen en pareja, solamente ven a sus compañeros una semana al mes y en ese período ellos no se vinculan de ningún modo las dinámicas familiares, peor aún a las tareas domésticas. Generalmente salen a socializar con sus colegas de la mina, donde parte del exiguo salario se va.

Las más pobres entre los pobres, empero, realizan su durísima y peligrosa tarea con un inmenso amor y optimismo, el modesto fruto de ese titánico esfuerzo diario, les permite educar a sus hijos, pagar las deudas en la tienda de abasto, vestir a la familia y hacer pequeñas mejoras en casa. Ahora se están endeudando en computadoras e internet para que las hijas e hijos completen sus estudios y se profesionalicen. Es su nueva promesa de cambiar el historial de estancamiento que el brillante oro deja para quienes lo extraen en beneficio de otros.

Hace poco tiempo empezaron a organizarse en asociaciones o en cooperativas, en parte para que la minera les permita entrar sin dificultad a tomar sus escombros y tener preferencia a la hora de venderle sus gramitos del fino metal, que cada semana apenas alcanza a pesar dos gramos.

Pero poco a poco, juntarse les abre otras opciones, otras lecturas de la vida. Algunas empezaron tener un ahorro comunitario; otras quieren sembrar, la pandemia les mostró crudamente que no hay mayor soberanía que la del alimento, pero también puso a prueba su organización como espacio de contención y apoyo mutuo en momentos difíciles. Han gestionado un terrenito en comodato con el gobierno local, y un proyecto para financiar las mínimas inversiones necesarias para cultivar y aprender a hacerlo agroecológicamente. El fruto de ese esfuerzo será la garantía de alimento con las cosechas compartidas y con la venta de excedentes podrán reinvertir en más producción y en un fondo común revolvente.

Así van estas mujeres valientes encarando la injusticia hecha costumbre, la vergonzosa indolencia de un estado que no solo las ignora, sino que las invisibiliza para no tener que responderles, la oprobiosa presencia de empresas mineras cuyos administradores ostentan su enriquecimiento diariamente en la región. La dolorosa salida, como hace quinientos años, de una renta que se va lejos a ser disfrutada, mientras las hijas de la tierra se quedan con el mercurio, enormes montañas cercenadas que no servirán más nunca para nada y un agua envenenada que les queda como sobra de esa forma legalizada de saqueo.

Debido al estado informal de este trabajo y a la poca capacidad de negociación, puede lograr vender su oro a un valor 30% más bajo de lo que costaría en el mercado regular. Luisa dice: “Lo importante aquí es tener el dinero pronto. El día que me pagan, lo primero que hago es ir a la tienda a pagar lo que me han prestado «.

Fernanda Vallejo

Antropóloga, acompaña comunidades campesinas e indígenas en sus búsquedas, reflexiones y ejercicios de autodeterminación y vida digna.

2 Respuestas a “A contrapelo de la narrativa oficial”

  1. Bravísimo Genial Felicidades Fernanda !!!Ojalá sigas por siempre fortaleciendo a la Bionarrativa de la Resistencia Libertaria Autónoma Cooperativista Anticapitalista Antipatriarcal Antiextractivista Antirracista Antineoliberal EcoSocialista!!!! Por un Mundo donde quepan muchos mundos que comulguen con la Defensa de la vida de nuestra Sagrada Madre Naturaleza !!!Sigamos Desinformándonos contra las bestias inmundas Capitalistas Homicidas Ecocidas Suicidas!!!

  2. muy interesante, vi un documental sobre la misma situacion en el cerro rico, el Potosi, donde las mujeres hacian el trabajo de recolectar los minerales residuales, muchas viudas por el trabajo insalubre que acababa con la vida de sus maridos prematuramente. En ese punto rescato las experiencias de trabajo cooperativo y organizacion de las mujeres en contextos tan dificiles y que nos muestran otro camino. Saludos a Fernanda de un colega antropologo aca en Argentina

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