Fronteras Abiertas

Laura Carlsen

El muro de Trump y el delirio de los republicanos

El odio, el racismo y la xenofobia pasaron a formar parte de la plataforma del Partido Republicano el 18 de julio cuando su convención nacional aprobó el compromiso de construir un muro entre los Estados Unidos y México que debe abarcar los 3,201 kilómetros de frontera entre los dos países.

El punto aceptado en la serie de acuerdos que el partido llevará a las elecciones presidenciales de 2016 dice:

“En tiempos de terrorismo, cárteles de la droga, trata de personas y pandillas criminales, la presencia de millones de individuos no identificados en el país constituye un riesgo grave a la seguridad y soberanía de los Estados Unidos. Nuestra más alta prioridad tiene que ser asegurar nuestras fronteras y todos los puertos de entrada y aplicar con vigor nuestras leyes migratorias. Por esta razón, respaldamos la construcción de un muro en la frontera sur para proteger todos los puntos de entrada. Este muro debe cubrir la totalidad de la frontera sur y ser suficiente para parar tanto el tráfico vehicular como peatonal.”

Esta convención, que se recordará en la historia como el principio del fin del sistema bipartidista, fue también la ocasión en que los conservadores cerraron filas tras su ahora candidato, Donald J. Trump. El billonario ha construido su candidatura en los últimos seis meses de elecciones primarias a base de declaraciones racistas, sexistas y nacionalistas. Sus llamados a deportar a unos 11 millones de migrantes no documentados viviendo en los Estados Unidos y construir el muro fronterizo, además de prohibir la entrada a musulmanes y a personas de regiones del mundo donde existe el terrorismo islámico (entre ellos tendría que incluir varios aliados estratégicos de EEUU) han encontrado eco entre una parte de la población mucho más numerosa de lo que habíamos sospechado.

A pesar de que todos los expertos concuerdan que es física, política y económicamente imposible construir el muro, para los seguidores de Trump la propuesta va en serio —sobre todo la parte donde se quiere obligar a México a pagarlo. En la página web de Trump “paga para el muro” (pay-for-the-wall) se plantea un programa de cuatro acciones para presionar al tercer socio comercial más grande de Estados Unidos: 1) bloquear el envío de remesas, 2) aplicar aranceles a sus importaciones; 3) cancelar visas para mexicanos y mexicanas; y 4) incrementar el costo de las visas y de la tarjeta para cruzar la frontera. También menciona indirectamente la posibilidad de restringir la emisión de las “tarjetas verdes”.

Se trata de crear un caos inimaginable. Si pensamos que la guerra contra el narcotráfico, también hecha en Washington, ha generado inestabilidad en el país, no es nada en comparación a la inestabilidad que pudiera resultar de la Fórmula Trump para doblegar a su vecino del sur.

Desde la guerra mexicano-estadunidense en 1846, el único momento en que se ha tensado la relación a este grado fue el Operativo Intercepción en 1969, cuando el entonces presidente Richard Nixon prácticamente cerró la frontera para que México asumiera su nueva guerra contra las drogas. La ofensiva del gobierno estadunidense del siglo 19 resultó en la anexión de gran parte de México, y el operativo de ’69 obligó a México a aceptar programas anti-drogas gringos en territorio mexicano. Sin embargo, las relaciones binacionales actualmente distan mucho de las de 1846 o 1969.

Hoy en tiempos de globalización cuando se registran 350 millones de cruces legales al año por la frontera compartida, no sólo no ganaría nadie en este juego machista de medir fuerzas, sino que estaríamos frente a un escenario en que se convierte la frontera en una olla de presión a punto de explotar—con personas refugiadas y migrantes acumulándose en las ciudades fronterizas, cosechas podridas, economías transfronterizas colapsadas, e incluso la muerte de niños y adultos por hambre, violencia o la tristeza de estar forzosamente separados de sus seres queridos.

El gasto, que asciende entre $10 y 25 mil millones, llenaría los bolsillos de los contratistas mientras las comunidades se quedarán sin recursos. Si bien nos va —y es lo más probable—el muro jamás logrará sellar la frontera, dejando los problemas de fondo sin atención, la relación binacional muy dañada, y millones en recursos públicos canalizados al sector privado sin ningún beneficio para el pueblo.

Nada de esto importa a la campaña de Trump. Es notorio el aplauso cada vez que Trump se lanza contra México, país que, según él, “no es nuestro amigo”. Cuando él grita “¿Y quién pagará el muro?”, la muchedumbre responde con regocijo: “¡MEXICO!”. Cuando el gobierno de México declara que México no pagará el muro y que es insultante la propuesta, Trump contesta: “El muro acaba de subir diez pies”. Más aplauso.

El muro de Trump se ha vuelto el símbolo del nuevo nacionalismo en EEUU. Su eslógan “América Primero” conlleva los mensajes de satanizar a extranjeros y aíslar a EEUU del mundo, excepto para sacar sus recursos e intervenir militarmente cuando haga falta. Se vende la imagen de un país donde el poder de la gente blanca, masculina y nativa no se disputa. Es el nacionalismo espejo de un país en franca decadencia.

Por eso, el muro es mucho más que una manera de llamar la atención de los medios o movilizar los sectores racistas del país. México se ha vuelto la cabeza de turco para una parte del sistema político estadunidense que se rehúsa a voltear la mirada crítica hacia adentro. Como el hombre desempleado que regresa a casa a golpea a su mujer, Trump tergiversa la decepción de un sistema político desgastado y una economía que está defraudando a la mayoría, y pega a México.

Hace poco, Donald Trump rebasó a Hillary Clinton en las encuestas por primera vez. Aunque después volvió a segundo lugar con una diferencia mínima, su candidatura es viable.

¿Si gana Trump, la región más integrada del mundo se volverá la región más dividida? A estas alturas, es imposible deshacer la integración entre México y Estados Unidos. Lo que sí podría pasar–y es una amenaza que hay que tomar muy en serio–es una intensificación de la política del odio, de la militarización y el machismo, de la persecución de mexicanos y mexicanas en Estados Unidos y la represión de la población aquí.

Es este precio, aún más que los miles de millones para el muro, lo que debe preocuparnos.

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