Quito, Ecuador. Narcisa de Jesús Lozano, originaria de Saraguro, provincia de Loja, vive desde hace 20 años en Quito, donde participó junto a miles de hombres y mujeres indígenas en el Paro Nacional de octubre del 2019, del que recuerda la “represión salvaje” del gobierno de Lenín Moreno, el alentador recibimiento de la población mestiza al movimiento indígena en su llegada a la capital y la importante y decidida participación de las mujeres.
Compañera de vida y de lucha de Leónidas Iza, kichwa que preside el Movimiento Indígena y Campesino de Cotopaxi (MICC), comenzó a participar en la lucha indígena a los 23 años, siendo, sin duda, la experiencia de hace tres meses la más importante de su vida.
-¿Cómo viviste la llegada del movimiento indígena a Quito durante las protestas por el decreto 883 que quitaba el subsidio a los combustibles?
-Nadie se esperaba el recibimiento que hubo por parte de la población mestiza. Dentro de la capital nos recibió muchísima gente que esperaba mucho del movimiento indígena y había que resolver lo que se pedía. Nos alentó el recibimiento, la solidaridad de la gente. Siempre tuvimos claro que la lucha no era sólo para nosotros, pues el decreto nos afectaba a todos.
-¿Cómo fue la participación de las mujeres indígenas?
Estuve mucho tiempo dentro del Coliseo, el parque, y hubo mucha organización de las mujeres en todo momento. Pensamos juntas en lo que nos hacía falta y en cómo podíamos apoyar más para que todo funcionara. Repartíamos los alimentos que venían a dejar, veíamos que todos los compañeros tuvieran un lugar para reposar y la logística de cada organización para salir a las calles. Al principio fue caótico, porque no esperábamos la participación de tanta gente y tuvimos que organizar a miles y miles de personas, pero lo resolvimos.
La familia de Nachita, como la de la gran mayoría de indígenas que se trasladan a vivir a la capital, vivió momentos difíciles no sólo por la pobreza, sino también por el racismo. “Era muy pequeña, pero recuerdo la falta de trabajo, el desconocimiento de la gente en cuanto a la ropa que vestíamos. No conocían nada de nuestra cultura, había discriminación. Tuvimos que luchar bien fuerte, trabajar desde muy jóvenes para poder estudiar”.
A los 18 años comenzó a trabajar en una empresa privada, donde se preguntó “si de verdad ese era el camino y si así quería vivir mi vida”. Se respondió que necesitaba buscar una actividad con la que se identificara y en la que no hubiera racismo ni discriminación por ser indígena. Así llegó a una productora audiovisual de los pueblos y nacionalidades indígenas. Y se abrió su mundo. “Vi cuántas más provincias, pueblos y comunidades hay en Ecuador, conocí las organizaciones, toda la gente que trabaja, lucha y resiste”.
Después Nachita se casó con Leónidas Iza, dirigente de Cotopaxi con el que tiene un hijo al que decidieron educar de otra manera, pero, como no existía el tipo de formación que buscaban, decidieron crear un escuela. “Se trata de una escuelita en la capital basada en la educación libre y alternativa. Nos llamamos Comunidad Educativa y yo soy acompañante, colaboro en la parte administrativa y comparto actividades como sembrar la tierra, tejer, manualidades y danza con los niños”.
Dedicada a la construcción de otra educación fue como la encontró la movilización de octubre. “Recordar ese tiempo me enchina la piel, me pone fría, con miedo. En la escuelita no creíamos que llegaría a ser tan fuerte, pero tuvimos que suspender clases más de 15 días. Yo estaba en Quito por Leónidas y al día siguiente viajamos a Cotopaxi. La gente estaba muy enojada, ya había represión por parte de los policías y de los militares con toda su fuerza, con todo lo que tenían”.
El pueblo de Cotopaxi “salió con mucha fuerza, sin mucha convocatoria previa. Estuvimos al frente, organizando, conversando y viendo qué estrategias tomar para que nos pudieran escuchar. Se tomó la decisión de organizar a todos para venirnos a la capital. Ya estaba la gente en las provincias muy indignada, muy enojada por la represión”.
En la entrada a Quito, cuenta la activista, “con toda la fuerza nos quisieron regresar, pero resistimos para llegar al centro, que fue nuestra trinchera para sostener la lucha y tener un resultado. Si no teníamos ningún resultado, no podríamos salir de la capital. Y eso fue lo que hicimos. Fueron días de miedo, de presión”.
-¿Qué papel tiene las mujeres indígenas dentro de las comunidades y en la defensa del territorio?
-Las mujeres indígenas luchamos para que sean escuchados los pedidos de nuestras comunidades. Por ejemplo, en una provincia en la que se quería vulnerar el derecho de una comunidad, las compañeras mantuvieron la lucha para que no se les desalojara. Fueron ellas las que resistieron. Las mujeres tienen también un trabajo importante por la soberanía alimentaria, hacen conversatorios, talleres, intervienen en todos los aspectos de las comunidades.
La mayor parte del trabajo de las mujeres está en el campo, pero no se reconocen sus productos, no se les da un precio justo. En la crianza de los hijos también hay violencia, pues deben mandar a sus niños a escuelas muy lejanas que ha puesto el Estado, con el argumento de que ésa es la única educación que sirve y que la comunitaria no.
-¿El Estado reconoce la salud comunitaria?
-El Estado no reconoce la medicina tradicional más que en sus discursos. Tampoco reconoce la justicia ni la educación comunitaria. El Estado sigue siendo racista. No aprenden. La plurinacionalidad se vive de forma equivocada, por encima y sin saber el fondo. Sólo queda como un decreto, pero no se respeta.
-Con el levantamiento, ¿algo se movió en la sociedad mestiza?
Hay un reconocimiento del movimiento en la sociedad mestiza. Antes los pueblos y nacionalidades pasábamos por ahí y la gente nos ignoraba. Ahora me doy cuenta de que la gente dice, «wow, ellos son los que salieron, son los que estuvieron en las calles defendiendo». Pero también sigue existiendo la otra parte. A mi hijo le dijeron otros niños que nosotros somos los agresivos y que destruimos la ciudad. Él respondió que no fuimos nosotros, que fueron los policías, que ellos fueron los agresivos y que nosotros nos defendimos.
El movimiento indígena ha crecido mucho, pero hemos estado siempre participando sin ser visibilizados. Siempre hemos estado ahí, pero ahora somos reconocidos.
-¿Qué sigue?
-Sigue mantenernos de pie, al pendiente de lo que va a pasar, organizándonos con más fuerza, convocando a la gente a asambleas y reuniones, criticando lo que suceda. Tenemos que llamar a la gente a organizarse. Ese es el camino y será el camino de toda la vida.
Este material forma parte de un trabajo colaborativo entre Desinformémonos (México), Radio Periferik (Ecuador) y Mutantia (Suiza)