El Encuentro de Mujeres que Luchan y el desafío a los feminismos
Fotos: Laura Carlsen
El 18 de enero, fue baleada en la calle la joven activista y artista Isabel Cabanillas. Ella trabajaba en el colectivo feminista Hijas de su Maquilera Madre y la mataron mientras andaba en bicicleta rumbo a su casa en Ciudad Juárez —la ciudad fronteriza que se volvió símbolo y epicentro de la violencia feminicida en el mundo—. Las manifestaciones en su nombre protestaron por el asesinato mientras la violencia contra la mujer, lejos de disminuir, sigue subiendo frente a la indiferencia de los gobiernos y las inercias de la sociedad. En México, como en muchos lugares del mundo, se va acumulando la rabia, la frustración y el dolor, junto a la convicción de que esto no puede seguir así.
Días antes de la muerte de Isabel, nos reunimos en Chiapas cerca de 4,000 mujeres de 49 países en el Segundo Encuentro de Mujeres que Luchan. Convocadas por segunda ocasión por las mujeres zapatistas, a diferencia del Primer Encuentro en marzo de 2018 que fue más grande y en que discutimos una multiplicidad de temas, este año había una sola pregunta urgente sobre la mesa: ¿Cómo acabar con la violencia contra la mujer?
El discurso de inauguración pronunciado por la Comandanta Amada reflejó el coraje que en los últimos años se ha ido articulando en todo el mundo por la persistencia de la violencia de género y el fracaso de los gobiernos en enfrentarla. “Dicen que ahora ya se toman en cuenta a las mujeres, pero nos siguen asesinando. Dicen que ahora hay más leyes que protegen a las mujeres, pero nos siguen asesinando”. La comandanta criticó la apariencia de avances en la lucha feminista respecto al pago equitativa, las representaciones en los medios, la particpación de hombres en el movimiento, y la paridad de género en el gobierno, siempre terminando con la frase contundente: “pero nos siguen asesinando.”
¿Cómo desarraigar un sistema de violencia tan persistente? El mensaje de las zapatistas fue claro: Organícense. Aparte de la apertura y la clausura a cargo de las milicianas y dirigentes zapatistas, no hubo actividades programadas. A las preguntas sobre tiempos y espacios, las zapatistas respondían, “Depende de ustedes. Es autogestionado”. Poco a poco, nos fuimos formando grupos para clases de autodefensa y canto, juntando mesas sobre migración, defensa de territorio, derechos reproductivos, desaparecidas y otros temas. En las conversaciones particulares, intercambiamos experiencias y contactos.
El primer día se dedicó a las denuncias, el segundo a estrategias y el tercero a eventos culturales. Frente a un micrófono en el templete arriba de la cancha central, pasó un desfile desgarrador. Cientos de mujeres contaron entre lágrimas sus historias de abuso, acoso, violación y otras formas de violencia. Hablaron de vidas rotas y reconstruidas, de cuánto costó romper el miedo y la falsa culpa con que nos atrapan en la victimización. También contaron las formas en que se organizan para salir adelante y ayudar a otras mujeres, para protegernos y prevenir la violencia de género. La lista de denuncias iba creciendo tanto que se extendió al segundo día.
Entre tanto dolor y diversidad, la parte de propuestas y estrategias fue más complicada.
Las zapatistas anunciaron que en el año 2019 no hubo ni una sola mujer asesinada o desaparecida en sus comunidades. Mostraron con el ejemplo: desfilaron en una espiral cientos de milicianas de las comunidades zapatistas, mujeres jóvenes, con toletes y coreografía que combinaba los gestos militares con la cumbia. La suya es una forma de autodefensa comunitaria —ejemplar en ciertos aspectos, mas no replicable en otros contextos— que por su formación militar, autogobierno y control territorial da a las mujeres herramientas sociales e individuales para defenderse y para erradicar la violencia de género. Armadas con flechas y arcos más bien simbólicos, las zapatistas a cargo de la seguridad del encuentro mostraban que la seguridad real se construye desde adentro de una sociedad y no como defensa hacia afuera.
La Comandanta Amada destacó tres temas que son desafíos abiertos para los feminismos contemporáneos: la necesidad de una postura anti-capitalista, la brecha generacional y la relación de los movimientos de mujeres con los gobiernos. Son puntos clave en un contexto en que los feminismos a nivel global son más activos, más dispersos y más amenazados.
Primero, dijo que la muerte y la desaparición de mujeres benefician al sistema capitalista, y que “…Para luchar por nuestros derechos, por ejemplo, el derecho a la vida, no basta con que luchemos contra el machismo, el patriarcado o como le quieran llamar. Tenemos que luchar también contra el sistema capitalista.” En el encuentro se veía que para algunas feministas la lucha anti-capitalista es un eje fundamental, para otras no forma parte del análisis, y para muchas, quizás la mayoría, es una abstracción que no influye en sus formas de lucha. No fue posible en medio de la autogestión y la dispersión debatir a fondo la brecha entre la lucha anticapitalista y nuestros feminismos —hace falta entender y profundizar este vínculo, no solo en la teoría feminista actualizada, sino sobretodo en la práctica.
Segundo, hizo una llamada a respetar a “las mujeres de juicio, o sea de edad” que va directo a las divisiones que han surgido en distintos momentos entre la nueva y las viejas “olas” del feminismo, y surge también de las culturas indígenas que resguardan un estatus elevado para la vejez. No dejaron de advertir también la necesidad de que las veteranas respetaran a las jóvenes, concluyendo, “Si no dejamos que nos dividan las geografías, entonces tampoco dejemos que nos dividan los calendarios”. El reto de zurcir la brecha generacional es fundamental para el futuro del movimiento.
Tercero, fue notable que en las mesas del encuentro y en los discursos de las zapatistas se hablaba poco o nada de las iniciativas estatales para enfrentar la crisis de violencia de género. Los movimientos de mujeres han invertido mucho tiempo y esfuerzo para lograr legislación, justicia y castigo, y mecanismos de protección. Los resultados son alarmantemente decepcionantes.
Por otro lado, proliferan las propuestas de organización autónoma—colectiva para acompañar a mujeres en rutas de riesgo, grupos de autocuidado y sanación entre sobrevivientes, iniciativas contra la violación infantil, organización por el acceso a la tierra, solidaridad con mujeres migrantes y víctimas, campañas de información, documentación y educación.
El encuentro generó ánimo y amplió los vínculos entre las asistentes. Se reafirmó el papel que tienen las comunidades zapatistas en inspirar a aspirar. Se abrieron debates importantes. Muchos grupos han dado seguimiento en sus lugares, cumpliendo con el acuerdo de organizarse mejor y planear eventos propios para el 8 de marzo.
Los desafíos son más claros. Y el compromiso es inquebrantable.
Laura Carlsen
(mexicana/estadounidense) es directora del Programa de las Américas, analista política y periodista