No tienen más armas que su voz y la envergadura de su cuerpo. Con ellas, Gloria Murillo, Mery Medina y Maritza Cruz han ido construyendo puerta a puerta, dolor tras dolor, una viva red de mujeres de base que reclaman dignidad y derechos en una de las ciudades colombianas más azotadas por la violencia: Buenaventura. Un trabajo de años y tesón frente a múltiples amenazas, que ha transformado la vida de más de un millar de mujeres y que ha traído a estas tres dinamizadoras de la Red Mariposas de Alas Nuevas Construyendo Futuro hasta Ginebra donde, este lunes, van a recoger el Premio Nansen del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), el más importante de los que otorga este organismo.
Situada en la costa pacífica, Buenaventura es un territorio en constante disputa. Guerrillas y grupos paramilitares han competido desde hace décadas por el control de estas tierras estratégicas cuyo puerto registra el 60% de las entradas y salidas de mercancía del país, según el CODHES. La ciudad es un corredor por el que se mueven bienes, armas y drogas. Además, es uno de los lugares con una de las mayores tasas de violencia y desplazamiento interno forzado, consecuencias del conflicto armado colombiano que afectan especialmente a las mujeres.
El 86% de la población de Buenaventura es afrodescendiente y de ella, el 42,5% ha sido desplazada por el conflicto. Con una tasa de pobreza del 80%, las mujeres afrocolombianas de esta ciudad costeña son particularmente vulnerables. Según el ACNUR, solo en el primer semestre de 2014 han sido asesinadas 11 mujeres en Buenaventura, tres de ellas descuartizadas, una cifra que supera el total de 2013. En este contexto surgió la Red Mariposas de Alas Nuevas Construyendo Futuro hace ahora cuatro años.
Gloria, Mery y Maritza están sentadas en uno de los salones de la sede de ACNUR, en la capital suiza, desde donde conversan por videoconferencia con eldiario.es. Su timidez inicial no oculta la fortaleza de estas tres mujeres que, en todo momento, repiten que ellas no son más que representantes de las integrantes de esta organización, de todas las que se han quedado en Colombia.
«Al principio nos llamábamos Red Mariposas de Alas Rotas comienza a contar Mery Medina-, rotas porque es así como llegaban las mujeres a nosotras, llenas de tristeza, de mucho dolor, había mucho llanto en los grupos». Pero pronto se dieron cuenta de que debían cambiar de nombre, como si debieran acercarlo un poco más al que, paradójicamente, lleva el lugar donde viven, Buenaventura. «La mariposa sale de su oruga, renueva su piel, su estructura, sale a volar en una vida nueva, una esperanza nueva y eso somos nosotras. Después de tanto dolor nos renovamos y salimos a encontrarnos con una vida nueva», explica.
«En Buenaventura hay unas fronteras invisibles. Los niveles de violencia son muy altos por el narcotráfico y la acción de los grupos armados ilegales, por la destrucción, la pobreza y nosotras, las mujeres, somos las más afectadas por esto», afirma Maritza. Ella misma creció en una familia marcada por la pobreza y el maltrato y no duda en ponerse como ejemplo de lo que hacen las Mariposas por las mujeres. «Yo había sido maltratada años atrás hasta que un día la compañera Gloria me invitó a conocer la red y fue gracias a ellas por lo que yo me sentí capaz de hablar y de expresarme». Hoy Maritza es la responsable del posicionamiento político y lidera talleres de derechos humanos en el barrio donde vive, Vista Hermosa, desde los que se ha convertido en inspiración, repitiendo con otras el mismo proceso que ella vivió. «El efecto multiplicador», dice.
Frente al silencio, el comadreo
La historia de Maritza es similar a la de muchas de las más de mil mujeres a las que han ayudado las Mariposas. Según un informe del Consejo Noruego para los Refugiados, las habitantes de Buenaventura «son más susceptibles de ser víctimas de violencia sexual debido a la combinación de la cultura patriarcal, género, racismo, pobreza y conflicto armado». Sobrevivientes del desplazamiento, de la violencia doméstica o sexual, esposas o madres de asesinados o desaparecidos, estas mujeres son portadoras de un trauma que suele cicatrizar en forma de silencio.
Es precisamente ese silencio, estrategia de supervivencia pero también perpetuador de la impunidad de los abusos que han sufrido, el primer muro que tratan de derribar las Mariposas. Para ello, son maestras en una de las tradiciones de su cultura afrocolombina: el comadreo.
Gloria, fundadora de la red en 2010, es una comadre nata. «Nuestro objetivo último es visibilizar la violencia que sufren las mujeres de Buenaventura pero eso es al final de proceso», puntualiza. «Lo importante es que las mujeres salgan de su dolor, que aprendan que no son culpables, que hay una ley que las protege. Las comadres solamente les decimos que estamos aquí para acompañarlas, para ir donde quieran ir, pero las decisiones las toma la persona de acuerdo con su capacidad de irse sanando porque cuando uno está enfermo no escucha, no ve», relata Gloria, responsable de sensibilización comunitaria en la red.
A su lado, Mery destaca algunos de los valores del comadreo: «es importante la confianza entre las comadres, tú te reúnes con la otra persona, ella te cuenta lo que le pasa, sus tristezas, sus alegrías, sus ilusiones y proyectos, siempre desde el respeto, el acompañamiento, el afecto mutuo y el secreto, porque lo que se cuenta a una comadre queda entre ellas dos».
«Me amenazaron con una pistola y me fueron violando uno por uno»
Así, comadre a comadre, las 120 voluntarias y 22 coordinadoras de las Mariposas, siguiendo el ejemplo de Gloria, Mery o Maritza, han ido «despertando» a las mujeres. En sus talleres, encuentros y marchas, las buenaventureñas han adquirido progresivamente conciencia de sus derechos y reunido el valor suficiente, en muchos casos, para denunciar lo que les ha sucedido. Una de ellas es Luz Dary Santiesteban.
Luz abandonó su aldea, Punta Ardita, en el Chocó colombiano, en noviembre de 1995, cuando llegaron los combates y buscó refugio en Buenaventura dejando todo atrás, como los 5,7 millones de desplazados por el conflicto en Colombia, el segundo país del mundo con mayor número detrás de Siria, según el Observatorio para el Desplazamiento Internto ( IDMC). Luz se vinculó al colectivo Madres por la Vida, que apoya a los familiares de desaparecidos y se convirtió en una activista por los derechos humanos en su barrio, La Gloria, una zona empobrecida a las afueras de Buenaventura. Un día de 2004, cuatro paramilitares entraron en su casa.
«Agarraron a una de mis hijas, que en aquel momento tenía 10 años. Querían violarla. Les dije que hicieran conmigo lo que quisieran, pero que no tocaran a mi hija. Tenía que defenderla. Ellos empezaron a reírse. Me pusieron una pistola en la cabeza y me fueron violando uno por uno. Se llevaron mi dignidad. Ellos dijeron que mi trabajo como líder comunitaria estaba despertando a la gente de la comunidad. Me dijeron que parara y me callara. Yo no fui la única mujer violada en La Gloria», ha contado a ACNUR.
Tras la agresión sexual, Luz fue abandonada por su marido y durante seis años calló. No dijo nada de lo que le había sucedido por temor a represalias y por el estigma que conlleva el hecho de ser violada. Su silencio solo se rompió tras asistir a los talleres de la Red Mariposas. Afirma que la ayudaron a encontrar el valor de denunciarlo: «A través de la red me he hecho más fuerte y he aprendido a valorarme. Me ha dado el valor para alzar la voz. Cuando denuncié el crimen fue como quitarme un cáncer que me había estado consumiendo».
Para Luz y para mujeres como Benedecia Benancia, que huyó de la violencia en el valle del Cauca para encontrar más violencia en Buenaventura; o como María Victoria Liu, que hace quince años abandonó la comunidad de Triana con sus seis hijos, una semana después de que asesinaran a su marido delante de tres de ellos, la pertenencia a la Red Mariposas es también un antídoto contra la soledad. De estos vínculos entre iguales acaba surgiendo la fuerza para afrontar las propias historias.
«Vivimos en un contexto de machismo, y es ahí donde trabajamos. Las mujeres estamos despertando y estamos diciendo hasta aquí, ya fue suficiente, yo tengo unos derechos y los voy a hacer repetar. Es una forma de desafiar ese machismo y de fortalecer a estas mujeres», destaca Mery. Para ella, el Nansen es «un reconocimiento real a que cuando las mujeres nos unimos podemos hacer grandes cosas, que cuando se nos mete algo en la cabeza, lo logramos».
El día que les comunicaron que eran las ganadoras estaban reunidas con las 22 coordinadoras en un taller de autocuidado. «En eso llegó la jefa de la oficina de ACNUR acá y nos dijo que el director quería decirnos algo. Colocó el altavoz del teléfono y nos dice: Chicas, ustedes son las ganadoras del Premio Nansen. Hubo gritos, saltos, abrazos y lágrimas, pero de alegría», recuerda Mery.
Para Gloria, el galardón, dotado de 100.000 dólares, garantiza la supervivencia de las Mariposas. «Es poder legar, dejar en herencia a las futuras maripositas el compromiso de que vale la pena apostarle a seguir construyendo una vida distinta», afirma.
Sin embargo, ser Mariposa en Buenaventura no siempre es fácil. Las amenazas forman parte del día al día. Pese a su larga experiencia, Gloria confiesa haber sentido miedo: «es verdad que es peligroso, mis hijas, mi familia a veces me dicen que no me meta en tanto lío, que si mira cómo mueren, qué vas a hacer a tal parte, cuidado, cállate Un día tengo miedo pero al siguiente, cuando veo que se puede ayudar, sigo y sigo».
Marizta también ha sentido miedo en alguna ocasión pero asegura con convencimiento que no piensa renunciar a sus alas. «¿Desistir del proceso? Eso nunca. No lo estamos haciendo para nosotras sino para todas, para las que están y para las que no están, las que han muerto por la causa de ayudar a otras mujeres. Lo hacemos por las vivas y por las muertas».