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Juan Villoro no duda. Cacería de personas, gran irresponsabilidad, fracaso total.
Al cumplirse 10 años el 11 de diciembre pasado del inicio de la llamada Guerra contra el narcotráfico en México, el escritor sólo puede encontrar palabras oscuras para definir lo que ha significado este período aciago para el país.
Ni siquiera hay claridad sobre el impacto en cifras. Los muertos como consecuencia de este conflicto podrían ser alrededor de 150.000, los desaparecidos casi 30.000.
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«México», le dice Villoro a BBC Mundo en una entrevista, «se ha convertido en una gigantesca necrópolis».
Para el escritor no hay duda del resultado negativo de la estrategia de combate a los carteles iniciada en 2006 por el entonces presidente Felipe Calderón.
«El Estado ha perdido total soberanía, la desigualdad social ha aumentado, el consumo de drogas no ha bajado. Entonces ha sido un fracaso total porque se ha entendido que para combatir el problema del narcotráfico la única solución es militar y a lo único que se ha llegado, a mí me parece, es a la comprobación de que toda bala es una bala perdida», asegura. Villoro, de 60 años, admite que en aquél entonces era imposible saber lo que la decisión del mandatario iba a implicar para el país.
«Ninguno de nosotros calculó la dimensión de lo que iba a alcanzar», explica, «el baño de sangre en el que nos íbamos a meter por la inmensa irresponsabilidad del presidente Felipe Calderón, que desconocía por completo al enemigo que iba a enfrentar, no tenía ninguna estrategia al respecto».
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Y pese a que el enfoque gubernamental no ha dado resultados, no existe en el país ninguna señal que desde la cúpula del poder se busque una alternativa.
«La estrategia militar ha sido un desastre porque no ha habido un repliegue de la violencia, no ha habido una disminución del tráfico de drogas y esto solo ha contribuido a acentuar el baño de sangre. No hay ninguna evidencia desde el punto de vista práctico que avale esta estrategia. Si eso no ha cumplido su cometido, es hora de cambiar el enfoque pero esto no se ha hecho».
Aunque cuando llegó Enrique Peña Nieto a la presidencia hace cuatro años, en un principio el discurso fue otro, en términos prácticos y sobre el terreno la situación no ha cambiado.
«Hubo signos alentadores en el sentido de que él dijo que el narcotráfico no debía ser enfocado como un problema de seguridad nacional sino de salud pública», afirma Villoro sobre la llegada de Peña Nieto, «(pero) no se crearon los suficientes mecanismos para poder modificar la estrategia».
Entonces siguió una inercia militarista, comenta en la entrevista con la BBC y reconoce que las reformas sociales de este gobierno despertaron ilusión pero fueron fracasando una a una y que el presidente perdió credibilidad por el caso Ayotzinapa y los escándalos de corrupción.
Unos lloran, otros hacen fiestas, otros se toman selfies: es el duro encuentro de las familias con las osamentas de sus parientes desaparecidos.
No hay que cuidarse de los malos, sino de los que parecen buenos
Villoro destaca un momento central de estos diez años al recordar una declaración de Calderón sobre la existencia de 7.5 millones de ninis en el país, es decir, jóvenes que no estudiaban ni trabajaban.
«Curiosamente el mismo presidente que daba esa estadística no hacía nada para enfrentar el problema» dice. «Evidentemente ese tipo de jóvenes son el caldo de cultivo perfecto para el narcotráfico, no se convierten en sicarios porque tengan una vocación demoníaca. La mejor oferta racional sensata que tienen enfrente es la de entrar al narcotráfico».
Es la existencia de fondo de un problema social más complejo que no ha sido atacado y que no se soluciona con los militares en las calles intentando capturar a líderes de los carteles. Y no sólo se trata de complementar y diversificar una estrategia militar.
«Como pudimos ver en el caso Ayotzinapa», afirma Villoro, «los narcotraficantes y las autoridades están plenamente coludidos (…) entonces atacar a los narcotraficantes significa investigar al gobierno».
Allí se encuentra uno de los desafíos mayúsculos a la hora de combatir la situación. Y para introducir el tema recuerda una frase del también escritor mexicano Élmer Mendoza: «No hay que cuidarse de los malos, sino de lo que parecen buenos».
Al haber demasiados intereses en juego, lo que falta, considera, es voluntad política para enfrentar el problema.
Quienes «pretenden mantener una fachada honorable y sirven de contacto o de socio al narcotráfico: esas son las gentes que tienen mucho que perder, si se sabe que tienen contacto con el crimen organizado por lo tanto son estas personas las que más amenazan a los periodistas, las que se encargan de proteger desde una sociedad aparentemente institucional al crimen organizado».
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«Todas las sociedades del mundo tienen corrupción y todas tienen una zona donde lo ilícito se vuelve aparentemente lícito (…) pero el problema en México es que esto ha alcanzado una escala enorme, entonces el rango de empresarios, militares, policías y políticos coludidos con el crimen organizado es enorme, entonces es muy difícil combatirlo y este es el sector que es más peligroso para quien trata de hacerlo”.
Juan Villoro en una protesta por el caso Ayotzinapa
Y si aquí la magnitud del fenómeno alcanzó cotas inimaginables en parte es por tener al otro lado de la frontera a Estados Unidos.
«Hay que entender que somos vecinos del país que más drogas consume en el mundo y que más armas vende en el mundo… eso define mucho la situación mexicana».
Para lo que Villoro no encuentra mucha comprensión es sobre la brutalidad de la violencia.
«De alguna manera el verdugo se siente más protegido con esta aniquilación extrema», dice, «pero es un fenómeno difícil de explicar y que no habría nada más grave que esto nos comenzara a parecer normal», considera.
Ser optimista pertenece a la disidencia
Villoro hace hincapié en la necesidad de hacer a un lado el pesimismo pese a que el entorno no ayuda a ver las cosas de otra manera.
«El optimismo es un gran desafío y es una radicalidad. Hoy día ser optimista pertenece a la disidencia, pertenece a la rebeldía (…) parecería que no hay muchas posibilidades de serlo pero creo que vale la pena pensar que las cosas pueden ser diferentes», asevera.
Aprovecha el asunto del optimismo para explicar que los mexicanos no deberían resignarse a tener el país que tienen hoy día y añade que México, su realidad, es esquizofrénica.
Todavía se trata de un país rico, pese a que casi la mitad de la población es pobre, aumenta el turismo, crecen las industrias y hay un ambiente cultural creativo enmarcado en una nación de «dos velocidades».
E ilustra esta divergencia con un ejemplo: la ciudad de Guadalajara es escenario cada año de la feria del libro más importante del idioma español y al mismo tiempo recuerda que se encuentran cadáveres fuera del propio evento.
La hoja de ruta considera que incluye hacer que el Estado vuelva a controlar las zonas donde se ha replegado y el narcotráfico actúa a sus anchas y también la legalización de algunas drogas.
«En un país donde el Estado no imparte justicia, no ofrece opciones laborales, no garantiza la seguridad, es el narcotráfico el que por sustitución cumple esas tareas y eso es lo grave. Hay por supuesto maneras de recuperar la presencia del Estado, eso es innegable, es difícil pero se puede hacer».
Y en ese plan que propone también advierte la necesidad de integrar a la sociedad y que una parte de ella se sacuda una peligrosa indiferencia hacia el horror que atraviesa el país.
Aunque las autoridades tienen más responsabilidades, recuerda un comentario de la escritora Cristina Rivera Garza sobre la gente que practica una suerte de «indiferencia militante, una apatía como forma de vida para no asumir la responsabilidad de hacer algo».
«Hay todo para que estemos indignados y para que actuemos pero al mismo tiempo siempre es más cómodo no hacer nada. Entonces hay una apatía cultivada por amplios sectores de la población y hay también sectores de la población dedicados a fomentar esa apatía», señala.
«Muchas veces la indignación se queda en un tuit.(…) Si vamos a cambiar el mundo en ese espacio muchas veces menospreciado que es el de la realidad, hay que pasar de la crítica a la transformación», piensa.
Villoro considera que si alguna enseñanza han dejado estos diez años de guerra contra el narco es la del camino que se debe dejar atrás.
«La única pedagogía ha sido la del error, sabemos que esto no se debe hacer, al menos no de esta manera, y es el único provecho que podemos sacar de estos años».