Soy Leo. Camino y tengo algo raro y nuevo en mi mochila. Los cuatro bulbos de azafrán, uno de ellos con flores, aroman mi mochila sucia y gastada como este viento. Me los dio una señora mientras pedía una moneda, y los voy a plantar en el fondo de mi casa. Me dijeron que las flores se venden bien, y que puedo conseguir más bulbos si hago una huerta. Vamos a ver, ojalá mi viejo no los riegue con su vino.
La calle que camino en este barrio es siempre la misma, en una punta está la villa, de allí vengo, allí dormía, comía y ayudaba. Teníamos un comedor comunitario y algunos de nosotros dormíamos allí también. Pero el comedor tenía dueño: la pareja y la Iglesia y el gobierno con sus dádivas.
Y se acabó eso, se acabó lo que se daba. Terminamos en la calle. Y entonces ando por ahí pidiendo la moneda, algunas puertas se abren, otras tiemblan, otras simplemente nos rechazan.
La gente de la calle, la gente en la calle, la gente, tiene miedo.
Pero algunas de las puertas saben escuchar en el nudillo al corazón que golpea, al eco que espera y que no se llama moneda.
Y hay un jardín, verde y descuidado, sin rejas, con un murito bajito como invitando a sentarse. Y una puerta que escucha.
Y me escuchó cuando me arrastraba en la noche de vino, cuando las pastillas delirantes y mortales, cuando el humo de la Mari me habitaba.
Escuchó, cuestionó, pateó pero siempre acompañó, y eso no se olvida, como no se olvida aunque no se recuerde el primer aroma de la teta que nos amamantó.
Y así ando este camino, pidiendo una moneda, haciendo algunos trabajitos de vez en cuando, sin vergüenza, porque sólo el robar es vergüenza. Y la otra vez me dieron lugar en un proyecto de una revista para y con gente como yo.
A venderlas por las calles, y eso si fue vergüenza.
El robar es vergüenza, dije, y justo eso es lo que hice, y quedé afuera.
Tengo un amigo en el barrio.
Mi amigo es gay. Bueno, aquí en el barrio le dicen de otro modo. Mi amigo es gay, yo por supuesto no, aunque algunas veces pasan cosas con él. Mi amigo hace cotillón, y yo con él, y salimos a vender y no nos va tan mal.
Vivo allá, frente a la plaza, vivo con mi viejo. No hay alcohol que no se tome ni vino que deje pasar. Es carpintero, o era, ahora el vino le humedece el hacer y la madera. Y mal, nos peleamos mal, y que le vamos a hacer. Él no cambia, y yo, bueno, tampoco.
Mi vieja es un abrazo, tiene un quiosco, lejos de aquí, y a veces me quedo con ella y me hace bien, le hace bien. A veces el problema son los novios, los golpes y las soledades. Y me vuelvo loco, y es peligroso, porque a mi vieja la cuido con mi vida.
Y hoy es mi cumpleaños, la puta que estoy grande, y sigo aquí en la calle buscando la moneda.
Hoy es mi cumpleaños y en ese jardín me regalaron un vino. Un buen vino, y no tanto por el precio sino por el corazón del regalo, el respeto de la palabra.
Y camino hacia algún lugar, con el corazón tan contento como los pies en esta tarde de calor en que el sol raja las veredas y los arbolitos piden por favor que un perro se detenga y los orine.
No llueve y no hay agua ni en los lagos ni en los ríos. Ni en la ciudad ni en el campo. Y la gente sigue usando lo poco que queda pensando, claro, que es el otro el que tiene que cuidarla.
Estoy parado en esta calle, miro hacia la villa y el sol que derrite el pavimento nubla o quizás resalta su realidad ocultándola en la incomodidad del sudor.
Miro hacia el otro lado, el calor y el sudor es del mismo, pero con este vino en mi mochila, con el respeto que este presente otorga, el calor y el sudor es quizás el mismo, pero mis pies sienten y caminan el impulso del impredecible mañana.
Soy Leo, y hoy es mi cumpleaños.
Publicado el 01 de Febrero de 2010