Higinio Ayala Gutiérrez, pamplonés de 43 años, volvió recientemente de colaborar con la ONG Médicos del Mundo en la franja de Gaza. Ahora, cuando parece que quedan atrás los 50 días de guerra, es cuando ha comenzado una nueva fase del conflicto: la reconstrucción. En el caso de Ayala, de forma casi literal. Como cirujano plástico, ha realizado en algo más de dos semanas una veintena de operaciones para recuperar la funcionalidad de piernas y manos de sus pacientes. La mayoría, a niños de entre 5 y 6 años, que resultaron más vulnerables durante la guerra porque «a diferencia de los adultos, muchas veces no saben qué hacer o dónde resguardarse» y resultan heridos. La mayoría, por heridas causadas por explosiones de bomba, metralla o caídas de escombros.
Este parte de guerra es escalofriante. Ayala, sin embargo, lo narra con voz firme. En su caso, ya tenía experiencia en trabajar como voluntario para otras ONG: desde su época de estudiante, ha pasado por Perú, Ecuador, Chad (donde intervino a niños con secuelas de la polio) y, ahora, Gaza. Médicos del Mundo buscaba a un cirujano plástico para tratar a los heridos de la guerra, para abordar aquellas lesiones más complejas que resultan complicadas para el personal sanitario de la zona, y Ayala, médico en la Unidad de Cirugía de la Mano del servicio de Traumatología del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla (Santander), quiso dar un paso adelante. Recuerda que, para él, era clave que su mujer, enfermera, le respaldara en esta decisión: «Sin su apoyo, no habría ido». Y, el 17 de septiembre, tomó el vuelo a Tel Aviv.
Ahora, destaca que para experiencias así resulta clave estar preparado y «tener voluntad de ayudar en lo que se pueda». Pero, también, estar dispuesto a no cerrar los ojos ante un paisaje complicado. Y más al colaborar con organizaciones como Médicos del Mundo, que intentan no solo ayudar sino también «reflejar las injusticias que se han generado». En este caso, recuerda que la primera imagen que le impactó fue el paso fronterizo de Erez, una terminal aérea vacía, prácticamente fantasma, custodiada por una empresa de seguridad armada con subfusiles automáticos. «Allí podías ver el bloqueo que hay al paso de personas», destaca. Porque, poco después, la vista choca con un muro de hormigón con garitas cada 200 o 300 metros, un bloque que convierte a Gaza prácticamente «en una cárcel».
Ayala acudió a la zona para operar, e intervino a 20 personas en el hospital Al Shifa, considerado el mejor de toda la zona (donde hay diez, y este centro dispone de unas 350 camas). Sus quirófanos no son último modelo, sino más bien de segunda categoría, pero «tampoco tienen nada que envidiar a alguno de aquí». La mayoría de sus intervenciones duraron entre tres y cuatro horas y se centraron en reconstrucciones de heridas, sobre todo, por aplastamiento de piernas y brazos, que resultan complejas (Ayala es especialista en cirugía de mano) porque necesitan una reconstrucción de huesos, tendones y nervios. Ser un cirujano plástico no tiene nada que ver con una cuestión meramente estética, sino que se trata de reconstruir estas zonas para que sean funcionales. Sin estas intervenciones, a los pacientes solo les quedaría una cojera para toda la vida, perder la función de la mano o, en algunos casos, la amputación.
La utilidad del voluntario
Este voluntario pamplonés reconoce que una experiencia como esta le demuestra de forma muy directa que, con su trabajo, puede ser útil a otras personas porque «te das cuenta de que, sin tu participación, nadie podría haberlo hecho». Por eso, también impartió charlas a los doctores del hospital para que conocieran nuevas técnicas y, además, colaboró con un segundo proyecto, esta vez de Médicos Sin Fronteras, para operar malformaciones congénitas de la mano. En este caso, en un hospital de campaña.
Ayala ha visto de cerca los horrores que puede causar el ser humano, en una guerra que, además, parece más latente que solucionada. «Es un conflicto que lleva muchas décadas, y ninguna de las partes le ponen solución, pero esta no llegará hasta que se trate de algo justo y real», confía. Hace algo más de una semana, regresó a España, a un entorno familiar que le ha ayudado a adaptarse a la vuelta. Sin embargo, insiste en que es importante «contar lo que he visto, transmitirlo, porque desde los medios de comunicación llega mucha información ambigua, y Gaza ya ha dejado de ser noticia. Ahora todo se centra en el ébola». Sin embargo, las secuelas de la guerra, entre heridas, familias rotas y edificios destruidos, siguen ahí, en un lento proceso de recuperación.