Ciudad de México | Desinformémonos. Con el atentado en Barcelona, cuyos costos humanos aún son imprecisos, se ratifica la necesidad de diseñar nuevas respuestas, ya que la complejidad del fenómeno del terrorismo y sus consecuencias han pasado de representar la presencia de movimientos altamente organizados en su vertiente transnacional, a desarrollarse bajo supuestos mínimos de coordinación, con grupúsculos dispersos y desvinculados, guiados solamente por objetivos y metas captadas esencialmente en las redes sociales.
Es decir, muchos grupos terroristas se integran con objetivos diferenciados y perversos a la dinámica que desarrollan miles de millones de personas en el planeta: la captación de información, la transferencia de la misma y la organización desde el espacio virtual.
En julio de 2016, el atentado en Niza, que costó la vida a 86 personas, fue seguido por la agresión en Berlín en diciembre del mismo año, donde perecieron 12 personas. Atrás quedan los atentados en el diario Charlie Hebdo, y si retrocedemos aún más, encontraremos atentados en los cuales la sofisticación, el nivel de organización y el costo económico de los atentados estaban soportados por recursos económicos cuantiosos, que en algún sentido presagiaba que tales estrategias terroristas no serían sustentables.
Desde 2014, los grupos terroristas han lanzado un nuevo mensaje: matar con el medio que sea. Mohamed al Adnani, entonces portavoz del denominado ISIS o Estado Islámico, incitó a sus seguidores que ante la falta de medios sofisticados como balas o bombas, debían seleccionar al impío y envenenarle, tirarle al vacío, atropellarle con un coche… y dado que el medio más común de transporte en el planeta es el auto, parece que parte de los seguidores han seguido la instrucción ante la ineficaz respuesta de los servicios de inteligencia de los países afectados por el terrorismo.
Es decir, mientras que aumenta el número y la simpleza de los actos terroristas, en los que se usan los medios más comunes para agredir a los ciudadanos, buena parte de los servicios responsables de la seguridad persisten en buscar correlaciones, vínculos, asociaciones entre los actos terroristas y la personas migrantes o inmigradas, o entre tales actos y países malvados. Lo que preocupa y que puede agravar esta situación, entre otras muchas cosas, son los diversos frentes abiertos en materia de diálogo entre las diferentes culturas en el sistema internacional.
Perviven aún y se niegan declinar los movimientos racistas y xenófobos en Europa; la crisis Siria sigue empeorando a pesar de que se pretende dotarla de una narrativa nueva; y en Estados Unidos vemos posiblemente uno de los primeros eventos de gravedad (Charlottesville) que presagia malos tiempos para la convivencia entre las diversidades, en la administración del primer responsable (Donald Trump) de la deriva racista que se desarrolla en muchas regiones de la Unión Americana.
Demasiados frentes, demasiados retos. Quizá habría que atender al problema del terrorismo no desde la sofisticación sino desde la simpleza, pero trabajar desde lo simple es una complejidad difícil de gestionar, según estamos viendo en las respuestas tan disfuncionales de los aparatos de seguridad y que llenan de dudas y miedo a los ciudadanos de a pie en el mundo entero.