Agua que no has de beber

Eniac Martínez

Nació el 29 de marzo de 1959 en la Ciudad de México. Tiene 30 años de trayectoria profesional y es miembro del Sistema Nacional de Creadores desde el año 2000. Cuenta con más de 60 exposiciones individuales y varios reconocimientos nacionales e internacionales.

Sus imágenes han sido publicadas en medios nacionales y extranjeros como New Yortk Times, Independent Magazine, Los Ángeles Times, Daily Telegraph, Geographical Magazin, Photo Frances y La Jornada, Reforma, Milenio, Letras Libres y Luna Cornea, entre muchos otros.

Eniac Martínez es autor de los libros Mixtecos, Litorales, Camino real de tierra adentro y Ríos, su más reciente publicación, conformada por 104 fotografías de las más de 16 mil que tomó durante los seis años en los que recorrió México para, literalmente, empaparse.

De Ríos, compartimos con los lectores de Desinformémonos una selección de imágenes que son parte de la mirada y la preocupación del autor por el agua y el medio ambiente. Un texto del escritor y periodista Hemann Bellinghausen acompaña esta historia fotográfica.

Foto de Eniac Martínez: Lu Franco

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Agua que no has de beber

Hermann Bellinghausen

De manera deliberada, los grandes viajes mexicanos desde fines de los ochentas de Eniac Martínez significan un asedio espacial a esta tierra tan fantástica y lastimada. Empezó por los Mixtecos (1994), esos grandes viajeros originarios, los trasterrados históricos, los paseadores de Mesoamérica y Aridoamérica durante más de dos milenios. Los siguió de sur a norte y viceversa. Desde entonces definió su ruta de trabajo. A diferencia de otros fotógrafos, no seduce, violenta, embellece ni espía a los sujetos de su mirada; se involucra con ellos. No sólo está ahí de visita, sino adentro. Y sabe navegar caminos y aguas.

Con Litorales (2000), obra suya y de Francisco Mata Rosas, el asedio se torna literal. Las dos extendidas costas oceánicas de México son retratadas desde el mar, y desde tierra los fotógrafos contemplan las aguas del Golfo, el Caribe, el Pacífico, el Mar de Baja California. Su paisaje humano tan movido y especial. Con Mata emprendió Eniac Martínez otras aventuras, como aquella galería de retratos decimonónicos a todo color de los indios de América, apenas una cortinita de fondo, en el centro de Tenochtitlan, por aquello del Quinto Centenario (1992).

Insistió Eniac en adentrarse por las direcciones que definen a los pueblos. Camino real de tierra adentro (2006), su proyecto más arduo, “florido y espinudo” como describiera Pablo Neruda nuestro país: “violento de dibujo y de color, violento de erupción y creación”.

Aunque el dominio del blanco y negro y los procedimientos hoy llamados “tradicionales” caracterizan su estética, su viaje más reciente, que le tomó seis años, transita con fluidez del color de gran formato al blanco y negro, del cuadro clásico a la avidez de la panorámica horizontal. Con Ríos (Elefanta Editorial, México, 2016, con un texto de Delfín Montañana), Eniac Martínez emprende otra forma de recorrido interior. Los ríos, sus fiestas, desgracias y desapariciones forzadas. Celebración de nuestra riqueza fluvial, Ríos entona también su responso. Hidroeléctricas ya secas, el lago de Chapala en franca retirada, el Salto de Juanacuatlán convertido en cascada de la muerte en el curso del envenenadísimo río Santiago, el lecho desierto del río Yaqui.

Las fronteras, ese espacio tan dilecto en los periplos del fotógrafo, participan de tres ríos extraordinarios. El Bravo, que los gringos llaman Grande sin fundamento alguno, representa el escenario extremo de los mexicanos de abajo, que se mueven y se la juegan; Eniac retrata sus crecidas y sus damnificaciones. Luego el magno Usumacinta, que es Chiapas, es Guatemala y es Tabasco. Y el movidísimo Suchiate, tan navegable que las familias centroamericanas parecen caminar sobre sus aguas rumbo al exilio, embriagadas de prematura alegría: en cuanto pisen México empezará lo peor del viaje. Estados Unidos queda a años luz todavía.

Huacapa, Bravo, Santa Catarina: ríos fuera de madre. Santiago (Jalisco), Coatzacoalcos, San Pedro: ríos envenenados. La exhuberancia vegetal y humana del Santiago (Oaxaca), el Santo Domingo (uno de los tres o cuatro ríos con ese nombre sólo en Chiapas), el Grijalva en Chiapa de Corzo. La empapada y sensual fiesta del Santiago-Lerma (Nayarit) por las partes de Mexcaltitán, Venecia de tierra caliente, origen mítico de los mexicas. En fin, la sabrosa vivacidad del río de los Perros en el trópico oaxaqueño.

Sabiendo que no le creerían, José Emilio Pacheco escribió: “No amo mi patria./Su fulgor abstracto es inasible./Pero (aunque suene mal)/daría la vida/por diez lugares suyos”. Entre ellos, last but not least, “tres o cuatro ríos”. Bueno, Eniac Martínez engrosa la lista de aquellos por los cuales valdría la pena dar la vida. Paisajista y voyeur, retratista y reportero, como Heráclito, sabe. Como Sísifo, insiste contra la desesperanza. Agua que no has de beber, déjala correr.

Este texto, publicado originalmente en Ojarasca número 228, se comparte aquí con autorización de autor y de la publicación.

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