Fronteras Abiertas

Laura Carlsen

2016: año fatídico para la izquierda en América Latina

Hay ciertos politólogos —que no vale la pena nombrar— que cuando un partido de centro-izquierda pierde una elección anuncian a los cuatro vientos la muerte de la izquierda en la región. Por supuesto, los medios comerciales sobre todo en Estados Unidos los premian con amplios espacios, y luego los perdonan con silencio absoluto cuando el péndulo vuelve y el muerto resucita como de milagro.

Desde el autoproclamado —y equivocado— “fin de la historia” de Fukuyama en 1992, ha habido una tentación de declarar alguna ideología “ganadora” como si fuera una competencia civilizatoria a escala mundial. Este afán de definiciones absolutas tiene cada vez menos relevancia en la realidad de la ciudadanía, en un mundo en que el capitalismo globalizado ha borrado viejas distinciones entre modelos económicos, la corrupción generalizada ha quitado la bandera de la ética a casi todos los partidos políticos, y la falta de representatividad y participación democrática real han creado una brecha enorme entre la política y el sentir del pueblo.

La competencia entre lo que se da en llamar derecha e izquierda en América Latina ha sido centro de atención mundial desde hace décadas por haber pasado del rechazo (limitado) del Consenso de Washington y “la marea rosa” con la elección de un número importante de gobiernos de izquierda, al actual retorno a gobiernos neoliberales en algunos de los países más grandes de la región.

En este contexto, no queda duda que en 2016 el eje ideológico cambió de manera importante. Empezando con la sorpresiva elección de Mauricio Macri en noviembre de 2015, empresario derechista que puso fin a doce años de kirchnerismo en Argentina, pasando por la elección del empresario Pedro Pablo Kuczynski en Perú, y la toma de poder de Michel Temer en Brasil en agostos tras la turbia destitución de Dilma Rousseff por supuesta violación de normas fiscales. Este cuadro se consolida con la victoria de la oposición venezolana en las elecciones parlamentarias y el retorno al escenario político de la derecha uribista en Colombia tras el voto del NO en el referéndum por la paz.

Desde la óptica del poder formal —construido y mantenido desde arriba— este año fue fatídico para la izquierda latinoamericana. Los cambios de gobierno en los países más fuertes de la región y las transformaciones geopolíticas que éstas implican marcarán el nuevo año, ¿pero cómo?

Primero, será un año de crisis económica. La derecha cosechó en gran parte el descontento que generó el fin de la bonanza cuando los precios de las exportaciones de materias primas, entre ellos el petróleo, cayeron. Ahora los gobiernos de derecha están profundizando la crisis, de manera notable en Argentina y Brasil, con políticas de libre mercado, y la eliminación de programas de redistribución de riqueza y combate a la pobreza.
Brasil enfrenta la peor recesión en décadas. El desempleo afecta a 12.1 millones de brasileños, se calcula que 1.9 millones perdieron sus trabajos el año pasado. Las políticas de Temer, lejos de generar empleo, elevarán la tasa de desempleo que ya están a nivel récord para el país.

Argentina que terminó un año bajo la batuta de Macri, cierra 2016 con inflación alrededor de 40%, según la CEPAL, y protestas en las calles. Los despidos masivos del gobierno que empezaron justo después de tomar el poder han llevado a que el desempleo subió a 9.3% por ciento de la población, y junto a los aumentos de tarifas de servicios públicos han desatado manifestaciones en las calles. El gobierno que decidió a ceder a los fondos buitres ahora enfrenta una deuda enorme.

México, país que ha seguido fiel a las políticas neoliberales que ahora se anuncian como la salvación de los países sureños, cierra el año con crecimiento de 2%, es decir alrededor de 0 per cápita. El estancamiento tiene ya mucho años, y ahora viene acompañado de alzas en tarifas y el precio de gasolina —contrario a los promesas de cuando privatizaron el sector con la reforma energética— que han llevado a cientos de bloqueos de carreteras y protestas en todo el país y una creciente crisis política, con la aprobación del presidente Peña Nieto entre los niveles más bajos de la historia. Venezuela seguirá en plena crisis económica también, agravada por la crisis política. La escasez de alimentos, hiperinflación, inseguridad y polarización convergen en un cuadro poco alentador para el país.

Segundo, los proyectos de integración Sur-Sur entran en un periodo de gran incertidumbre. Frente a la actitud hostil por parte de los gobiernos de Brasil y Argentina, la UNASUR y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) tienen menos apoyo y más tensiones internas. Echaron a Venezuela del Mercosur, aunque después Paraguay dijo que la medida no es definitiva. China está apostando fuerte a la consolidación de la CELAC, lo cual le da oxígeno (e inversiones importantes), sin embargo, varios de sus miembros están regresando a un modelo de integración que privilegia la relación con Estados Unidos.

Allí es donde entra el comodín: Donald J. Trump. La mezcla contradictoria de propuestas proteccionistas y desreguladoras, militaristas y aislacionistas, ha dejado a todos —de izquierda y derecha— con grandes inquietudes. Sus decisiones, a pesar de más de una década de esfuerzos para disminuir la dependencia histórica hacia EE.UU. representados en proyectos como la CELAC, tendrán un enorme impacto en la región. Hasta ahora, parece que el presidente electo no ha pensado en las consecuencias de políticas que responden más a tácticas para ganar elecciones y caprichos personales que a un programa político coherente.

Finalmente, el retorno a gobiernos de la derecha que abiertamente favorecen los intereses de los ricos llevará a más represión. Ya se ve en Brasil contra el Movimiento de los Sin Tierra, y en Argentina contra trabajadores del estado. Los viejos y nuevos reclamos legítimos de las organizaciones sociales por sus derechos, desde la resistencia al despojo hasta los enfrentamientos con la discriminación que niega el derecho de existir a la gente “otra”, tienen menos espacio. Si bien esta definición de antagonismos podría llevar a mayor claridad en el escenario político, implica más derramamiento de sangre. El costo humano será el elemento más trágico del nuevo giro a la derecha en el continente que trajo el 2016.

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