El terror de la vida real: “Mis regresos a casa nunca más serán como antes”

Testimonio de Cleber Arruda, habitante de Jardim Damasceno, de la zona norte de Sao Paulo.

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De repente, la cotidianidad de las personas sufre una serie de cambios en la noche. Los comercios y los bares cierran las puertas antes de los horarios habituales, las escuelas liberan a sus alumnos antes de terminar las clases, las calles se quedan desiertas, los camiones cambian su trayectoria y la inseguridad se expande. Esas y otras acciones son generadas por un “aviso” mejor conocido como toque de queda, cuya intención es justamente esa: hacer que las personas se vayan a sus casas mas temprano, pues quedarse en la calle no es nada seguro.

Las noticias sobre el toque de queda fueron escuchadas por el 54 por ciento de los pobladores de la zona norte de la capital paulista, es lo que señala una investigación del Instituto de Investigaciones Datafolha, divulgada el día 25 de noviembre.

Vivo en esa área de la ciudad, donde la investigación apunta que es un lugar inseguro para caminatas nocturnas, y según el 83 por ciento de los entrevistados, tiene el peor índice entre las cinco regiones de la ciudad. Para ser más específico, vivo en un barrio del distrito de la Vila Brasilandia, una de las periferias elegidas para la realización de la Operación Saturación de la Policía Militar, debido al alto índice de muertes producto de la ola de violencia en las últimas semanas. Tan sólo en octubre, mes en el que los crímenes se intensificaron, 10.6 personas fueron asesinadas en promedio por día en la capital.

Fue de regreso a casa, después de haber ido al cine y ver una película de terror, que sentí en la piel la tensión real de estar en la calle, cuando ya debería estar en casa. Me sorprendí cuando que me enteré de que el camión que para cerca de mi casa, en lo alto del morro de Jardín Damasceno, tendría que haber parado antes, en la entrada del barrio, en la parte más baja. El camión no completó su trayecto. ¿Por qué? Según los funcionarios de la línea, hubo un toque de queda en el barrio y ellos no podrían subir el morro. Sin opción, tuve que completar el camino a pie. Ya perdí la cuenta de cuántas veces tuve que hacer ese trayecto en altas horas de la madrugada, sin sentir ningún tipo de inseguridad. Con todo, aquélla noche, el clima era diferente.

Ninguno de los innumerables bares estaba abierto. Las únicas personas que estaban en la calle tenían la mirada alerta, el silencio incomodaba. Había una pareja y les pedí si podíamos caminar juntos hasta donde fuera posible. Los otros morros también estaban en silencio. Caminábamos apresurados por la subida, intercambiamos pocas palabras. La pareja entró en un callejón 300 metros antes de mi casa. Me desearon suerte y continué caminando cada vez más rápido. La luna estaba imponente, ayudaba iluminando las calles y haciendo compañía. A esas horas, los sustos de la película de terror eran hasta divertidos comparados con el ruido que hacen las motocicletas cuando se aproximan. Pensaba en la forma en que muchos jóvenes han sido asesinados, simplemente por el hecho de estar en la calle y volverse blancos de las armas de motociclistas encapuchados.

Ya en casa, la luz del cuarto quemó de repente. Me acordé de las actividades paranoicas de la película. Aliviado, me empecé a reír. Regresar a casa nunca más fue como era antes. Principalmente, porque el lunes que venía encaré otros momentos de tensión. Ese día, al final de la mañana, un cuerpo estaba extendido en el camino, llamaba la atención y generaba comentarios. “Fue un accidente de moto”, “fue muerto luego en el inicio de esa mañana”.

De regreso a las 20 horas, esperando el camión, vi sobre la avenida varios carros de la policía en alta velocidad, fuera de la Terminal Vila Nova Cachoeirinha. Durante el trayecto, el tránsito paró en la avenida Diputado Cantídio Sampaio, a la altura en la que más temprano estaba el cadáver. En el transporte, más comentarios al respecto del caso. Nadie, como sucede en los orígenes del toque de queda, sabía lo que había pasado, pero todos se indignaban con la actitud del chofer que decidió parar y esperar hasta que el tránsito continuara. “De la vuelta chofer. Todo mundo está regresando. Corta por dentro”, gritaban los pasajeros.

El chofer no se movía. Algunos camiones paraban en la vía. Los bomberos pasaban muy rápido. Muchos pasajeros se bajaron, otros, continuaban reclamando.

Minutos después, el camión continuó y miramos qué era lo que estaba interfiriendo el camino: un camión de los grandes estaba en llamas. En ese momento, ruidos extraños, que muchos identificaron como tiros. Una pequeña euforia inundó al chofer, que finalmente escuchó la orientación de los pasajeros y dio vuelta. El camino alternativo fue largo, por dentro de otros morros que no conocía. Al final, salí en un barrio vecino y tomé otro camión para llegar al mío.

Al día siguiente, las noticias de la violencia en la región tenían un saldo de guerra. Dos camiones fueron atacados, uno de ellos atropelló a un señor de mi barrio y el otro (el que vi) fue quemado y más de siete personas fueron ejecutadas.

Fue por estos últimos hechos que no he respondido al informe hecho por el Datafolha, me encuadro a los dos índices sobre la zona norte: escuché las noticias sobre el toque de queda y considero la región insegura para salir de noche.

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